Teillier: De un sólo trago

 

Aparece el libro "Prosas" de Jorge Teillier que muestra el lado polémico y desconocido
de un poeta único e inolvidable.


Por Sonia Lira



....... Jorge Teillier quiso ser recordado como un poeta a secas. En esa dirección apuntaron cada una de sus decisiones y palabras. Incluso aquellas que no escribió en verso. ¿Qué habría dicho el autor de Para ángeles y gorriones al ver publicados en un volumen todos sus ensayos, artículos y reseñas? Eso ocurrirá el sábado 4 de noviembre en la Estación Mapocho.

....... Editorial Sudamericana presentará oficialmente Prosas, de Teillier, uno de los títulos más esperados de la 20ª Feria Internacional del Libro de Santiago. En el lanzamiento estarán presentes algunos amigos que conocían su opinión, debido a que años atrás le propusieron reunir y editar el material diseminado en diarios y revistas durante los años 60 y comienzos de los 70. Pero el poeta rechazó la idea de plano porque creía que su prosa era un producto desechable, ocasional. Afortunadamente, Sebastián Teillier no piensa lo mismo. A cuatro años de la muerte de su padre, autorizó a la antologadora Ana Traverso para sacar adelante Prosas. Sin duda, el libro era necesario para evitar que la vida del escritor se redujera a un par de anécdotas simpáticas: Teillier, el romántico que un día se batió a duelo con Enrique Lihn en la Quinta Normal. O el artista marginal que durante su último viaje en tren a Lautaro se fue a un bar con un par de borrachitos que dormían en el andén. Quienes están empeñados en transformar al poeta en un fósil de voz baja y caminar pausado, a lo más se permiten ciertas variaciones sobre el mismo tema. Por ejemplo, especular que el día del duelo con Lihn sí se encontraron, pero estaban tan ebrios que terminaron trenzándose a golpes. "Por precaución, tomé la pistola y le dije que nos largáramos porque nos podían asaltar", recuerda el escritor Germán Marín, que ofició de padrino de Teillier.

....... Marín es quien dirige en Sudamericana la colección Biblioteca Transversal donde aparecerá publicado Prosas. Los cerca de 200 artículos reunidos en el volúmen constituyen un gran mosaico de la visión que tenía el poeta del mundo y de su propia obra. En plena euforia de los años 60, Teillier estaba consciente del rol de transformación social que sus pares le exigían a la poesía: "Fácilmente podía ser tratado de poeta decadente, pero a mí me parece que (la poesía) no puede estar subordinada a ideología alguna, aun cuando el poeta como hombre y ciudadano tiene derecho a elegir la lucha a la torre de marfil o de madera o de cemento". El autor de Poemas del país de Nunca Jamás intentó a través de ensayos convencer a sus lectores de las bondades revolucionarias de la poesía lárica (del lar), una escritura volcada hacia la naturaleza, el pasado y la infancia. Al mismo tiempo, cultivó un estilo lo más natural, simple y cotidiano posible. Hasta llegó a defender los lugares comunes y las frases corrientes a las que compara con las piedrecitas redondeadas de los ríos: "hechas preciosas de ser tan gastadas". Prosas también descubre a un Teillier irónico y polemista, que no temía expresar abiertamente sus preferencias literarias o políticas.

....... Quizás el único tema tabú es Lihn, quien aparece sólo en párrafos irreprochablemente objetivos o de implícito sarcasmo. Un ejemplo: "Nicanor Parra es en estos momentos tal vez el poeta más influyente entre las jóvenes promociones de la literatura chilena. Cuando el maestro de la antipoesía estornuda, por lo menos un centenar de discípulos se resfría". Pero también demuestra sentido del humor y desapego consigo mismo. En la crónica Confieso que he bebido, dice que su afición por el vino comenzó cuando era un estudiante de liceo en la Frontera y la siguió cultivando en Santiago, en lugares como Las Lanzas o Los Cisnes. "Para desmentir una especie de 'leyenda negrá debo decir que conocí a Teófilo Cid no en un bar, sino en la Biblioteca Nacional", escribe. En otro artículo publicado en la revista Ultramar recuerda la visita que hizo a Chile Allen Ginsberg. "Apenas llegó a Santiago partió al zoológico, en donde se hizo amigo del oso hormiguero, y luego visitó el café Bosco, en donde trabó amistad inmediata con algunos poetas". Tampoco olvida algunos fragmentos de su conversación con el poeta beat. "Me gustaba Fidel Castro, pero me parece mal que haya prohibido la marihuana", dijo Ginsberg.

....... Ciertamente, Teillier fue injusto al clasificar estas crónicas como "ocasionales". Prueba de ello son los extensos artículos que dedica a escritores desconocidos, como Alberto Rojas Giménez, cuya fuente bibliográfica es hasta el día de hoy un misterio. Además de recordar que Rojas también era un poeta de los temas esenciales -sol, pan, agua y fuego-, relata algunas anécdotas inolvidables. Por ejemplo, la oportunidad en que en un viaje de regreso de Europa estuvo a punto de ser devorado por un enorme tiburón. El capitán del barco había decidido que para distraer al escualo le ofrecerían la mano (de Rojas Giménez): "Afortunadamente, el poeta recordó que en su bolsillo tenía un ejemplar del libro La mano de Sebastián Gaínza, cuento de Tomás Lago, y lo lanzó al tiburón, que falleció víctima de una horrible intoxicación".

........ Por último, Prosas ofrece la oportunidad de conocer bastante de la historia poética de Teillier. Enterarse de que en el pupitre del liceo nació parte importante de los versos que iban a integrar Para ángeles y gorriones. O que Los trenes de la noche son un solo poema escrito de un solo golpe en un viaje de Santiago a Lautaro "mirando por la ventanilla del tren nocturno, escribiendo unos versos en un cuaderno de croquis tras salir a respirar a la pisadera del carro, tras bajarme rápidamente en las estaciones de donde parten los ramales, a tomar un vaso de vino". Escritos Sobre los poetas de los lares (mayo, 1965): Nueva particularidad de esta nueva poesía es la de que los poetas ya no se sitúan como centro del universo con el yo desorbitado y romántico, al estilo de Huidobro ("hablo con una voz venida del principio de los siglos"), Neruda o Pablo de Rokha, sino que son observadores, cronistas, transeúntes, simples hermanos de los seres y las cosas. Los habitantes más lúcidos tal vez, pero, en todo caso, habitantes más de la tierra. Y quizás consecuencia de esta actitud es la de que el lenguaje poético no se diferencia fundamentalmente ya del de la vida cotidiana: no se buscan palabras brillantes y efectistas; se emplean frases y giros corrientes, sin desdeñar por esto las experiencias de renovación verbal en las cuales suela ser un maestro Alberto Rubio.

 

 

Poesía y Estado (julio de 1968): En numerosas ocasiones nos ha tocado oír o leer cómo sociedades de escritores o instituciones piensan en la ayuda estatal para solucionar los problemas editoriales y de divulgación. En esto confieso también mi escepticismo. De una u otra manera, en esta sociedad el poeta es un rebelde, entregado a una actividad antiburguesa, puesto que es antiutilitaria, y precisamente su aislamiento de la masa viene de los tiempos del ascenso de la burguesía al poder político. Conviene al orden establecido que el mensaje de la poesía, con su carga de liberación de lenguaje, de imaginación, permanezca restringido a círculos limitados. En el mundo socialista la situación es distinta, aun cuando la protección estatal tiene sus peligros, pues muchas veces ha resultado (como lo afirmaba Benjamín Péret) que para los políticos la poesía debe ser el equivalente a la publicidad, así como los católicos el equivalente laico de la oración. En ese sentido, me parece que Cuba está dando un buen ejemplo, al eludir todo esquematismo, al dar aliento a todo tipo de experiencia poética. Allí, por el momento y ojalá que para siempre, se están "abriendo cien flores, compitiendo cien escuelas".

 

Lautaro y los trenes (agosto de 1969): Todo pueblo tiene un ritmo, y el ritmo de Lautaro, mi pueblo natal, es el que le da el río y los trenes. Sí, Lautaro es en verdad un pueblo de ríos, de trenes, de campanas, que hubiese amado Thomas Wolfe, el errante y solitario novelista norteamericano. En su viaje desde la cordillera, el río Cautín pasa cortando en dos al pueblo, separándolo del barrio Guacolda, lleno de pintorescas cocinerías, cantinas, molinos, almacenes de frutos del país, dominado por una pequeña capilla vestida de zinc, bellamente decorada por los sacerdotes Capuchinos, provenientes de Baviera. (Cautín en lengua mapuche quiere decir pato silvestre; Guacolda, choclo rojo; Lautaro, halcón ligero... no es acaso todo esto un poema). La línea del ferrocarril atraviesa el pueblo, los trenes que remecen las casas de madera van señalando también el paso de las horas. "Ya pasó el de las doce". "Es tarde, hace rato que sentimos el rápido". Los trenes, esos constantes relámpagos de acero, están unidos al tiempo y siempre se nos está viendo en Lautaro, como una invitación al viejo río, esa ventana abierta al mar (...).

 

Sobre el alcohol y los bares (octubre de 1970):(...) Me gusta un rincón central de Santiago donde sinuosamente se pierde la uniformidad ajedrezada que heredamos de los alarifes españoles, y con un poco de imaginación nos podemos batir, bajo un vuelo de palomas y entre maullidos de gatos vagabundos que nunca faltan, en la ciudad del centro de Europa. Entre otras, las calles tienen nombres como París y Londres, y una sombra china e ignorada, gemela a la de Jack el Destripador, degollador de prostitutas en el Londres de fines de siglo, planea sobre los hoteles de paso que en los años 30 fueron casas de las entonces grandes familias santiaguinas. En ese sector -además de las peñas folclóricas- está situado un Club de Abstemios que el otro día pasé a visitar, "no por simple capricho de poeta", como diría Nicanor Parra, sino porque me interesaba íntimamente todo lo relacionado con el alcoholismo, más aún después que en una librería de viejo logré encontrar Días sin huellas, el estremecedor libro del recientemente fallecido Charles Jackson, que dio origen a la película en que Ray Milland llegó a lo que damos en llamar la fama. No soy ningún moralista y mi tejado en el aspecto alcohol es de vidrio puro. Si le hago caso al S.N.S. estaría, por lo menos, dentro del millón de chilenos bebedores excesivos. Como tal se considera al que ingiere por término medio más de una botella de vino diaria o su equivalente en alcohol (los franceses son más piadosos: es alcohólico el que bebe más de tres litros cotidianos); para retomar el relato diré que entré de visita al Club de Abstemios (uno de los 93 que funcionan en el país) y estuve conversando con varios de los socios, que no tienen ninguna reticencia en contar sus historias. En total, son más o menos semejantes: perdieron hogar, trabajo, amistades por el beber excesivo, hasta terminar en las "embajadas" (como se llama entre el gremio a las hospederías) o aun en la calle pidiendo limosna, con el clásico tarrito en la mano. A veces por sola voluntad, otras veces tras un tratamiento antialcohólico, abandonaron el vicio. Agrupados en su club reproducen el mismo ambiente de bar, con la diferencia de que sólo se bebe refrescos o café. Porque el "curado" chileno encuentra en el bar su lugar metafísico, en donde está libre de la rutina cotidiana, y por algo un amigo mío decía "quiero mucho a mi hogar porque es mi segundo bar" (...).

 

Hipopótamos y la UP (noviembre de 1970): Vicente Huidobro, gran "antipoeta y mago", sostiene que el gran peligro del joven chileno es transformarse en hipopótamo, animal lento, pesado, aprovechador y pagado de sí mismo. Lo dice en una entrevista concedida a la revista Hoy en 1941, a raíz del triunfo del Frente Popular, y si lo recuerdo en presente es porque en el triunfo de la Unidad Popular se corre el riesgo de que llegue también la hora de los hipopótamos (...). Cuando en 1964 ganó la Democracia Cristiana las elecciones, varios coetáneos míos se volvieron hipopótamos. El castigo estaba implícito: ahora andan calvos, gordos, oficiales y de cuello duro, y tras seis años de goce, con gran temor de perder su condición hipopotámica. Un poeta -buen poeta, por lo demás-, que se declaraba "pobre como una rata y triste como una tía", después de coquetear con el allendismo y el freísmo, se decidió por lo último y ocupa un alto cargo en cierta repartición. Ahora, seguramente, no halla la hora de seguir en el zoológico (...). Cuando venció la Democracia Cristiana vi a muchos de mis coetáneos que olvidaron sus arrestos marxistas y se incorporaron a las filas triunfadoras, en donde fueron bien acogidos. Pasó también un fenómeno inverso. Varios poetas y escritores de izquierda señalaron en 1964 que lo único que quedaba después de la derrota era abandonar el país. Principalmente los de la llamada "Generación del 50". Unos se fueron a los Estados Unidos, otros a la URSS, otros a China Popular, otros a Francia. Llegaba, decían, el tiempo del desarraigo. Ahora están en su gran mayoría de vuelta o próximos a volver, incorporándose a los partidos populares. Llegan a buscar la ubicación, a transformarse en lentos, graves, pesados hipopótamos huidobrianos, que son capaces de liquidar la juventud de un triunfo en procura de su provecho personal. Vuelven a cosechar lo que no sembraron, amparados en el vago prestigio de haber vivido en el extranjero, tan caro a nuestra mentalidad insular. Hasta -estoy seguro- firmarán manifiestos de hipopótamos. En cambio, los verdaderos poetas se han quedado en el país y no buscan subsecretarías, fiscalías, ministerios o ramos afines, como diría un comerciante minorista. Estoy seguro, por ejemplo, de que Juvencio Valle antes que director de la Biblioteca Nacional -como podría corresponder- aceptaría ser carpintero o guardabosque. Poli Délano me confió que su más sentido anhelo era ser piloto de un remolcador en la bahía de Valparaíso: la poeta (si le digo 'poetisá pierdo su amistad) Stella Díaz Varín quería ser visitadora de parques y jardines; Juan Guzmán Paredes, jockey en el Hípico; el poeta Rolando Cárdenas, guardián del Faro Evangelistas, para meditar solitariamente sobre las vicisitudes de la educación sentimental; Mario Ferrera se describió como un titiritero; Braulio Arenas confía en ser buzo; Gonzalo Rojas, simplemente centinela del mar y de la tierra. Con los verdaderos poetas y escritores no hay peligro. Nunca querrán -como los otros- transformarse en hipopótamos ni en rinocerontes.

 

Revista Que Pasa, Nov. 2000

 


 

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