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Sobre Raza, articulación y cultura de Stuart Hall, una reseña

Ediciones Casa de Barro, 2025, 252 págs.

Por Cindy Herrera
Estudiante Doctorado en Literatura
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso



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Tengo la oportunidad de decir que la primera vez que atendí a las ideas de Stuart Hall no fue por un texto escrito —y ya eso dice mucho de cómo hemos dicotomizado los repositorios de los saberes—, sino a través de la conversación y la práctica activa de promoción de lectura de una compañera académica colombiana que trabaja investigación-acción desde el ámbito pedagógico y la promoción de lectura con infancias afromexicanas. Ella, haciendo eco, curiosamente, a las lecturas de Eduardo Restrepo, conectó a Hall como una posibilidad de teorizar sin totalizar, de articular desde las coyunturas. Y la última vez, antes de leer esta compilación y traducción de algunos de sus trabajos —durante toda mi carrera—, fue en la voz de la académica y activista dominicana Yuderkys Espinosa, cuando nos juntamos con ella y con la también profesora y teórica Ochy Curiel, junto al movimiento de mujeres negras barriales y periféricas de Cartagena, en un marco de diálogo de pensamiento oral para lograr proyectos de escuela barrial juntes, autogestionados. Me satisface poderlo articular con las cuerdas vocales, porque tal vez —solo tal vez, sin caer en el relativismo absoluto—, el trabajo de Hall haya tenido, atrevidamente, la verdadera reseña de impacto que se merece en las acciones afirmativas de un trabajo sentipensante y de resistencia de madres negras populares a las que la policía les persiguió y asesinó hijos al perfilarlos racialmente como delincuentes.

 

Stuart Hall



Este libro, Raza, articulación y cultura, en una relectura coeditada entre el colectivo Communes y la editorial Casa de Barro, ofrece no solo una entrada profunda y necesaria al pensamiento de Stuart Hall, sino tal vez el enraizamiento de los vínculos academia-comunidad en sus complejos, pero posibles y necesarios, tejidos. Creo que, más que un homenaje póstumo a uno de los pensadores fundamentales del marxismo cultural caribeño-británico y los estudios culturales, esta edición propone una revisión/acción desde el Sur global, ese mismo Sur al que el presidente francés respondió con tufo de pedantería: “es extraño que un país del Sur nos diga algo a nosotros”. Hoy más que nunca, el Hall del Sur nos invita a replantear y repensar, una y otra vez, desde las fisuras y contradicciones propias de nuestras formaciones sociales, cómo estamos invocando conjuntamente los conceptos de raza, clase, cultura y política, entendiendo que se entrecruzan como maraña, como mangle o como archipiélago.

Para quienes activamos, escribimos, organizamos y enseñamos desde espacios antirracistas, afrodescendientes, comunitarios y populares, este libro no es solo teoría: es una herramienta para pensar nuestra praxis, y al que hay que también colocar en discusión. No se trata de hacer de Hall un autor de culto, sino de escucharle desde las memorias encarnadas, desde las tensiones territoriales, desde los tejidos organizativos que hoy, en el posmoderno siglo XXI, siguen preguntándose cómo resistir a los modos en que el capitalismo racial se expresa en nuestras vidas, cómo las sigue tomando como material de trabajo y sin dignidad.

El concepto de “articulación”, eje transversal de los textos reunidos en esta edición, es quizás uno de los mayores aportes del pensamiento halliano. Hall lo construye a partir de influencias que van desde Althusser y Gramsci hasta Laclau, pero lo desplaza hacia un lugar más abierto, más contingente, más político, con todas las implicancias que eso tiene. La articulación, nos dice Hall, es una forma de entender cómo distintos elementos —económicos, ideológicos, culturales, raciales— se vinculan entre sí, sin que esa relación sea necesaria ni permanente. No se trata de una correspondencia mecánica entre base y superestructura, como propondría un “marxismo vulgar”, sino de un ensamblaje inestable, cargado de tensiones, susceptible de ser reorganizado o interrumpido.

Me interesa, sobre todo, ello: “las interrupciones”. Un interrumpir para hacer la reflexión, frenar para el análisis, parar para sentir con detenimiento. Pues, mientras que nada es totalmente relativo ni absoluto, existe la afirmación, en palabras de Hall, de que “no hay garantía”, y eso también implica que no necesariamente no hay correspondencia. Nada se articula en todas sus dimensiones, pero es posible y negociable la articulación, y detenerse en todas, para ver cómo funcionan. Este concepto, leído desde nuestras luchas, nos permite nombrar lo que ya venimos haciendo: prácticas de vinculación entre distintos frentes de vanguardia, alianzas parciales, coyunturales, afectivas y políticas que no niegan la diferencia, sino que la reconocen y la ponen al servicio de una unidad estratégica. No se trata de esencialismo —como bien lo deja dicho Hall, y donde cohabita Restrepo en esa idea—, sino de que, cuando hablemos de organización comunitaria, de pedagogías antirracistas, de cuidado como práctica política, de feminismos plurales desde la no representatividad sino desde la territorialidad, de procesos de memoria o de disputa de la ciudad neoliberal, realmente estemos articulando saberes y fuerzas que no se subsumen unas a otras, sino que coexisten en tensión productiva. ¿Utópico? No lo creo. Lo hemos hecho antes, lo hacemos ahora, pero también sabiendo que hay lugares de los cuales nos debemos desarticular.

Desde esta perspectiva, la articulación también es reexistencia frente al reduccionismo. Hall se enfrenta con rigor y frontalidad a las teorías que intentan explicar la totalidad social desde una única causa: el economicismo marxista, pero también los esencialismos identitarios que piensan la raza, el género o la cultura como esencias fijas y ahistóricas, a veces —diría— anacrónicas. Esta crítica resuena con fuerza en América Latina y el Caribe, donde muchas veces nuestras lecturas de la opresión han oscilado entre el determinismo económico y la fetichización de las diferencias. Y aquí es importante detenerse, pues la razón de que postulados como estos se desenclaustren y tiendan puentes de saberes se evidencia toda vez que urge una apertura de posibilidades para quienes la historia ha dejado relegados en la inequidad, procurando una suerte de “democratización” del diálogo. Frente a ello, creo que Hall propone una “tercera posición”, o —¿por qué no?— “un tercer espacio” imaginado, tal vez. Hall asume la complejidad sin renunciar al análisis político: no hay garantías, pero se deben dar las condiciones; no hay correspondencia automática entre clase y conciencia, pero sí hay posibilidades de articulación.

Hall muestra cómo la raza no puede entenderse solo como un efecto de la estructura de clases, sino como un principio organizador de la sociedad, profundamente vinculado a formas coloniales de dominación y reproducción del capital. Esta lectura resulta pertinente para pensar nuestras propias realidades. En Colombia, por ejemplo, la racialización del trabajo, del espacio, de los cuerpos y de las vidas es una constante histórica. Las poblaciones negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras han sido situadas en la periferia económica, pero también simbólica, a través de políticas estatales, discursos mediáticos, imaginarios nacionales y dispositivos de control que cruzan la educación, la policía, la salud, el urbanismo y el desarrollo.

Es claro para Hall que no se pueden reducir las tensiones a lo económico; sin embargo, no desdice que este siga siendo un factor determinante dentro de la articulación y la lectura coyuntural, pues justamente se entrama con otros delineantes para la reproducción de injusticias. En los artículos que se muestran aquí, Hall nos permite leer estas formas de dominación no como accidentes de la historia, sino como articulaciones específicas de un sistema en el que el racismo cumple funciones estructurales en la organización del capital. El racismo —nos recuerda Hall— no es solo una ideología de odio o de prejuicio, sino un mecanismo concreto de regulación, segmentación y jerarquización de la fuerza de trabajo, que impide la unidad de clase y reproduce la hegemonía capitalista. Y esto no solo afecta a las personas racializadas: el racismo, como estrategia de división, debilita toda posibilidad de proyecto emancipador común. Por eso Hall insiste en que la lucha contra el racismo no es una lucha “identitaria”, sino profundamente política.

Otro punto clave de esta edición es su reflexión sobre la contingencia. En tiempos donde el discurso neoliberal promueve la naturalización del orden social (“así son las cosas”, “es lo que hay”, “no se puede hacer nada”), Hall defiende la idea de que toda formación social es resultado de una articulación contingente, que podría haber sido de otra manera y que puede ser transformada. Esta noción es vital para la praxis política: no hay destino, no hay futuro, hay historia; no hay determinismo, hay posibilidad. Y esa posibilidad está en la organización, en el análisis crítico, en la intervención cultural, en la pedagogía popular, en la creación artística, en la escritura que toma partido hoy.

Raza, articulación y cultura es también un texto profundamente comprometido con la dimensión cultural de la política. Y, al igual que Hall no se cansa de recordarnos, la cultura no es un espacio separado de la economía o de la política, no tiene momento fijo, sino lugares donde se disputan los significados, las identidades, las narrativas que sostienen el orden social. En este sentido, su pensamiento dialoga con nuestras prácticas de comunicación alternativa, de producción editorial, de escritura encarnada y situada. Las revistas comunitarias, los libros hechos en colectivo, las performances, las pedagogías sentipensantes, los archivos de lo cotidiano, las cartografías y corpografías del despojo y de la memoria: todo eso es parte del campo de batalla cultural. Como Hall, sabemos que quien controla la cultura, controla la posibilidad de imaginar, incluso la quita.

Por eso, esta publicación, considero, no solo importa por su contenido, sino por el gesto que la sostiene, como agarrado con ambas manos. Es una obra traducida, editada y co-creada desde el sur de Chile, con un cuidado material que expresa afecto político —papeles, tipografías, territorios y nombres propios—. Esta edición apuesta por una práctica editorial comprometida, situada, descolonial, también con todo lo que ello implica, espero. No se trata solo de difundir teoría, sino de rearticularla, de resignificarla, de ponerla a trabajar en contextos donde la vida misma está en disputa. Ojalá, por fuera de aquí.

Desde nuestras prácticas organizativas afrocentradas, desde los bordes de la academia, desde los cuerpos marcados por el racismo estructural y el colonialismo persistente, leer a Hall no es un ejercicio intelectual: es una necesidad vital. Ojalá lo pensáramos con ese compromiso siempre. Porque articular, como él propone, es también rehacer el mapa de lo posible, ficcionar sin miedo —interpretando a Ursula K. Le Guin—. Esto es imaginar otras formas de vivir, de nombrarnos, de luchar hasta que ya no haya más por qué hacerlo, aunque eso sea una ilusión. Es tramar, con otros, otras y otres, una política de lo común que no niegue la diferencia, sino que la convierta en fuerza transformadora.

Lo aseguro: “Somos los beneficiarios de la obra de personas que lucharon por reflexionar sobre asuntos difíciles por primera vez en un terreno que no estaba preparado para ese tipo de pensamiento”. Manuel Zapata Olivella, Toni Morrison, Audre Lorde, bell hooks lo sabían. Esas personas, las que lo dijeron y lo actuaron: a ellas les debemos el continuar con nuestro quehacer, pues escribir y hablar en acción algo tiene que articular o como aseveró Yuderkys Espinosa en De por qué es necesario un feminismo decolonial “intentar con esto reparar la falta” una histórica, agrego.  




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Ediciones Casa de Barro, 2025, 252 págs.
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