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Entrevista a Sergio Rodríguez Saavedra

LA MEMORIA NO SE HA PERDIDO

por Francisco Véjar


 

En relación directa con La Recta Provincia de Raúl Ruiz en TVN, Tractatus y Mariposa (Mago editores, 2006) de Sergio Rodríguez Saavedra cobra singular importancia en la llamada etnoliteratura, pero esta vez concebida como lenguaje presente. Constante interlocutor de su generación como editor de reseñas del periódico Carajo y colaborador de Pluma y Pincel, o simplemente como uno de los creadores más activos del actual panorama literario nacional, aprovechamos su última publicación, para entrar en un diálogo pendiente sobre continuidad y ruptura en la presente poesía chilena.

- En Tractatus y Mariposa, constatamos una vuelta a ciertos aspectos históricos y vernáculos que han sido tratados de alguna manera por poetas chilenos ¿Crees que estos tópicos te acercan a temas como la épica?
- Desde La Araucana de Ercilla, hasta La vida nueva de Zurita, pasando por Neruda, Huidobro, y medio centenar de autores, la poesía como épica de una causa, como voz de los que no tienen voz, es una constante de la cual indudablemente soy portador, ya que en esta propuesta se articula del pensar crítico hacia esas obras, en tanto acervo como competencia. Tractatus es un viraje, ciertamente hacia otras formas del decir, ya que las distintos hablantes forman una polifonía, que no viene a cantar, sino a constatar su momento. Es también un juego con el tiempo, puesto que luego de entregar los antecedentes de la Recta Provincia, esta agrupación de brujos machis, y ficcionarla hasta el presente, vuelvo al punto de partida, con el diario de un viaje perdido en los años. No sólo son poemas, es también una historia y como tal guarda el germen de la épica.

- Entonces podemos deducir que tu propuesta se registra como una búsqueda de la memoria perdida.
- En algo, pero además necesariamente contestataria. Para explicarlo gráficamente, tengo dos líneas de creación: una urbana, presente, dura y cuestionadora. Otra que busca una raíz, una semilla que alumbre la sorpresa del día a día. En Ciudad Poniente la ciudad es el hablante, mientras que en Memorial del confín y en Tractatus, la secuencia se articula en torno a la función del tiempo, el cronológico, el sociológico, incluso el arcaico, aunque voces y motivos sean presentes. Me gusta hurgar en el pasado porque la historia oficial es básicamente deshumanizada y yo necesito de los cuerpos para regresar. Visto así, es la búsqueda de la memoria perdida, pero también la necesidad personal y política de poseer memoria.

- Sé que tienes varios libros inéditos entre los cuales está uno dedicado a Jean Arthur Rimbaud ¿Cuál sería la vigencia de Rimbaud en el siglo XXI y por qué tú vuelves sobre una imagen arquetípica del poeta francés y lo traes nuevamente al presente?
- Creo que algo del derrumbe de las utopías se vislumbraba en Rimbaud y eso le hace enormemente atractivo a la hora de establecer parámetros entre la gran poesía y la gran novedad poética, que en general ha sido nuestra respuesta después de Parra. Para mí un hombre magnífico que renuncia a la expresión cuando ya ha dicho todo, es más cercano que cualquier vecino y traerlo es seguir el viaje que nunca se detiene. Y cuando le hablo, siento que le hablo a toda una época, a esa lucha de los ochenta que marcó gran parte de nuestras iluminaciones. Creo que no hay mejor vigencia que la rabia y la belleza. Por lo menos para mí, esos son los motivos primordiales y exceptuando La greda vasija de Alberto Rubio, los que atraviesan fácilmente la historia literaria del siglo que recién pasó.

- En Chile hemos visto una eclosión del neoliberalismo de mercado que se manifiesta en todos los ámbitos de nuestra sociedad ¿Ese modelo tendría relación con la diáspora y falta de vida literaria que ha ocurrido en estos últimos años?
- Probablemente los artistas fueron el último bastión de las utopías, más que los partidos, más que los ancianos, tarde o temprano tenían que caer. Pero también es una diáspora hechiza, mala mezcla de espacios urbanos acotados y desconfianza en el uso de la palabra como vehículo de acción. Un país de mezclas como el nuestro era y es un buen caldo de cultivo para la transacción. De ahí cierta proliferación de discursos rupturistas muy infantiles, con poéticas supuestamente irreverentes que finalmente son un resabio de pedagogía, con leves toques de Mallarmé y realismo sucio, más algo de teoría desconstructivista. En lo particular no me interesan las camarillas, quiero rescatar los espacios de socialización, de ahí los talleres, eventos y aventuras como periódico Carajo, y por otro lado una estética del poema, como único vestigio que se puede dejar, si bien me interesa, y mucho, la estructura del libro como articulación de una propuesta, siguen siendo esos versos que se esconden en la mente y hacen tañer el corazón, lo que finalmente importa. Como bien sabes, Teillier hubiese dicho: las posibilidades son dos; los buenos poemas y los malos.

- Somos testigos de un resurgimiento cultural en distintas comunas de Santiago. Es el caso de la comuna de Maipú, donde has sido uno de los principales impulsores ¿Sientes que están surgiendo nuevos valores, por ejemplo en Maipú?
- En el caso de los autores jóvenes creo que la respuesta es negativa, en el caso de crear las condiciones para que la lengua siga transmitiéndose de metáfora a metáfora, como esa poética de oraliteratura que planteaba Chihuailaf, sí. La palabra no es un arte pasajero, necesita origen, intervención y permanencia. En esta última etapa estoy trabajando puesto que el ser creador debe insertarse nuevamente en el ser político. Un artista bien preparado puede intervenir en todas las áreas de la sociedad. La lógica es, si tengo un buen camino, como no encontrar un buen caminante. Por ahora aparece Julián Gutiérrez en esta comuna, pero está Octavio Gallardo y Sergio Ojeda, aquí, tan cerca, todavía muy jóvenes. Y también hecho de menos a Alexis Figueroa, cuya Vírgenes del sol in cabaret, siguen, luego de veinte años, siendo única. Y Arturo Volantines en La Serena, que es otro lugar atrevido en el hacer camino, y si fuera fiel a mi propuesta te podría nombrar algunos ancianos que tienen más vida que nosotros. Creo sinceramente, que más que nombres, casi siempre los mismos, debemos, incluso como supervivencia y desarrollo, optar por el apoyo irrestricto a los espacios de creación y expresión. En términos prácticos, menos concentración de recursos en la cultura municipal, y más fondos concursables para que la comunidad, cree, administre y ejecute. Líneas de investigación donde lo primordial no sea el currículum académico, sino el proyecto en sí, puesto que la universidad no ha sabido leer las necesidades culturales de Chile. Flexibilidad legal para que proyectos artísticos puedan ser trabajados en tanto persona natural y empresa sin tanta burocracia, que por cierto, son finalmente aprovechados por quienes jurídicamente justifican los recursos, dejando que el contenido pase de largo. Ahí, podríamos nombrar no uno, sino una camada de obras y autores de verdadero acervo.

- Todos pertenecemos a una generación ¿Cuál sería la de Sergio Rodríguez?
- La generación apagada de este país, esa que debió crecer durante el apagón cultural con referentes antiguos, la que recibió en herencia el vocabulario roto por Pinochet, y como tal tuvo escaso poder de articulación y sí mucho de archipiélago. Donde priman más los esfuerzos personales que los colectivos, donde están Bernardo Chandía Fica, Pavel Oyarzún, Horacio Eloy, Cecilia Palma por nombrar sólo algunos, cuyo trabajo sigue más allá del tiempo y cuyo reconocimiento está llegando tal como empezaron: con mucho trabajo. Ahora bien, a pesar de esta desarticulación, hay referentes estéticos que nos hablan de continuidad en la poesía chilena, con ciertos desplazamientos, fusiones, hibridez como diría Óscar Galindo, cuyo mestizaje comparto completamente y me parece más ligado a la realidad de la que hemos partido, una forma de interpretar lo diferente que somos.

 

 


 

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