Jorge Teillier

 
 

 

POEMAS DEL PAÍS DE NUNCA JAMÁS
Colección El Viento en la llama, dirigida por
Armando Menedín
Imprenta Arancibia Hnos.
Santiago de Chile, 1963


UN DESCONOCIDO SILBA EN EL BOSQUE

Un desconocido silba en el bosque.
Los patios se llenan de niebla.
El padre lee un cuento de hadas
y el hermano muerto escucha tras la puerta.

Se apaga en la ventana
la bujía que nos señalaba el camino.
No hallábamos la hora de volver a casa,
pero nos detenemos sin saber donde ir
cuando un desconocido silba en el bosque.

Detrás de nuestros párpados surge el invierno
trayendo una nieve que no es de este mundo
y que borra nuestras huellas y las huellas del sol
cuando un desconocido silba en el bosque.

Debíamos decir que ya no nos esperen,
pero hemos cambiado de lenguaje
y nadie podrá comprender a los que oímos
a un desconocido silbar en el bosque.

 

JUEGOS

A Sebastián y Carolina.............

Los niños juegan en sillas diminutas,
los grandes no tienen nada con qué jugar.
Los grandes dicen a los niños
que se debe hablar en voz baja.
Los grandes están de pie
junto a la luz ruinosa de la tarde.

Los niños reciben de la noche
los cuentos que llegan
como un tropel de terneros manchados,
mientras los grandes repiten
que se debe hablar en voz baja.

Los niños se esconden
bajo la escalera de caracol
contando sus historias incontables
como mazorcas asoleándose en los techos
y para los grandes sólo llega el silencio
vacío como un muro que ya no recorren sombras.

 

LOS DOMINIOS PERDIDOS

A Alain-Fournier ..........

Estrellas rojas y blancas nacían de tus manos.
Era en 189... en la Chapelle d'Anguillon,
eran las estrellas eternas
del cielo de la adolescencia.
En la noche apagaste las lámparas
para que halláramos los caminos perdidos
que nos llevan hacia un laúd roto y trajes de otra época,
hacia una caballeriza ruinosa y un granero de fiesta
en donde se reúnen muchachas y ancianas que lo perdonan todo.

Pues lo que importa no es la luz que encendemos día a día,
sino la que alguna vez apagamos
para guardar la memoria secreta de la luz.
Lo que importa no es la casa de todos los días
sino aquella oculta en un recodo de los sueños.
Lo que importa no es el carruaje
sino sus huellas descubiertas por azar en el barro.
Lo que importa no es la lluvia
sino sus recuerdos tras los ventanales del pleno verano.

Te encontramos en la última calle de una aldea sureña.
Eras un vagabundo de barba crecida con una niña en brazos,
era tu sombra —la sombra del desaparecido en 1914-
que se detenía a mirar a los niños jugar a los bandidos,
o perseguir gansos bajo una desganada llovizna,
o ayudar a sus madres a desvainar arvejas
mientras las nubes pasaban como una desconocida,
la única que de verdad nos hubiese amado.

Anochece.
Y al tañido de una campana llamando a la fiesta
se rompe la dura corteza de las apariencias.
Aparecen la casa vigilada por glicinas, una muchacha
leyendo en la glorieta bajo el piar de gorriones,
el ruido de las ruedas de un barco lejano.

La realidad secreta brillaba como un fruto maduro.
Empezaron a encender las luces del pueblo.
Los niños entraron a sus casas. Oímos el silbido del
titiritero que te llamaba.
Tú desapareciste diciéndonos: "No hay casa, ni
padres, ni amor: sólo hay compañeros de juego".
Y apagaste todas las luces
para que encendiéramos
para siempre las estrellas de la adolescencia
que nacieron de tus manos en un atardecer de mil
ochocientos
noventa y tantos.

 

EN LA SECRETA CASA DE LA NOCHE

Cuando ella y yo nos ocultamos
en la secreta casa de la noche
a la hora en que los pescadores furtivos
reparan sus redes tras los matorrales,
aunque todas las estrellas cayeran
yo no tendría ningún deseo que pedirles.

Y no importa que el viento olvide mi nombre
y pase dando gritos burlones
como un campesino ebrio que vuelve de la feria,
porque ella y yo estamos ocultos
en la secreta casa de la noche.

Ella pasea por mi cuarto
como la sombra desnuda
de los manzanos en el muro,
y su cuerpo se enciende como un árbol de pascua
para una fiesta de ángeles perdidos.

El temporal del último tren
pasa remeciendo las casas de madera.
Las madres cierran todas las puertas
y los pescadores furtivos van a repletar sus redes
mientras ella y yo nos ocultamos
en la casa secreta de la noche.

 

CARTA DE LLUVIA

Si atraviesas las estaciones
conservando en tus manos
la lluvia de la infancia que debimos compartir
nos reuniremos en el lugar
donde los sueños corren jubilosos
como ovejas liberadas del corral
y en donde brillará sobre nosotros
la estrella que nos fuera prometida.

... Pero ahora te envío esta carta de lluvia
... que te lleva un jinete de lluvia
... por caminos acostumbrados a la lluvia.

Ruega por mí, reloj,
en estas horas monótonas como ronroneos de gatos.
He vuelto al lugar que hace renacer
La ceniza de los fantasmas que odio.
Alguna vez salí al patio
a decirle a los conejos
que el amor había muerto.
Aquí no debo recordar a nadie.
Aquí debo olvidar los aromos
porque la mano que cortó aromos
ahora cava una fosa.

El pasto ha crecido demasiado.
En el techo de la casa vecina
se pudre una pelota de trapo
dejada por un niño muerto.
Entre las tablas del cerco
me vienen a mirar rostros que creía olvidados.
Mi amigo espera en vano que en el río
centellee su buena estrella.

Tú, como en mis sueños vienes
atravesando las estaciones,
con las lluvias de la infancia
en tus manos hechas cántaro.
En el invierno nos reunirá el fuego
que encenderemos juntos.
Nuestros cuerpos harán las noches tibias
como el aliento de los bueyes
y al despertar veré que el pan sobre la mesa
tiene un resplandor más grande que el de los planetas enemigos
cuando lo partan tus manos de adolescente.

... Pero ahora te envío una carta de lluvia
... que te lleva un jinete de lluvia
... por caminos acostumbrados a la lluvia.

 


 
 


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