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          POESÍA DE ALTO VUELO
        Por  Reinaldo Edmundo Marchant
         
        Elefante – Ril  Editores, 2008-,  nuevo libro de la poeta  y narradora Teresa Calderón, es un grito poético que se pasea como máquina  fotográfica en un mundo que está quedando  desolado y sin humanidad.
        El título del libro,  deja impávido: “Elefante”, así, a secas. Y lo  es más cuando vemos que a través de su fabulosa figura, comienza un maravilloso  itinerario, colmado de ingenio, frases ocurrentes, juegos de palabras,  glorificación de la Naturaleza: fragmentos de artificios que revelan la  pequeña vulgaridad humana, la patria fabulosa de la infancia y aquella entera  añoranza de la ingenuidad.
        
          
            Nadie repara
              en un elefante solitario
              animal herido
              que tiene hambre
              y que tiene sed
              y está perdido
              en la evolución (pág.24).
          
        
        Su lectura nos  conduce  a una cosmogonía  llena matices, sutileza en el lenguaje,  armonía en los conceptos, oficio en la composición, hasta insertarnos en un  universo de magníficas imágenes, en que cada frase se convierte en un dulce  dolor.
        Teresa Calderón viaja  con el Elefante, lo pasea por los salones de la moral, visita cementerios,  calles infaustas, lo hace contándole historias de bestias humanas:
        
          
            Un elefante no necesita patio 29  (pág.13).
          
        
        Y más adelante señala:
        
          
            Un humano
              luce orgulloso su bestialidad
              Y vive 80 años.
            Vive 80 años
              pero maldice su transitoria  inmortalidad
              muy poco tiempo para aprender
              lo que le está permitido a un  elefante.
            Luce orgulloso su bestialidad
              orondo en su libre albedrío
              y en pleno desuso de sus  facultades mentales (pág.14).
          
        
        También, el Elefante  invita a la autora y le cuenta su dolor:
        
          
            El elefante lloraba
              porque no quería dormir.
              - 
              Duerme,  elefantito mío,
              que la luna te va a oír.
              - Papá  elefante está cerca,
               se oye en el manglar mugir;
              duerme, elefantito mío,
              que la luna te va a oír.
            El elefante lloraba
              (¡con un aire de infeliz!) (pág.16).
          
        
        Al contrario de lo que sucede con la inmensa mayoría de los libros que  se  editan, Elefante proyecta el lenguaje  de la desolación y de la felicidad, en un simbiosis que alienta la lectura.  Nadie queda indiferente al recorrer los relatos poéticos, logrados con oficio y  serenidad. El elefante es como un ser incorpóreo y vagabundo, que se adueña del  entorno natural, de los sonidos y balbuceos de quienes la inmolan.
        La autora, sagazmente dialoga con la conciencia de un animal, que es la  conciencia  de la sociedad entera. En el  coloquio poético se encuentra la raíz, apenas enunciado, de antiguas fábulas,  hechos de la punzante rutina, paisajes familiares, en un entramado lírico que  toma por asalto, que sorprende:
        
          
            Ellos mataban lobos  para disfrazarse con su piel (pág.41).
          
        
        Quizás no existan animales más libres y puros que los elefantes. Esa libertad  Calderón la desarrolla  indagando en  zonas como la vida y la muerte, la vigila y el sueño. La estricta inocencia de  este maravilloso animal representa la pureza, que en la escritura adquiere un  sesgo singular y reconocible: el elefante atraviesa el escenario vulgar – la  selva, la jaula, el zoológico-, accediendo a un papel protagónico de la  libertad y el amor.
        
          
            El único elefante  estúpido,
              los hay hasta en las  mejores familias,
              vive en Disney Worl  (pág.44).
          
        
        Y, en la página 46, agrega:
        
          
            Un hombre
              asesina elefantes
              sin medir  consecuencias
              para el resto de la  manada
              que se desata en  estallidos dolientes.
          
        
        Cada verso, en apariencia sencillo, mantiene una connotación poética  inconfundible, modificando a cada tranco el pensamiento de quienes recorren las  páginas, encontrando sugerencias insospechadas, variaciones definidas y un  colorido temático que nunca suelta los ritmos, la velocidad mágica de la visión  poética.
        Teresa Calderón ha escrito un poemario brillante, originalísimo, extraordinario  en su creación, que nos regresa al albor de nuestras vidas, nos pasea por  huracanes humanos y por un cosmos reciente, con su entrañable elefante, en un  ejercicio de felicidad y desgracia, donde no quedan títeres con cabezas, y la  poesía y la antipoesía quedan engrandecidas por su talento.