La mayor 
              de los Calderón salta a la novela
              TERESA REIVENTADA
            Por Marcelo 
              Simonetti
              Revista El Sábado, 22 de agosto de 2003
            
             
            Se aburrió de escribir 
              poemas. También de la vida sufrida. Acaba de terminar una 
              terapia de seis años y está como nueva. Teresa Calderón 
              salió del infierno y pasa por su mejor momento: en lo emocional 
              y literario. En septiembre, sale al mercado su primera novela: Amiga 
              mía. Estuvimos con ella y con el resto del clan. Para 
              desgracia de los que no los quieren, anunciaron que hay Calderones 
              para rato.
              
            
          
          Teresa Calderón no lo ha pasado bien. Le ha tocado 
            una vida difícil. Se separó de su primer marido. Después, 
            vivió siete años con un tipo que la golpeaba. Se hizo 
            un aborto. Y varias veces pensó, en la cima del puente curvo 
            que cruzaba para llegar a su casa en el barrio Bellavista, que 
quitarse 
            la vida era tan fácil. Tan simple. Tan probable. La Teresa 
            Calderón que ahora ríe, en una de las salas del preuniversitario 
            donde las oficia de directora, es otra. Ella misma lo dice con su 
            pelo color zanahoria y una dentadura impecablemente blanca: "Después 
            de haber querido morirme, estoy en la onda de hacer sólo las 
            cosas que me producen alegría. Digamos que soy una versión 
            duplicada y corregida de la Teresa de antes". Tiene razones para 
            estar así. El psicoanálisis que acaba de terminar. El 
            poeta-maldito-redimido que tiene a su diestra, con aires bukowskianos 
            y nombre de best-seller: Tomás Harris. Toda la parentela que 
            la rodea, partiendo por el jefe de la tribu, Alfonso, sin duda el 
            más celebrado, conocido y publicado de los Calderón. 
            Y el nuevo libro que está a punto de lanzar.
            
            Amiga mía es su primera novela y aparecerá por 
            librerías en septiembre. Con ello, Teresa reinventa una carrera 
            consagrada a la poesía que es, en buenas cuentas, el sello 
            de la familia Calderón. Porque ahí no sólo el 
            padre y su marido son poetas. También Gustavo Barrera, su hijo. 
            Y Lila Calderón, su hermana, y la hija de esta, Lila Díaz, 
            y el marido de Lila Díaz, Rodrigo Rojas. "Y esto no termina 
            aquí", dice Teresa, "porque también está 
            María Luisa, quien tiene nueve años, y que ganó 
            el concurso de poesía de la Municipalidad de Las Condes. Y 
            Benjamín, quien tiene siete y que ilustra los poemas de su 
            hermana".
            
            La novela narra la historia de dos amigas que se preparan para un 
            encuentro con sus ex compañeras de universidad, el que nunca 
            se consumará. "Reconstruí mi tiempo de estudiante. 
            Lo que viví entre 1974 y 1980, cuando estudiaba pedagogía 
            en castellano en el Campus Oriente de la Católica. La fui armando 
            por fragmentos. Apuntando algunos sueños. Los diálogos 
            con mi psiquiatra. Las conversaciones que tenía en el Tavelli 
            con una amiga que se estaba separando. Algunas cosas de la dictadura".
            
            No es raro que la carrera literaria de Teresa haya sufrido un giro 
            respecto de lo que hacía en sus comienzos. En 1988, ya con 
            dos libros publicados, ganó el Primer Concurso de Poesía 
            de El Mercurio con su obra Celos que matan, pero no tanto. 
            Y luego, en 1992, recibió el premio Pablo Neruda, al mejor 
            poeta menor de 40 años. "Antes, para mí todo era 
            poesía. Vivía pensando frases, soñaba con ellas, 
            las anotaba. Había en mí un movimiento emocional muy 
            intenso, con altos y bajos", dice. Pero de un tiempo a esta parte, 
            desde que apareció su primer libro de cuentos -Vida de perras 
            (1999)-, y en especial en este último año, la poesía 
            ha ido cediendo terreno en favor de la narrativa. "El otro día 
            estaba pensando por qué cresta ya no escribo poesía 
            como antes. Sí, claro, de repente sale un poema, pero ya no 
            es lo mismo... Como que estoy más estable en las cosas emocionales 
            y lo que me sale ahora son historias: cuentos, novelas. Algo pasó 
            que me cambió tanto".
            
            
            -¿Y qué fue ese algo?
            "Son muchas cosas, pero sin duda la terapia que hice fue fundamental. 
            Fueron seis años de psicoanálisis que terminaron en 
            marzo. Tuve que hacer el duelo de la separación, que fue heavy. 
            La relación entre paciente y psiquiatra, en una terapia psicoanalítica, 
            es muy especial. Muy profunda y larga en el tiempo. Tu psiquiatra 
            sabe más de ti que ningún otro ser humano. Más 
            que una misma. Yo me sentía muy segura, muy apoyada. Pero quería 
            volar con mis propias alas. De eso hace cinco meses. Ahora siento 
            que estoy empezando a vivir la vida entretenida, que esto es bonito, 
            que todo tiene solución, que no es horrible. Yo sé que 
            no es por las pastillas antidepresivas, sino por la terapia que me 
            produjo un cambio estructural profundo en la personalidad. Estoy segura, 
            porque no puede ser que haya cambiado tanto". Y vaya cómo 
            cambió.
            
          
          El 
            Infierno de Teresa
          -Una vez llamé por teléfono a la comisaría, 
            pero cuando la carabinera me preguntó la dirección yo 
            le dije que mejor no, que me daba vergüenza. Y es cierto me daba 
            vergüenza, porque siempre pensé que eso pasaba sólo 
            en las poblaciones. Ella me decía que no me preocupara, que 
            ellos me iban a ayudar. Y yo que me daba vergüenza, mucha vergüenza 
            y corté. Una vez me sacó la cresta de manera tan atroz, 
            que dije no, nunca más. Me acuerdo de que ese episodio aparece 
            en Vida de perras. Estábamos en la cocina y él 
            me iba a pegar. Entonces, tomé el cuchillo cocinero y se lo 
            puse en el abdomen. Le dije: si te acercas te mato. Y él se 
            dio cuenta de que lo iba a hacer. Ahí me percaté del 
            peligro que estaba viviendo, en qué podía convertirme. 
            Yo tenía tanta ira. Me sentía tan abusada. Agredida 
            por tantos años. Yo ya había tomado la determinación: 
            no me va a tocar nunca más un pelo, antes prefiero matarlo 
            -dice Teresa.
            
            Fueron siete años los que Teresa estuvo con ese tipo al que 
            ya no menciona por su nombre. Una etapa negra de su vida que hasta 
            incluyó un aborto. Pero esa es otra historia. No fue fácil 
            salir de ese trance, pero hoy, cuando ya ha corrido harta agua bajo 
            el puente, ha podido hasta tomarse un café con el innombrable.
            
            "Yo trataba de hacer todo lo que no le molestara. Le empezó 
            a agarrar mala onda a mis amigas. También a mi psicóloga. 
            Tenía la paranoia de que yo lo engañaba, cuando era 
            enferma de fiel. Al que engañaba era al padre de mi hijo, pero 
            él no estaba ni ahí porque me hacía lo mismo. 
            Es que con el Gustavo, se llama igual que mi hijo, pololeamos desde 
            que tenía 15. Estuvimos de novios como cinco años y 
            después nos casamos. Lo que nos resultó a nosotros fue 
            el pololeo, pero no el matrimonio. Teníamos muchas cosas en 
            común. Es como si hubiéramos sido hermanos o primos... 
            Con el otro tipo todo fue muy psicótico. Mi hijo sufrió 
            mucho en ese tiempo. Él me cuenta que me escuchaba llorar desde 
            su pieza y a los pocos minutos me veía pasar frente a su dormitorio 
            con una sonrisa tan inmensa como falsa. El miedo me invadió 
            al final de esa relación. Mis amigas me decían, ese 
            huevón te va a matar. Vas a salir en La Cuarta. Me empezaron 
            a meter miedo y eso sirvió para que me diera cuenta del peligro 
            que estaba viviendo".
            
            A esas alturas, Teresa ya estaba convertida en una poeta reconocida. 
            Una artista pública, pero lo que vivía en su casa era 
            tan privado que sólo lo sabía su hijo Gustavo. El día 
            en que ella le advirtió que si volvía a tocarla lo mataba, 
            decidió irse de la casa.
            
            -Llamé a mi papá, que no sabía nada de lo que 
            me ocurría. "Papá, tengo que escapar de esta casa 
            ahora", le dije. Y él me respondió, "qué 
            pasa, hija, ¿es demasiado grave?". "Es algo de vida 
            o muerte", le contesté. Me fui a vivir a su departamento, 
            con el Oaki (así le dice a su hijo Gustavo). Me veo manejando, 
            llorando a mares, rumbo al departamento de mi papá. Fue horrible... 
            Igual, yo no le echo la culpa de todo lo que pasó a él. 
            Son problemas de dos. No se trata de decir, ¡ay, pero qué 
            hombre más malo! o ¡ay, qué mujer más masoquista! 
            Es un rollo mucho más complejo. Por eso es tan difícil 
            separarse o dar por terminada una relación que tiene cosas 
            tan psicóticas.
           No pareciera que la Teresa que cuenta los detalles de esta historia 
            sea la misma que la vivió. Habla con una distancia que impresiona. 
            Como si aludiera a un episodio ajeno. Con la misma distancia se refiere 
            a las crisis de pánico que vivió, antes, durante y después 
            de esa relación.
          -En ese tiempo, yo estaba muy insegura. Había vivido un proceso 
            que me había bajado mucho los niveles de autoestima. A la psicóloga 
            yo le decía, "me siento una hormiga, me siento la nada 
            misma". Y ella me decía, pero cómo te puedes sentir 
            así, tienes esto, has logrado tales cosas, tienes un hijo, 
            hay cosas que no funcionan, a toda la gente le pasa y nadie se siente 
            la nada misma por eso. Pero yo sentía que no había solución... 
            Yo fui una potencial suicida que no se suicidó cuando quiso 
            porque le daba miedo.
          -¿De verdad? ¿De verdad pensaste en suicidarte?
            "Cuando estaba embarazada, esperando a Gustavo, vivía 
            en el barrio Bellavista, cuando Bellavista era un barrio barato y 
            no taquilla. Me gustaba mucho cruzar ese puente curvo. Cuando volvía 
            de la universidad me bajaba ahí y cruzaba por ese puente peatonal. 
            Me gustaba pararme arriba y mirar la ciudad. Un día me quedé 
            mirando hacia abajo, el río, y pensé: qué fácil 
            que es morirse. Tenía una onda con el vacío. Con lanzarme 
            al vacío. Un terror muy grande. Y ahí me vino el ataque 
            de pánico. Sentí que me moría, que perdía 
            el control y que iba a lanzarme. Me toqué la guata y dije no. 
            Que debía postergarlo porque mi hijo tenía derecho a 
            vivir. Si yo no quiero vivir es cuestión mía y de nadie 
            más. Yo le he dicho a Gustavo, tú me has salvado la 
            vida, has sido mi cable a tierra. Sé que lo ha pasado pésimo, 
            que no ha sido fácil, pero yo le agradezco a él que 
            esté viva. Mi suicidio lo fui postergando, un año tras 
            otro, hasta que decidí que quería vivir".
            
          
          Entre 
            Chiloé y Colonia
          La irrupción de un averiado Tomás Harris en la vida 
            de Teresa Calderón también cambió su vida. Fue 
            en los noventa, cuando Teresa ya vivía en el departamento de 
            su padre. "Mi hermana, la Lila, había leído los 
            poemas de Tomás y los encontraba súper buenos. Yo tenía 
            la idea de que los poetas de Concepción eran un invento de 
            Soledad Bianchi y Tomás no podía ser la excepción. 
            Cuando leí sus poemas no me gustaron para nada. Le decía 
            a la Lila, cómo te pueden gustar esos poemas llenos de palabras 
            horribles. Esto es intenso, me decía ella. Pero yo, nada, porque 
            me apasionaba otro tipo de poesía: la antipoesía, lo 
            coloquial", recuerda Teresa.
            
            Un día, Teresa hizo una comida en su casa e invitó a 
            unos poetas venidos de Suecia. También a Tomás, quien 
            llegó tarde a la cita, casi de madrugada, pero desde ese día 
            nunca más volvieron a separarse. "Apareció Tomás 
            en la onda yo no quiero pareja. Yo tampoco. Las relaciones de pareja 
            no funcionan. No funcionan. El matrimonio no sirve. No sirve. Nosotros 
            tenemos buena onda, nos morimos de la risa y eso es todo. Y eso es 
            todo".
            
            Desde entonces a la fecha ya han pasado 14 años. Ambos han 
            durado más tiempo juntos que cualquiera de sus anteriores relaciones, 
            rompiendo, de paso, el mito de que en un mismo matrimonio no caben 
            dos escritores. "Es difícil, pero nosotros lo hemos sabido 
            sobrellevar súper bien. Nuestros egos son absolutamente compatibles. 
            Nos leemos, nos criticamos, nos aplaudimos", dice.
            
            Los premios de Teresa, los de Harris, los de su padre y de su hermana 
            Lila se suman en el tiempo. Y aunque para algunos tanto premio y beca 
            para una misma familia se ve con malos ojos, a ella le da lo mismo. 
            "Nos pelan, nos sacan el cuero. Los descendientes de Don Corleone. 
            Entonces yo les digo que se cuiden porque tengo genes sicilianos. 
            Yo no he tenido problemas en encarar a algunos poetas y decirles que 
            se dejen de pelar a mi familia. Es que me llama la atención 
            que algunos se llenen la boca con el tema de la familia y cuando todos 
            nos dedicamos a lo mismo, a hacer poesía, resulta que la familia 
            ya no es familia, sino una mafia".
            
            Ahí está Teresa. Redimida y radiante. Esperando ver 
            en las librerías su Amiga mía. Haciendo sólo 
            lo que la hace feliz. Almorzando los sábados con la familia, 
            las pastas de la mamma. Con su hijo Gustavo y un poeta maldito 
            de apellido Harris a su diestra.
            
            -Nunca se han casado, ¿no?
            "Nos hemos casado en las iglesias de todo el mundo sin curas 
            ni invitados. En Notre Dame, en la catedral de Colonia, en la iglesia 
            de Castro, en la iglesia de San Patricio en Nueva York, en la catedral 
            de Perú. Nos paramos frente al altar y yo le digo si me acepta 
            como esposa, y él dice sí, acepto. ¿Hasta que 
            la muerte nos separe? Hasta que la muerte nos separe".
          
           
          
          
           
          La 
            familia Calderón
          En el departamento de Teresa están todos. Alfonso, su padre, 
            premio Nacional de Literatura en 1998. Sus hermanas Lila, comunicadora 
            audiovisual y poeta, y Cecilia, quien está dedicada a escribir 
            textos escolares para Santillana. Lila Díaz Calderón, 
            
sobrina, 
            poeta y vitralista; el marido de Lila, Rodrigo Rojas, también 
            poeta. El hijo de Teresa, Gustavo Barrera, poeta por esencia y arquitecto 
            de profesión. Tomás Harris, su actual marido. Es que 
            en esta familia la poesía es como una enfermedad hereditaria. 
            Y quienes no enferman de poesía lo hacen de padecimientos afines 
            como el canto o el teatro, y con esa "enfermedad" a cuesta 
            llegan a la casa de Teresa. El clan Calderón quedaría 
            trunco sin la mamma porque, en rigor, la familia Calderón 
            es un matriarcado que encabeza Lila González. Ella no escribe, 
            no tiene dedos para la poesía, pero es quien llenó de 
            historias las cabezas de sus hijas. "Nunca nos contó el 
            mismo cuento, siempre le cambiaba los finales o hacía que el 
            personaje malo se convirtiera en el héroe", protesta Teresa. 
            "¡Ay, pero qué lata contar siempre la misma historia!", 
            se defiende la mamma.
          Los Calderón han heredado la poesía del padre a fuerza 
            de porfía. "Yo les decía que estudiaran cualquier 
            cosa", aclara Alfonso, "pero que, por favor, no pensaran 
            en la poesía ni en la pedagogía. Que nadie vive de eso. 
            Pero como son un poco porfiadas, ya ves. Todas salieron poetas y terminaron 
            haciendo clases".
          -Cuando éramos chicas nos entreteníamos haciendo libros, 
            que pintábamos y cosíamos -dice Lila Calderón-. 
            Me acuerdo de que mi papá nos decía les voy a regalar 
            10 palabras y con esas palabras teníamos que hacer un cuento. 
            Lo curioso de todo es que, de ese juego con los libritos, surgió 
            todo nuestro trabajo en Zig-Zag y Santillana, donde nos juntamos las 
            tres como colegas -dice.
          El talento no se discute. Ahí están sus poemas. Ahí 
            están los premios. Pero, ya está dicho, la familia Calderón 
            tiene sus francotiradores. Cuando Tomás Harris, Lila y Teresa 
            decidieron hacer una antología que abarcaba 25 años 
            de poesía en Chile nunca se imaginaron que su selección 
            iba a generar polémica.
          -Tanto los que estuvieron incluidos como los que no estuvieron estigmatizaron 
            esa antología diciendo que era una antología familiar, 
            porque la habían hecho las'Calderón y yo, Harris colado, 
            onda Frank Sinatra dentro de la Cosa Nostra -explica Tomás 
            Harris-. Que era una antología de apitutados, por decir así. 
            Pasan estas cosas. Anteayer leí en internet un soneto que escribió 
            un poeta, Carlos Alberto Trujillo, que empieza diciendo: "Calderón 
            hay uno solo, que se llamaba Lucho y vive en España". 
            Una tontería en donde el tipo se tira contra la familia Calderón 
            y me nombra a mí como "jarro, jarrón", y otras 
            cosas, para que rime. Bueno, ese tipo de cosas pasaba también 
            con la familia de Mafhud Massis. Yo leí una revista en donde 
            se atacaba anónimamente a Mafhud Massis por haber escrito un 
            artículo bastante elogioso, pero bastante objetivo sobre su 
            suegro, Pablo de Rokha. Atacarlo a él, como atacar a la familia 
            Calderón me parece un absurdo. Si tú te fijas en política 
            hay clanes familiares. Los Frei, los Tohá, los Alessandri, 
            los Aylwin. Que existan en política me parece mucho más 
            peligroso. ¿Por qué están permitidos en política 
            y no en literatura?
          Son así, los Calderón y compañía. Aplaudidos, 
            premiados, envidiados. Los conocimos en un almuerzo de sábado. 
            En una mesa llena de pastas, historias y risas.
           
          Fotografía: Jorge 
            Sánchez