Jorge Teillier: 
    Encuentros y Recuerdos
    
    Homenaje a 8 años 
          de su muerte
          
          
          
          
          
            IMAGEN NADA IMAGINARIA DE JORGE TEILLIER
            
          
          Alfonso Calderón
            Carahue, agosto de 1985
          No hay ya cuenta de los años, pero desde el primer día en que Jorge 
            Teillier trazó, a cordel, las líneas de un territorio, poniéndolo 
            bajo la protección de los lares, ya el país no pudo volver a ser el 
            mismo -como no lo fue, tampoco, tras haber cruzado el "desaguadero" den Alonso de Ercilla-. Los acrdos, que podían ser los del Baragan 
            o los que se aislaban para llorar a solas el fin del verano, en los 
            rieles de una línea de desvío en la estación de Lautaro; el golpe 
            ronco del chucao, en su vuelo que simula un perdigonazo frío y solemne; 
            los alimentos terrestres, sin excluir el fluir enloquecido de las 
            herramientas, que exaltaban la epopeya del trabajo en una Frontera 
            que siempre está naciendo; los hallazgos de la pajarería, de las flores, 
            del canto triste del mapuche, que parece llorar el despojo; las historias 
            de los boxeadores, de las actrices de cine, de los hombres del tango 
            o del jazz, de las figuras el mito de cautín, sin excluir los sobresaltos 
            que causa el río en los períodos de aluviones, y el mundo de los libros, 
            desde Salgari a Dylan Thomas, pasando por Neruda, J. M. Barrie, Lewis 
            Carrol, los surrealistas, Francis Jammes, y el alba de oro del folletín 
            heroico o sentimental: todo halla un registro tonal en la poesía de 
            Jorge Teillier.
 
            den Alonso de Ercilla-. Los acrdos, que podían ser los del Baragan 
            o los que se aislaban para llorar a solas el fin del verano, en los 
            rieles de una línea de desvío en la estación de Lautaro; el golpe 
            ronco del chucao, en su vuelo que simula un perdigonazo frío y solemne; 
            los alimentos terrestres, sin excluir el fluir enloquecido de las 
            herramientas, que exaltaban la epopeya del trabajo en una Frontera 
            que siempre está naciendo; los hallazgos de la pajarería, de las flores, 
            del canto triste del mapuche, que parece llorar el despojo; las historias 
            de los boxeadores, de las actrices de cine, de los hombres del tango 
            o del jazz, de las figuras el mito de cautín, sin excluir los sobresaltos 
            que causa el río en los períodos de aluviones, y el mundo de los libros, 
            desde Salgari a Dylan Thomas, pasando por Neruda, J. M. Barrie, Lewis 
            Carrol, los surrealistas, Francis Jammes, y el alba de oro del folletín 
            heroico o sentimental: todo halla un registro tonal en la poesía de 
            Jorge Teillier.
            
            No entiendo un mundo en que él no esté presente, y aspiro a verlo 
            reaparecer siempre en esta novela de la vida, como algún héroe de 
            las historias de Honore de Balzac, llevando en su fenomenal memoria 
            el registro del mito, de la patraña, de la historia, de los dolores 
            del hombre y de las buenas causas que permitan creer en una sociedad 
            utópica, pero justa, capaz de convertir el territorio de "Ningún Lugar" 
            en un país como Chile, más temprano que tarde, por cierto, como dijo 
            aquel Presidente que fue el último a quien nos fue dado querer y no 
            odiar. Teillier, con el cuello del abrigo subido, como los héroes 
            del cine de los años cuarenta, o alabando una fuente de digüeñes o 
            un texto de Jarry; Teillier, subiendo a un globo de Montgolfier o 
            amando a la dulce "Manzana de Anís"; Teillier, en un diálogo de bar 
            con un colono francés que vino después de El Marne; Teillier creciendo 
            con sus hijos, especies de hermanos mayores hermosos; Teillier, que 
            vive para ver volver, nos halla siempre dispuestos a admirar su fe 
            en la poesía, su constancia en el verso vivido, su admiración por el 
            hombre común y corriente. Y, sobre todo, nos va legando ese territorio 
            en donde otros hemos tratado siempre de construir nuestras casas, 
            apoyándonos en una visión común, en el deseo fervoroso de descubrir, 
            quizás por un azar, el lugar en donde Ella o Ayesha, que no es la 
            Muerte, nos permitirá perdurar, viendo todos los hombres y todos los 
            tiempos, sacudiendo dulcemente esa botella de cerveza que uno lleva 
            como el alma, sujeta por el pulgar durante todos los mejores años 
            de la vida. Hasta donde sea posible -si se me permite decirlo-. ¡A 
            la salud de Jorge Teillier, esa "viva moneda que nunca se volverá a repetir"!
 
            "viva moneda que nunca se volverá a repetir"!
           
           
           
           
          
          HOMENAJE A JORGE TEILLIER
          
          Nunca nos hemos cruzado dos palabras.
            Pero es cruz y destino el no cruzarse.
            Sin embargo somos solidarios. Somos lo mismo y una persona el lacerado 
            y el que ya no quiere querer.
            Mortaja, venda del leproso es la escritura.
            Vamos -decimos- ¿cortarías tú las mortajas, la venda de las letritas? 
            Córtalas, rompe la venda y toca al llagado que sólo por tu amor, paisa 
            que lees, se infecta y se inmunda, decimos.
            Así hermanos somos los llagados, los leprosos que largan su escritura. 
            Allí tú y yo, compañero Jorge, nos cruzamos todas las palabras del 
            mundo. Así nos vamos tocando amigo ¿me miras tú? ¿Me ves tú bajo estas 
            letritas recorriendo? Yo sí te veo.
            Recorrer sin aliento los caminos del corazón. Allí nos vemos, allí 
            desatamos las vendas. ¿Me quieres tú? ¿Bajo las vendas del corazón 
            me quieres tú a mí? Yo si te quiero.
            Nada es verdad ni mentira. El humo se va al sur y el viento se va 
            al norte.
            No es cierto ni no cierto lo que me cuentan de ti amigo Jorge. Amigo 
            eres tú amigo. Amigos son siempre -tú y yo entre ellos- todos los 
            cruces, venda y humillos de la escritura.
          Raúl Zurita
            Santiago, julio 10 de 1987
           
           
          
           
          RECUERDO DE LAUTARO
          
          A Jorge Teillier lo conocí hace mucho 
            tiempo, cuando yo era casi adolescente y aprendiz de poeta, y también 
            frecuentaba la amistad de escritores como Gonzalo Millán, Enrique 
            Valdés, Omar Lara. Fue en Lautaro.
          Habíamos llegado allí un grupo de 
            poetas por invitación del propio Jorge, después de un recital o encuentro 
            en Temuco. Fuimos a parar a una casa que parecía estar sumida entre 
            ramas de frambuesas. De repente apareció el padre de Jorge con una 
            bandeja de empanadas de horno que el nos ponía generoso en su mesa, 
            y antes de preguntarnos siquiera quiénes éramos y cómo nos llamábamos.
          El poeta Oliver Welden -entre los 
            del grupo de invitados- debía tomar esa noche el tren que lo llevaría 
            de regreso a Santiago. Todos los poetas que allí andábamos, que ya 
            a las ocho de la noche estábamos contentos, con una sublime mirada 
            de placer dulce por tan hermosa tarde, fuimos en grupo a dejarlo a 
            la estación, que a mí me pareció construida en un tiempo remoto. Recuerdo 
            que Jorge Teillier llevaba dos libros del poeta Welden bajo su brazo: 
            "uno para ti, Jorge y el otro para la biblioteca de Lautaro", dijo 
            muy seriamente.
          Luego de irse el poeta, llevándose 
            entre el sonido de una locomotora a vapor y la oscuridad olorosa de 
            Lautaro, los cinco que quedábamos nos fuimos a visitar unos lugares 
            al que suelen ir -por lo menos en ese entonces- sólo los hombres. 
            Al entrar, fue no más ver al "poeta Teillier" para que todas las muchachas 
            se le fueran encima a saludarlo como si fuera su hermano o tío.
          Quizás estuviéramos una hora allí, 
            tomándonos dos botellas de chicha de manzana. Antes de irnos, Jorge, 
            en un gesto que nunca he olvidado, y mirando dulcemente a una muchacha 
            hermosa, joven y de rostro asiático -a la que le decían "la vietnamita"- 
            le dio como regalo... el libro del poeta Welden, destinado originalmente 
            a la biblioteca pública de Lautaro. Es por eso es que ahora la biblioteca 
            del pueblo quizás no cuente, entre sus libros, con la primera edición 
            de ese hermoso poemario llamado Perro del amor, porque debe 
            ser parte de la biblioteca privada de la "vietnamita".
          Javier Campos
            Modern Languages And Literatures.
            Fairfield, Connecticut
            5 de mayo de 1996
           
           
                    
ENCUENTROS CON TEILLIER
          No recuerdo bien cuando conocí a Jorge 
            Teillier, sino por unas borrosas imágenes que aún guardo fichadas 
            para su elaboración posterior. Allí vislumbro un ejemplar de los premios CRAV que hojeo desaprensivamente en clase de francés. 
            Su escritura me sorprende; por alguna razón en aquellos años de curiosidad 
            e ignorancia, la considero poética. Las aguas cambian de color. Una 
            barca negra se acerca. Pero no son las negras aguas del símbolo de 
            la muerte, sino el montaje de dos detonaciones lo que produce ese 
            efecto, ese desaliento. Y sin embargo aquella escritura de más rica 
            figuración no logra llevarme a los campos donde pasta el logos. Siempre 
            guardo sus poemas en secreto, por temor a quienes pudieran indicarme 
            que tal expresión no correspondiera al verdadero oficio.
 
            de los premios CRAV que hojeo desaprensivamente en clase de francés. 
            Su escritura me sorprende; por alguna razón en aquellos años de curiosidad 
            e ignorancia, la considero poética. Las aguas cambian de color. Una 
            barca negra se acerca. Pero no son las negras aguas del símbolo de 
            la muerte, sino el montaje de dos detonaciones lo que produce ese 
            efecto, ese desaliento. Y sin embargo aquella escritura de más rica 
            figuración no logra llevarme a los campos donde pasta el logos. Siempre 
            guardo sus poemas en secreto, por temor a quienes pudieran indicarme 
            que tal expresión no correspondiera al verdadero oficio.
            
            Una segunda imagen se reproduce en el Refugio López Velarde. Es una 
            fotografía fechada en abril de 1979, en la cual comparto con Jaime 
            Goycolea, Rolando Cárdenas, María Angélica Selman y Jorge Teillier. 
            Su autora, Leonora Vicuña, se ha subido a una silla para destacar 
            las dos botellas de Santacarola blanco que bebemos en atento conversatorio, 
            a juzgar por los rostros. Atrás un calendario traiciona mis afirmaciones: 
            1978, un 78 tres o cuatro veces repetido, Jorge luce de perfil, sano, 
            brillante; de chaqueta y camisa negra sonríe a un punto intermedio 
            entre Rolando y Jaime. La cámara oscura nos rescata y fija en el tiempo 
            acusando la piel de la desidia. Pero antes, un rato antes, a fines 
            de la década anterior, la de Tlatelolco, Los Beatles, la de mayo del 
            68 y Viet-Nam y el triunfo de tanta y tanta revolución, le pregunto, 
            "¿tu padre también es Teillier?"; "¿crees que soy huacho?", contesta. 
            Cuando preside la mesa no se habla de metáforas, ni de asuntos trascendentes; 
            menos aún de seudónimos. Sólo el fútbol, el tango y el juego de palabras 
            puede compartir el ruido de las copas.
            
            En las sombras aparece vinculado a León Ocqueteaux, el de Cuerno de 
            Caza, el de los Pájaros 1943 ¿Qué será del andino y dulce guatón Ocqueteaux? 
            A través de él, creo, llegó a la Unión Chica donde los viejos veteranos 
            del setenta y tres proclaman la independencia de cualquier cosa.
            
            Poco después, movido por el amor y los Ferrocarriles del Estado desciendo 
            en Talca para estirar las piernas. Hace frío; el andén solitario y 
            nocturno invita a la reflexión. Alguien, en iguales menesteres, camina 
            en dirección contraria. Es Jorge, quien invitado por la Ilustre (la 
            de esos tiempos) Municipalidad de Chillán, viaja a la inauguración 
            del mural de Escames. Con algunas botellas -no las de más arriba- 
            compradas en el coche comedor, continuamos viaje bien hablando de 
            Esenin, de las mujeres y de sus hermanos boxeadores. En Chillán quiere 
            bajarme. Me niego; otros asuntos me arrastran más al sur. Insiste: 
            estará lo mejor las diestras cabezas de una  generación 
            dispersada. Más nunca bajé en Chillán. Gracias, le digo ahora a ese 
            muchacho de 35. Nadie jamás se salva. El nombre de aquella lo borré 
            bajo las vías férreas como todo lo pasado bajo el cuerpo.
generación 
            dispersada. Más nunca bajé en Chillán. Gracias, le digo ahora a ese 
            muchacho de 35. Nadie jamás se salva. El nombre de aquella lo borré 
            bajo las vías férreas como todo lo pasado bajo el cuerpo.
            
            Regreso a Chile a comienzos del 77. Desde allí la poesía nos ha reunido 
            en diversos eventos: en el triángulo de las Bermudas, en Temuco, en 
            cierto homenaje a Nicanor, a través de una línea telefonica entre 
            la Sociedad de Escritores y la Clínica Suecia. Aquellas, y ninguna 
            otra, son las mejores vinculaciones. Pero tampoco ahora paso en sus 
            territorios. Algunos compartimos esas libaciones: Alvaro Ruiz, Aristóteles 
            España, Enrique Valdés. Pero esos lares no son los mismos de la página 
            en blanco. Aquellos se encontrarán en ciertos "trilces", Pérez, Embry, 
            Quezada, en otros posteriores, Rosabetty Muñoz, Sergio Mansilla, Mario 
            Contreras Vega, Elicura Chihuailaf, Ramón Díaz Eterovic, unos pocos 
            más. No importa. O el mundo es de los mejores o estamos en el mejor 
            de los mundos. Tal vez no sea sino una manzana. En todo caso, salud 
            Jorge. Mañana será otro día
          
            Juan Cameron
            1987, en Revista Contramuro
            Homenaje a los 50 años de Jorge Teillier.
           
           
           
          JORGE TEILLIER: POETA PRINCIPE 
            DE LOS LARES
          Entre los sucesos del 24 de junio 
            de 1935, menciono dos que no debieron olvidarse: un avión cuyo despegue 
            nunca llegaría a producirse en Medellín, porque envuelto en llamaradas dijo fin a la vida de Carlos Gardel y dio nacimiento 
            al mito; dicen que encontraron de él, nada más su dentadura no tocada 
            por el fuego. Ese mismo día se anunciaba en el sur de Chile, la llegada 
            al mundo de Jorge Teillier, futuro príncipe de esos lares.
            en llamaradas dijo fin a la vida de Carlos Gardel y dio nacimiento 
            al mito; dicen que encontraron de él, nada más su dentadura no tocada 
            por el fuego. Ese mismo día se anunciaba en el sur de Chile, la llegada 
            al mundo de Jorge Teillier, futuro príncipe de esos lares.
            
            Han pasado cincuenta años. Pero cincuenta años en la vida de un escritor, 
            no son cincuenta años, sino la cifra potenciada a mil. Este tiempo 
            se mide con otra vara (tal vez con la misma que serás medido); tiempo 
            que tiene otras leyes, son otras sus conotaciones: "Para mí -dice 
            Teillier- la poesía es la lucha contra nuestro enemigo el tiempo, 
            y un intento de integrarse a la muerte, de la cual tuve conciencia 
            desde muy niño, a cuyo reino pertenezco desde muy niño, cuando sentía 
            sus pasos subiendo la escalera que llevaba a la torre de la casa donde 
            me encerraba a leer".
            
            A propósito de esta afirmación, advierto las claves de su literatura 
            y de su vida; en los sustantivos: poesía, lucha, enemigo, tiempo, 
            intento, muerte, conciencia, niño, reino, pasos, escalera, torre, 
            casa; y en las formas verbales: es, integrarse, tuve, pertenezco, 
            sentía, subiendo, llevaba, encerraba, leer. Estas fórmulas, aprendidas 
            de ciertos juegos estructuralistas, a veces arrojan resultados curiosos 
            y sorprendentes. Por otra parte, ¿qué casualidad o causalidad produce 
            esta reunión de los primero y último vocablo de cada serie: poesía-casa; 
            es-leer, y su desarrollo y concreción en la poesía de Jorge 
            Teillier? Pero en realidad, no me interesa abordar esto ahora, sino 
            patentizar la transfiguración que se produce en esa especie de niños 
            -ya casi estirpe anacrónica- que se encierra a leer, y que al momento 
            de concluir se da cuenta de que han pasado muchos años. Y ese mundo 
            abierto precisamente al cerrar el libro, es un mundo que no le calza, 
            o donde él no calza. Sin embargo hay algo seguro, ya "sabes que hay 
            mundos más reales que el mundo donde vives", y que "ninguna ciudad 
            es más grande que mis sueños".
            
            Entonces el verdadero undo que inevitablemente habitará el poeta es 
            aquel donde se conjugan en una misma dimensión, la certeza -"Aparecen 
            en los umbrales las marcas/ que señalaban el crecimiento de los niños" 
            -y la duda- "Quizás alguna vez he muerto..."; el terremoto del 39, 
            Lautaro, los poetas: "Esenin escribe con sangre su último verso" y 
            los mapuches "que escuchan en el Wulitzer las últimas canciones de 
            Leonardo Fabio y Raphael". Los avisos luminosos, los parientes, la 
            naturaleza del sur y la historia. El León de Tarapacá: "fue pifiado 
            al salir por última vez de la Moneda"; el regalo de un amigo: "me 
            ha enviado una manzana/ demasiado hermosa/ para comerla de inmediato"; 
            lo que oyó decir a una niña de cuatro años: "un niño se murió y lo 
            sembraron". La oscuridad, el silencio, el amor, la Bella Durmiente... 
            He ahí su mundo, en el que "puedo rezar sin creer en Dios"; donde 
            nada podría desquiciarlo de admiración porque: "Los viajes de Flash 
            Gordon harán que no te asombres de/ ninguna conquista espacial". "...el 
            niño sabe que la fiesta está en otra parte", ese niño que nació "el 
            día de San Juan /Aniversario de la muerte de Gardel que según dicen 
            está/ cantando mejor que nunca", como la voz del poeta Jorge Teillier 
            "en esta tarea que nadie sino yo me he impuesto, no para vender nada, 
            sino para salvar mi alma, en el sentido figurado y literal".
            
            Teresa Calderón. En Revista Contramuro: Homenaje a los 50 años de 
            Jorge Teillier. (1987)
           
           
           
          "TEILLIER, 
            UN POETA DE OTRAS PRIMAVERAS"
          Hablar de Jorge Teillier siempre 
            resultará fácil y grato, como lo es sentarse a la mesa de los amigos 
            que se reúnen a compartir sus secretos. En primer lugar porque es 
            un poeta con cuya obra nos sentimos profundamente comprometidos, por 
            cuanto hallamos en ella la crónica de un mundo que nos pertenece, 
            como nos pertenece el sol, la lluvia o el vino cotidiano. Este mismo 
            compromiso, identificación o sentimiento, es fácilmente reconocible 
            en buena parte de la joven poesía de estos tiempos; lo cual no es 
            motivo de extrañeza, sino la constatación de que en Teillier se encuentra 
            una de las voces más definidas e influyentes de la poesía chilena, 
            y como ocurre con Gabriela Mistral, Neruda, de Rokha o Parra, sus 
            raíces se extienden y afloran en las voces de otros poetas. En este 
            sentido es a primera vista destacable la presencia de la poesía de 
            Teillier en gran parte de los poemas sureños de las nuevas promociones. 
            A lo que un día Jorge Teillier llamó "la poesía de los lares" se han 
            sumado otros poetas, identificados con el mundo de la provincia, con 
            los gestos y manifestaciones de un mundo y de un tiempo que cada día 
            se destruye un poco, pero que permanece en el sentimiento y en las 
            palabras de los poetas.
            
            En segundo término, hay que decir que Teillier es un hombre y un amigo 
            generoso, siempre alerta a encontrar la palabra o la actitud precisa 
            para valorar un trabajo o una amistad. Sin buscarlo ni proponérselo, 
            enseña a muchos que la poesía, tal cual lo dice en uno de sus poemas, 
            "debe ser usual como el cielo que nos desborda" y "que no significa 
            nada si no permite a los hombres acercarse y conocerse". Sin embargo 
            y a pesar de lo dicho, pensamos que es muy difícil separar en Teillier 
            al hombre y al poeta, por cuanto, como ocurre en pocos, vida y poesía 
            se funden en él de manera profunda y auténtica. Conocerlo es encontrar 
            la seguridad de quien ha recorrido muchos caminos, y logra entregar 
            con su poesía ese poder de predicción visionaria, de entendimiento 
            del hombre y del mundo que tan sólo alcanzan los grandes poetas.
            
            Desde "Para ángeles y gorriones" su primer libro publicado en 1956 
            hasta "Cartas para Reinas de otras Primaveras" aparecido este año, 
            la poesía de Jorge es un solo y gran poema que nos habla del tiempo 
            del arraigo, de la nostalgia por las cosas idas, de los amigos perdidos, 
            de sus libros, poetas y escritores favoritos. Siempre su poesía 
            será un hundirse en la melancolía, en cada cosa próxima, 
            en los colores y la música de todo lo verdadero y esencial 
            de la vida. Escribimos estas palabras y nos surge la tentación 
            de hablar indefinidamente de su poesía, pero estamos ciertos 
            que todo lo que se diga, será siempre poco frente a la magia 
            de recorrer cada uno de sus poemas, sintiendo que no leemos un libro, 
            si no que estamos frente al amigo que nos habla con sencillez y belleza. 
            Quisiera simplemente recordar algo así como una deuda de vida 
            que tenemos con Jorge. Creo que nadie como él ha sido tan importante 
            y revelador en lo que concierne a nuestro oficio de escritor. Son 
            de esas cosas que nadie se propone ni dice, pero que se dan y marcan 
            a fuego. Podría mencionar muchos hechos, pero me conformo con 
            contar que al titular mi primer libro de poemas lo hice pensando en 
            un verso suyo que dice: "El poeta derribado es el árbol 
            rojo que señala el comienzo del bosque"; lo cual más 
            allá de un verso, me parece una suerte de arte poética 
            y de actitud frente a la vida. Lo otro, es decir que cuando intentamos 
            esa aventura en los siete mares que se llamó "La Gota 
            Pura", Jorge estuvo siempre a nuestro lado aportando su sensibilidad 
            e inagotable conocimiento sobre poesía, y de alguna manera 
            esa revista pretendía recoger una mínima parte de lo 
            que fue "Orfeo", la mejor revista de poesía que haya 
            existido en Chile y cuyo responsable principal fue Jorge Teillier. 
            
            
            Pensar en los 50 años de Jorge Teiller es hacerlo en torno 
            a uno de nuestros más grandes poetas, y también en ese 
            espacio de libertad que ha sido la poesía en todos estos años 
            de dictadura. La poesía siempre sera un gesto de rebeldía 
            y un llamado al porvenir. Tal vez por esto mismo el nombre de Jorge 
            Teillier ha sido acallado de muchas tribunas públicas, pero 
            no del corazón de quienes entienden que la verdad termina por 
            imponerse. Por esto y por muchas otras cosas celebramos los 50 años 
            de Teillier con la alegría de celebrar a un amigo, a un hermano 
            mayor, aunque no lo veamos todos los días, lo llevamos a nuestro 
            lado más allá de las palabras y de los mezquinos olvidos 
            cotidianos.           
Ramón Díaz Eterovic
            Santiago, 1985 (en Contramuro, Homenaje a lomysite0 años de Jorge 
            Teillier) 
          
  
          
  
          
JORGE 
            TEILLIER O EL ESPEJO DE LA MEMORIA 
          
 
            "Si 
              un hombre atravesara el paraíso, y 
              le dieran una flor como prueba de que
              había estado allí, y si al despertar encontrara
              esa flor en su mano. ¿Entonces, qué?
            Coleridge
          
          Escoger una selección de 
            poemas y realizar una presentación que grafique la experiencia 
            poética de Jorge Teillier es bastante difícil, pues, 
            no solo se trata de ilustrar sobre su concepción de la poesía 
            sino, ser fiel con la obra del autor que nos preocupa.
            
            Jorge Teillier, nació en el sureño pueblo de Lautaro, 
            un 24 de junio de 1935 -fecha en que muere Carlitos Gardel-, su nacimiento 
            se perpetró entre Araucarias y lluvias, entre somnolientos 
            puentes y multicolores atardeceres de invierno, donde el tiempo fluye 
            parsimonioso e íntimo, como una fotografía color sepia 
            que se llueve de recuerdos por los cuatro costados.
            
            Estudió en los liceos de Lautaro y Victoria, luego continuó 
            los superiores de Pedagogía en Historia de la Universidad de 
            Chile, de ahí pasó a integrar la redacción del 
            Boletín de dicha universidad, del cual llegó a ser su 
            director.
            
            Es uno de los poetas más representativos de la generación 
            del 50, junto a Efraín Barquero, Rolando Cárdenas, Enrique 
            Lihn, Armando Uribe Arce, cada uno con sus particulares formas de 
            enfrentarse al quehacer poético, tuvieron la difícil 
            misión de coexistir -pacificamente- con don Pablo de Rockha, 
            Pablo Neruda, Nicanor Parra, Braulio Arenas, Humberto Díaz 
            Casanueva, Rosamel del Valle y muchos otros grandes vates, que eran 
            diez o veinte años mayor que ellos.
            
            Sus publicaciones más conocidas son: "Para Angeles y Gorriones" 
            (1956), "El Árbol de la Memoria'' (1961), "Crónica 
            del Forastero" (1968),"Muertes y Maravillas" (1971), 
            "Para un Pueblo Fantasma" (1978) y su último libro 
            "Cartas para Reinas de otras Primaveras" (1985). Su poesía 
            ha sido traducida al inglés, francés, alemán, 
            eslovaco, sueco, italiano y rumano, entre otros.
            
            En las lecturas de Rilke, Esenin, Tralk, Milocz, Fournier, de los 
            movimientos Beatniks y Hippies en norteamérica, entre otros 
            autores, se van descubriendo semejanzas que llevan a Teillier en 1965 
            a publicar "Los Poetas de los Lares" en el boletín 
            56 de la Universidad de Chile, donde se plantean los aspectos fundamentales 
            que constituyen esta nueva visíon de la realidad en la poesía, 
            refiriéndose principalmente a las influencias y exponentes 
            dentro del país.
            
            La poesía de Jorge Teillier, ha sido calificada de neorromántíca, 
            nostálgica y hasta de pesimista, pero diremos junto a Jorge 
            Edward que: "...la verdad que los poetas optimistas han sido 
            escasos... y que la melancolía creadora de los poetas construye..." 
            
            
            La condición humana y el tiempo en la poesía de Teillier, 
            se nos revela como el paraíso perdido de la infancia, desde 
            esta intuición -poética-, comienza una búsqueda 
            por la identificación con su doble, es el esfuerzo permanente 
            por reencontrarse con el mágico mundo de la niñez. Así 
            la muerte, los derrotados y los pasados de moda se resisten a quedar 
            en el olvido, pues coexisten con uno. Por esto cada verso y poema 
            estan impregnados de una carga emotiva, con una tensión e intensidad 
            delicadísimamente suave, que nos lleva a la añoranza 
            y al recuerdo; se restituye así, aunque fragmentariamente, 
            la fragilidad de nuestra memoria. De esta forma la breve etapa de 
            la niñez se nos muestra llena de espontaneidad, inocencia y 
            sensibilidad, por eso Teillier siempre está en un viaje de 
            regreso para alcanzar ese estado ideal. Por tanto el vino y los bares 
            no responden a un deseo de enajenación, sino a la angustia 
            y soledad que ha provocado su vocación por hallar la condición 
            de Pureza en el mágico mundo de la infancia.
            
            Una poesía íntima que evoca los momentos de privacidad 
            y silencio del hombre, no siendo una poesía hermética 
            deja de parecemos menos compleja por su contenido y valor, pues en 
            ella reconocemos parte importante de lo que es esencialmente el chileno, 
            poesía en busca del arraigo que le permita descubrir los misterios 
            del ser humano y reconstruir ese orden inmemorial extraviado, poesía 
            carente de subterfugios y de artificiosidad efectista.
            
            Jorge Teillier y su poesía, es un mismo acto, ya que la experiencia 
            poética de vida es base sustancial de su plano escritural, 
            el poema es un resultado accidental dentro de su vida y la palabra 
            carece de valor en sí, son las situaciones las que dan jerarquía 
            a su poesía; por esto Ignacio Valente (crítico de El 
            Mercurio) ha dicho de Teillier que no es de aquellos que "son 
            poetas porque escriben poemas" sino "escriben poemas porque 
            son poetas".
            
            Por el hecho que la poesía de Teillier, esté inclinada 
            a un lenguaje coloquial, casi conversacional, el poeta establece con 
            el lector una complicada relación de complicidad en torno a 
            la revalorización de nuestro pasado, comprometiéndolo 
            emotivamente en una difícil dinámica de rescatar el 
            ayer oculto en la memoria.
            
            También debemos decir que las breves pero fundamentales colecciones 
            de poemas antologados en el libro "Muertes y Maravillas", 
            nos indica que su lenguaje era más íntimo, personal 
            y subjetivo y hace de estos poemas como él dice: un libro de 
            revelación. Los que vienen, "Para un Pueblo Fantasma" 
            y "Cartas para Reinas de otras Primaveras", nos llegan con 
            un lenguaje más documental, sobre todo en su último 
            libro donde se rescatan personajes y situaciones que ya no parecen 
            deslumbrar como en los primeros poemas y libros, todo indicaría 
            que la vida -en la poesía de Teillier- es circular (se da por 
            rotación), donde todo se vuelve a repetir, deja de revelarse 
            lo mágico y enigmático de la vida y la historia. Por 
            esto se podría afirmar que "Para un Pueblo Fantasma" 
            es un libro de transición entre el revelar de "Muertes 
            y Maravillas" y el agotamiento de "Cartas para Reinas de 
            otras Primaveras"; así Teillier cierra un ciclo tocando 
            su punto más alto en la experiencia dramática de su 
            poesía.
            
            
            Demián Moreno
            Septiembre de 1985. En Contramuro (Homenaje a los 50 años de 
            Jorge Teillier)          
  
          
  
          
VIAJERO TEMPORAL
            
             
          
 
            
              
              "Pero en realidad, nunca sé en verdad
              lo que voy a decir hasta que ya lo he dicho ".
              Jorge Teillier
          
          
            Cuando Jorge Teillier llega a los veintiún años de edad, 
            emprende un largo viaje de adioses y bienvenidas. Se interna en un 
            mundo poético de espejos, allí donde se refleja la propia 
            mirada y, más al fondo, repitiéndose en la circularidad 
            del universo, la interrogación .acerca del pasado. Una dinámica 
            de signos y armonías penetra el misterio y la magia de las 
            cosas y los asuntos vitales del hombre. De ese animal racional que 
            a fuerza de buscar la perfección sobre la bestia resbala frecuentemente 
            a la ceguera de los abismos.
            
            El tiempo mismo entra en la discusión. No es tan simple marcar 
            los periodos entre el acontecimiento anterior y éste que ocurre 
            ahora. Envueltos en el texto, nos parece que nada hubiese pasado: 
            una palabra suya suele dar en el blanco del presente: las esquirlas 
            connotativas se expanden, y en el viaje hacia atrás, ¿los 
            árboles se quedan, o nosotros?
            
            Todo parece ocurrir efectivamente en el instante del estallido vital. 
            Pero la explosión no mata. Tampoco es plácida: produce 
            en el lector un desplazamiento del lugar donde se encontraba su inteligencia. 
            Es el choque, la emoción. En su voz no se encuentra el tono 
            de las regresiones. A Jorge lo fascinan las ventanas. ¿Está 
            el hombre inevitablemente encerrado en el marco? Desde su puesto de 
            observación en el tren, su mirada es un arpón plácido 
            que atrae los objetivos y la dignidad de lugares habitados por gente 
            sencilla. Hay en su poesía una bella lección para el 
            hombre fugaz: consiste en saber mirar mejor. Estas ventanillas de 
            trenes veloces pueden abandonarse en cada estación inventada 
            para bajar y volver sobre sí mismo. El tren -de sorprendente 
            recurrencia en su poesía- solo en apariencia deja cosas y personas 
            atrás. Va hacia adelante también, a descifrar tal vez 
            el único misterio: uno mismo. El hombre en sus poemas. ¿Quién 
            es? Viajero que accede a la eternidad... "Siempre hay en mí 
            un amor que no muere / y eso te lo dirán los pueblos donde 
            el tren no se detiene...". Aquí no se inician viajes ni 
            se terminan en los puertos marítimos o aéreos donde 
            certos grupos pequeños entran en las máquinas. Jorge 
            prefiere las estaciones de ferrocarriles "Prefiere" significa 
            aventurar una posibilidad de elección que pudiera ser necesariamente 
            espontánea. En los andenes, como en ninguna otra parte, se 
            reúnen las multitudes. De etapa en etapa, unos llegan, unos 
            se van. Otros esperan. Un largo y angosto universo de maquinarias, 
            establece otras claras y odiosas divisiones: los hombres de primera 
            clase, con estrella; los de segunda, a estrellones, y los de tercera, 
            estrellados. En cada viaje la esperanza del día. Tiemblan tristes, 
            alegres, los pañuelos. El viento -otro elemento recurrente 
            en la poesía de Jorge Teillier- es un motor físico y 
            espiritual. Está presente a cada momento.
            
            En la poesía única de Jorge, en la voz más inteligente 
            y emotiva de cuantos poetas viven hoy en Chile (en ella no hay regla, 
            ni compás, ni escuadra) no existen el odio ni el rencor. En 
            Teillier -raramente- poeta y poesía se parecen. Leal, amistoso, 
            lleno de amor, voz y presencia elevan bellamente la dignidad del espíritu 
            humano.          
Los vientos soplan en el texto movedizo. La lluvia moja 
            las ventanas de los trenes, limpia el cristal que atraviesa la mirada. 
            Y en las estaciones también nace y muere el amor estrepitoso. 
            Poesía, cuento, anécdota. Armamos una historia con versos 
            de distintos poemas: 
          
            "Sí, esta es la misma estación que descubrimos 
              juntos" (1)
              "Y tú habrías citado un verso mío/ escrito 
              en la misma estación:/ me acostaré con cualquiera, 
              menos contigo./ Las ruedas del tren me repetían esa frase..." 
              (2)
              "Mientras parte el tren en donde viaja una muchacha/ que se 
              ha ido diciendo que nunca me querrá/ que se acostará 
              con cualquiera, menos conmigo,/ que ni siquiera me escribirá 
              una carta..." (3)
          
          Ya es hora de poblar la ventana junto a Jorge, sumirnos 
            en el ensueño, a suficiente distancia de la situación 
            presente. Sobre nosotros mismos. "Y comenzaremos a ser otra vez 
            los desconocidos/ que hace años semiraban y miraban/ sin atreverse 
            a decir que iban a amarse".          
Jorge Teillier. Honor para Chile. 
          
Fernando Jerez. 
          
          
            (1) "Sentados frente al fuego", de "Poemas 
              del país de nunca jamás", (1963)
            (2)"Por última vez", de Idem.
            (3) "Los trenes de la noche" (1964)
           
           
          Un dia seremos leyenda... 
            lo dijo Teillier
          Una carta oscura, llena de imágenes de un pasado 
            de horas muertas y de cerebros consumidos por el sol, me recuerda 
            a esas tardes de besos, arena dura (casi piedras), nubes de las de 
            Baudelaire, siesta eterna, despertar de vinos y un poema de Teillier. 
            Es quizás este recuerdo, el que me lleva a rendirle desde aqui, 
            una dedicatoria al poeta Teillier que se hace oir en medio de tanto 
            ruido. Su muerte, el 22 de abril de 1996, no paró la belleza. 
            Y ahora en el 2002, en un año que quizás nunca pasó 
          por su mente, esta sección será armada por palabras 
            del que dijo: “un dia seremos leyenda”.
            
            Comercio. Un libro de Edgar Poe, un pasaje de tren,/ un remolino, 
            un llavero sin llaves, una manta/ araucana, un calendario, un jarro,/ 
            un payaso de trapo, un mapa de Cautin, el retrato de un gato,/ una 
            maleta vieja, una peineta, una camisal negra,/ un programa del Hipico, 
            un poema inconcluso, una/ ficha de teléfono, un disco de Zarah/ 
            Leander/ un puñado de cartas, la torre del Tarot, un alfil/ 
            blanco, un revólver sin nuez, una manzana.
            
            Turismo. Hay pueblos hermosos y pintorescos, donde el tiempo 
            parece haberse detenido y que l0s chilenos debieran aprender a descubrir, 
            asi como se descubrieron, guiados por Azorin, l0s pequeños 
            pueblos de España. Fuera del clima, la hospitalidad proverbial 
            del sureño, y las comidas y bebidas de la zona, el visitante 
            puede conocer l0s últimos reductos de nuestra raza autóctona, 
            ya en vias de transculturación.
            
            Carteo. Simplemente/ No me acostumbro a ver llegar la tarde,/ 
            el vuelo de l0s tordos, el ruido del canal,/ las lágrimas malévolas 
            de l0s floripondios,/ y el dormitar envidiable de l0s gatos/ sin compartirlo 
            con tus ojos azul.
            
            Jorge. (PD: El telegrama lo envio por mano/ porque tiene más 
            de once palabras/ y no sé escribirte menos que ellas/ y por 
            ahora no tengo dinero para escribirte más).
            
            Novedades. Mis amigas son tres y vamos a ver pasar l0s trenes/ 
            Sól0 a una de ellas le he tocado las mejillas/ Después 
            que ella me ha dicho que me cuide/ Tú sabes que a mi no me 
            gusta el mar/ Demasiado grande/ Es mejor mirarlo en un calendario 
            ridiculo/ Ridiculo como debo ser yo volviendo a ser un adolescente/ 
            Para el cual el tren/ Es la llave que abre mi puerta/ La hoja que 
            pasa volando.
            
            Webeo. Bradbury, como todo gran escritor, crea un mundo propio, 
            maravilloso, de cohetes que parten hacia el espacio como gigantescas 
            flores rojas, astronautas condenados a girar eternamente alrededor 
            del sol, robots que terminan por reemplazar a sus dueños, casas 
            que tienen vida propia. Todos estos elementos, descritos con una perfecta 
            correspondencia entre colores, sonidos y perfumes -como lo pedia Baudelaire-, 
            con una extraordinaria riqueza de fulgurantes imágenes, que 
            forman un estilo que nos hace observar con reticencia el seco naturalism0 
            y la sequedad de prosa de editorial de El Mercurio que caracteriza 
            gran parte de la prosa chilena de estos dias.
            
            Recuerdo. Pasado el tiempo, a la salida del Instituto Pedagógico 
            de la Universidad de Chile, aguardaban nuestra llegada lugares como 
            Las Lanzas, Los Cisnes o El Center de Irarrázaval con Macul, 
            donde nos solía invitar nuestro profesor Ricardo Latcham. “Empecemos 
            el cañoneo a babor y estribor, muchachos”, exclamaba.
            
            Ahora solo queda despedirse, por hoy o quizá para siempre. 
            Cuando todos se vayan a otros planeta/ yo quedaré en la ciudad 
            abandonada/ bebiendo un último vaso de cerveza,/ y lueg ovolver/ 
            al pueblo donde siempre regreso/ como el borracho a la taberna/ y 
          el niño a cabalgar/ en el balancín roto.
          
          Vicente Clua. 
            En La Nación, 15 de abril de 
          2001. 
          
            
            
          
          Retrato de un poeta
          Daniel Fuenzalida ha recopilado en un libro un monton 
            de entrevistas que el poeta Jorge Teillier concedio, durante mas de 
            tres décadas, a diversos medios de comunicación. El 
            libro, publicado por Quid Ediciones y titulado simplemente “JorgeTeillier: 
            entrevistas (1962-1996)”, es un apasionante retrato de un hombre al 
            que le disgustaba callar, posar y mentir. 
            
            Al leer estas entrevistas, es posible seguir los pasos vitales del 
            poeta: lector voraz de literatura nórdica, becario en Italia, 
            juez benévolo pero vigilante de la literatura chilena, eterno 
            roedor del hueso de la melancolia, individuo carcomido por la muerte 
            y el alcohol que miraba la vida como a un amigo perdido en el bosque. 
            Su mayor quiebre -como el de tanta gente en Chile- se puede fechar 
            alrededor de 1973, cuando su padre y muchos de sus amigos partieron, 
            cuando lo único que le quedó fue su vida privada, que 
            poco a poco se fue privando de él. En esa trayectoria, la poesía, 
            su poesía, nunca dejó de palpitar.
          Cuando se acercaban a Teillier, sus admiradores -y no pocos periodistas- 
            por lo general iban en busca del poeta maldito, del alcohólico 
            divino, del "viejo lindo" y una y otra vez se encontraban 
            con un caballero finalmente muy formal que preferia calificarse de 
            flojo antes que de maldito, que queria al vino pero no lo amaba. En 
            la autodestruccion de Teillier no habia -no hay- lecciones que tomar, 
            y el poeta se cuidaba much0 de no caer en las categorias fáciles 
            que sus seguidores le endilgaban. 
            
            Leyendo la recopilacion de Fuenzalida, recordé la única 
            vez que vi a Teillier. Acababa de leer poemas en un encuentro de estudiantes 
            de literatura y se puso a conversar con algunos jovenes. El permanecía 
            aplastado por su propio aliento en una silla de plástico, murmurando, 
            con los labios congelados con tanto vino que habia tomado. Para escucharlo, 
            había que agacharse y acercarse casi hasta su boca. Teillier 
            parecia estar de acuerdo con todos los que lo rodeaban, parecía 
            musitar cualquier cosa, parecía perderse y no importarle, y, 
            sin embargo, si uno transcribía sus palabras una tras otra, 
            se percataba de que hablaba con un sentido común, una sabiduría 
            y una amenidad envidiables. Creo que el tema era la historiografía, 
            una de sus pasiones, y sentí que su borrachera era una máscara, 
            una forma de aceptar la fría sala donde se desarrollaba la 
            escena, un abrigo en el que aún flotaba el timido provinciano 
            que un día había llegado desde Lautaro. 
            
            El borracho nunca había dejado de estar lucido, pero como sabía 
            que en esa época la lucidez en Chile era peligrosa (podían 
            matarte o dejarte solo por mucho menos que eso), se embriagaba para 
            que sólo lo comprendiera el que quisiera comprenderlo. Así 
            se salvo de muchas muertes no elegidas, para elegir la suya. Ahora 
            sólo quedan sus palabras. 
          Rafael Gumucio
            Las Ultimas Noticias, 2 de abril de 2002
          
            
            
          
            
           Muerte y maravilla de Jorge 
            Teillier
          Nuestro querido amigo y admirado poeta, Jorge Teillier 
            acaba de morir. Pero una vez más, acaba de nacer, como cada 
            día junto a alguno de sus lectores alcanzados por la inesperada 
            belleza de sus poemas.
            
            Como pocos nos ha dejado no sólo uno de los mejores legados 
            de nuestra inagotable tradición lírica, sino que nos 
            entregó además un nuevo país, poblado de aldeas 
            y fantasmas, más reales y definitivos que el Chile en que vivió 
            y fue transmutando pausada y decididamente en leyendas, mitos, utopías 
            que, por fortuna, no podrán ser jamás destruidos por 
            ninguna catástrofe de las que hemos presenciado en las últimas 
            décadas.
            
            Ellos acompañaran nuestra propia existencia con una más 
            rica y profunda vida: la que él le fue arrancando a su ser 
            para hacerla más bella y deseable.
            
            Uno de mis recuerdos más persistentes de Jorge Teillier, misteriosamente 
            (como todo lo que lo rodea), se relaciona con uno de sus poemas breves 
            y, en forma reveladora, en Lautaro, donde me había invitado 
            a pasar ese verano de los años 56 o 57. Estábamos a 
            orillas de una pequeña laguna, a pocas cuadras de su casa, 
            en ese pueblo semirural con mucho olor a campo, entre construcciones 
            de madera y tejas, calles de tierra y algún cureña caminando 
            o que sale o entra a uno de sus bares. Pueblo evanescente y mediatizado 
            por un aire que alejaba de la realidad y creaba un clima propicio 
            a la melancolía y a un cierto desgano contemplativo. De la 
            lagunilla salían lanzas de totoras, a poca distancia asomaban 
            unos girasoles, y en lo alto cruzaban parejas de patos.
            
            De pronto, un caballo viejo asomó su cabeza. 
            
            Ya estaba hecho el poema, faltaba escribirlo.
           Pero años después, luego de una larga temporada en los 
            Estados Unidos, leo el poema en uno de sus libros aparecido durante 
            mi ausencia: Muertes y maravillas:
           
             
               
                Sentado en el fondo del patio 
                  trato de pensar qué haré en el futuro, 
                  pero sigo el vuelo del moscardón 
                  cuyo oro es el único que podría atrapar, 
                  y pierdo el tiempo saludando al caballo
                  al que puse nombre un mediodía de infancia 
                  y que ahora asoma 
                  su triste cabeza entre los geranios. 
              
            
          
          De estas experiencias simples, cotidianas, de un espíritu 
            que se aleja de la realidad y, sin embargo, descubre en ella lo que 
            existe detrás: la esencia de las cosas como vio Platón, 
            está hecha su poesía, que no aspira a ser trascendente, 
            ni metafísica, ni pretendidamente existencial, sino extraer 
            de ese roce entre su subjetividad y el mundo, una belleza destinada 
            a hacer un poco más tolerable la vida 
            para los demás. De aquí igualmente su sentido permanente 
            de la justicia, su sueño por una existencia más verdadera 
            y feliz para los hombres:
           
             
              
                 Tú sabías que la poesía debe ser usual 
                  como el cielo 
                  que nos desborda
                  que no significa nada si no permite a los hombres 
                  acercarse y conocerse
                  la poesía debe ser una moneda cotidiana
                  y debe estar sobre todas las mesas 
                  como el canto de la jarra de vino que ilumina los 
                  caminos del domingo.
              
            
          
          Así decía en un poema titulado El poeta de este mundo, 
            dedicado a René Guy-Cadou.
          Y él curiosamente era también un poeta que situado 
            siempre al margen de la realidad fue sin embargo un gran poeta de 
            este mundo.
          Jaime Valdivieso
            Punto Final, 26 de mayo de 1996.