Jorge Teillier



 

Durante este año, en una fecha aún por fijar, los restos de Jorge Teillier
serán trasladados a su tierra natal, Lautaro.


Por Iván Quezada


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A fines del '99 publicaron sus poemas en Argentina y pronto aparecerá una antología en España.
Razones más que suficientes para recordar al poeta de la nostalgia, la soledad y la ternura.



El bar-restaurante La Unión Chica continúa en pie en Nueva York 11, a un costado de la Bolsa de Comercio, como lo estuvo durante la década pasada y la anterior (los ochenta, cuando por gracia del destino se transformó en el refugio de los poetas residentes en Santiago y de los que venían de provincia). Todavía algunos viejos parroquianos de esa época aparecen por sus salones, convertidos en mudos testimonios de un tiempo en que la conversación era el núcleo de una fiesta triste de la inteligencia. Triste, es verdad, pero para quienes todas las tardes buscaban la mesa de Jorge Teillier también era un instante de confianza y amistad alborozada.

"Aturdidos, ciegos vagabundos de la nada", llamaba Teillier a sus camaradas de encierro. Pero el lugar ya no es el mismo. Ahora está más iluminado y el pasillo de entrada lo colmaron de espejos, metáfora elocuente de un ciclo, el nuestro, en que la imagen suele ser más importante que las palabras. A pesar de todo, no falta quien ha visto el fantasma de Teillier en alguno de sus recovecos, incluso mientras aún estaba con vida. ¿Habrá tenido razón cuando decía, tan nostálgico como lo fue siempre, que sería maravilloso perder la memoria y empezar a leer todo de nuevo, recuperando "un estado de disponibilidad de aprender, de volver a ser niños"?



La Repatriación de Teillier

El peregrinaje a la poesía de Jorge Teillier es un idilio con la soledad. Como él solía sostener, los 61 años que en suerte le tocó vivir los transcurrieron en un "tiempo sin tiempo". En ese espacio infinito buscó denodadamente el instante preciso en que afloraba un mismo poema siempre: el que retrataba un mundo interior lleno de paisajes y ternuras de la memoria.

Cuando en abril se cumplan cuatro años de la muerte del poeta -acaecida en 1996 producto de un arraigado cansancio espiritual más que de una dolencia-, se pondrá en marcha la cuenta regresiva para la repatriación de sus restos desde La Ligua a Lautaro, su tierra natal. En su poesía, Teillier anticipó este retorno de una manera indirecta, como era su costumbre al referirse a la muerte:


"Daría no sé cuánto
por descansar en la tierra
con las frías monedas de plata de la lluvia
cerrándome los ojos."


Pero este regreso también será una pequeña resurrección y un reencuentro. En la clarividencia de Teillier el morir jamás fue un acto terminal ni un abandono absoluto de los seres amados. Por eso dijo:


"Todos nos reuniremos
bajo la solemne y aburrida mirada
de personas que nunca han existido,
y nos saludaremos sonriendo apenas,
pues todavía creeremos estar vivos."


Si existe la inmortalidad en la literatura, Teillier está a un paso de conseguirla (muy a pesar suyo, en cierto modo, si consideramos su tendencia al aislamiento).

A fines de diciembre, su poesía se materializó en Argentina en la antología Crónicas del Forastero (Ediciones Colihue, Colección Musarisca). La selección y el prólogo estuvieron a cargo del catedrático chileno Jaime Valdivieso, quien recobró más de cien composiciones representativas de su vasta escritura. Y durante este año, en España, la Editorial Contrapunto publicará un texto similar que se suma a otros muchos libros aparecidos durante la pasada década en los más diversos idiomas: inglés, sueco, ruso, checo, francés, italiano...

¿A qué se debe esta postrera universalización de un poeta como Jorge Teillier, que en vida -en especial en sus últimos decenios- fluctuó de un espacio mínimo a otro, entre bares, largas estadías en La Ligua, siempre rehuyendo la celebridad aunque dispuesto a hablar con cualquiera, con un boxeador retirado, con un vago o con un joven escritor pueblerino? La respuesta hay que pesquisarla en lo que él llamó la "ética del poeta" y que consistía en un apego irrestricto a la naturaleza involuntaria del poema. "Un poeta -declaraba- tiene que buscar su propio grupo, sus amigos, su propio corazón, nada más." Y en ese lugar mítico, en esa "morada irreal" hecha de silencio y soledad, esperar sin impaciencia el armonioso deslizarse de las palabras.



La Vida y la Amada

Altibajos, vaivén: ambas expresiones son las que mejor definen el derrotero de Teillier. Su mundo se hizo añicos no una, sino mil veces a lo largo de su vida. Según Francisco Véjar, amigo y también poeta, el factor clave en la declinación que sufrió Teillier hacia la mitad de su existencia fue el alejamiento de su trabajo en el Boletín de la Universidad de Chile, en 1973. Y, más importante que eso, la separación de su segunda esposa, la pintora Beatriz Ortiz de Zárate. Antes, en cualquier caso, ya había padecido una ruptura matrimonial. Con Sybilla Arredondo, su primera mujer, estuvieron juntos siete años y tuvieron dos hijos: Sebastián y Carolina. Pero esa relación acabó de un modo natural al sobrevenir el profundo enamoramiento con Beatriz. De pronto, tras la partida al exilio de casi toda su familia, Teillier se encontró completamente solo con la duda de quedarse en Chile o emigrar, sin manera de ganarse el sustento e incapaz de convencerse de que el mundo ordenado y mágico de su infancia en Lautaro se había muerto a perpetuidad. El poeta se hundió en un hondo desamparo que se vio acentuado por su creciente adicción al alcohol. Entonces, de un momento a otro, se unió sentimentalmente con su tercera pareja, Cristina Wenke.

La plenitud de los años '60 marca un fuerte contraste con el tiempo triste de los '70 y '80. El vínculo con Beatriz, una muchacha de una belleza extraordinaria que deslumbró a Teillier, fue una auténtica fiesta. Escribir, trabajar y amar se convirtieron en la moneda de todos sus días, al menos hasta cuando ella decidió que no podía soportar su alcoholismo.

Beatriz partió a España y Teillier se encerró dentro de sí. Por esa época surgió La Unión Chica como un refugio y un consuelo, ambas características muy presentes también en los poemas que compuso en esos años. En su escritura, el poeta crea su propio espacio libre, que busca permitir "a muchos respirar y vivir mejor, no como en un juego gratuito de evasión, sino como penetración en un mundo otro".

Aquí se da una dualidad fundamental en su trabajo: la melancolía y la nostalgia que tiñen sus escritos no le impiden ser optimista; el dolor no logra romper su fe inquebrantable en la poesía, ni lo vuelve un sarcástico al estilo de Nicanor Parra (cuando jóvenes fueron grandes amigos con Parra, pero luego Teillier se alejó reprochándole a la antipoesía convertirse en un mero "aprovechamiento de la poesía"). Como buen caballero del sur, Teillier creía en saber comportarse. Con los amigos era cálido y alentador; con los enemigos, irónico. Su norma de vida fue mantenerse consecuente a pesar de todo y conservar la poesía chilena para las futuras generaciones. Lo consiguió con una actitud estoica. Después de todo, él pensaba que la escritura era un acto generoso:


"Tú sabías que la poesía
debe ser usual como el cielo que nos desborda,
que no significa nada si no permite a los hombres
acercarse y conocerse.
La poesía debe ser una moneda cotidiana
Y debe estar sobre todas las mesas
Como el canto de la jarra de vino que ilumina los
caminos del domingo."




(Del poema El Poeta de Este Mundo, aparecido en el libro Para un Pueblo Fantasma).

 

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