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Ruptura de Heje, de Rodolfo Ybarra: una nueva propuesta de
crítica poética a partir de su lectura

Por Víctor Coral


Debo una buena parte de las ideas sobre rítmica en el análisis poético esbozados en este texto, a los trabajos del musicólogo Marius Schneider, gran estudioso de la mitología y la cosmología tradicional no occidental que con sus libros Los fundamentos históricos del simbolismo musical (1990) y sobre todo El origen musical de los animales-símbolos (1998), me dio las ideas base de una propuesta de crítica poética que -como se verá- todavía está en formación, pero que de todos modos apunta a refundar la crítica de poesía tradicional.

Schneider ha establecido con claridad enceguecedora una diferencia radical -a partir de sus estudios en tribus africanas y culturas orientales- entre las llamadas altas civilizaciones y las culturas alternas. Cito:

"Mientras el primitivo percibe como esencial el movimiento en las formas y el carácter fluctuante de los fenómenos, las altas civilizaciones -llámese Grecia, Roma o Imperio incaico- ponen en el primer plano el aspecto estático de las formas y el perfil puro y estrictamente geométrico de la forma".

Esto responde a concepciones encontradas de lo real y de lo esencial. La concepción alterna de lo esencial es realista, artística e intuitiva, y tiene carácter dinámico. Además, percibe lo real como series incesantes de flujos y cadenas rítmicas. Para las altas culturas, la concepción de la realidad y por lo tanto su representación es geométrica, científica y abstracta. Su entendimiento de lo esencial es metarreal siempre, ya sea hacia el interior (gnosticismo) o hacia lo exterior (religiones predominantes).

Lo arriba señalado, además, está en concordancia con la concepción del cuerpo y del alma que tienen los individuos de las culturas alternas. Para ellos cada entidad viviente humana(1) está dividida entre cuerpo, sombra y melodía. La sombra del hombre está relacionada con el Sol y es, por así decirlo, el doble del cuerpo material. La melodía tiene que ver con la proyección del hombre en el agua, y su final pertenencia a este ámbito concreto de la realidad. Es como la sombra musical del hombre expresada en el plano acuático. Melodía y sombra, además, no están solamente confrontadas, sino que están jerarquizadas. La melodía se ubica en un plano superior a la sombra y fundamenta la vida de esta. Dicho con palabras de Schneider, la melodía del agua refleja la parte inmortal; la sombra, la parte mortal del alma.

Resumiendo, podríamos decir que la parte inmortal del alma es la forma sonora y el ritmo esencial e imperecedero del hombre. En esta vida la parte mortal del alma es la sombra, y digamos que es la impresión física (luminosa) de la vida corporal.

Con esto ya no estamos lejos de un primer concepto relacionado ahora sí directamente con la poesía. El concepto de "canción propia". No hablamos acá de una producción melódica, sujeta a una duración determinada, unos derechos de autor, y ciertos aspectos relacionados con la difusión. Más bien se trata de la manifestación del ritmo esencial, personal e intransferible que cada individuo conserva en sí. Es como el nombre secreto del individuo, su vínculo particular con el mundo de lo esencial, oculto y sacro. La canción propia está tan vinculada a lo más arraigado de cada individuo que casi siempre los mismo individuos ignoran su canción propia, y el mero intento de imitar la canción propia de otra persona equivale a un intento de sujeción de dicha persona(2).


Breve ruptura

Antes de continuar estas consideraciones dirigidas a la lectura de Ruptura de Heje (Ediciones Caparazón, 2006), valdrá la pena desplegar algunas definiciones que nos dejen seguir trabajando con rigor.

Entendemos el concepto de ritmo en este texto como lo hacía, con extrema brevedad, Aristóxeno de Tarento en la Grecia antigua:

"El ritmo es una puesta en un orden determinado de los tiempos".

Pero debemos amplificar este alcance para alejarlo del sentido que tiene el vocablo en la prosodia tradicional. Así, diremos que ritmo es la impresión vital que una serie de elementos desplegados en el tiempo producen en el observador, impresión ligada directamente a la proporción entre las distintas duraciones de los diversos eventos o grupos de eventos que conforman esa serie". Un ejemplo: la caza de una cebra por una leona implica una serie de movimientos y sucesos que por su relación entre sí generan una impresión rítmica en el observador, más allá de la regularidad o irregularidad de la misma.

Esta concepción del ritmo tiene la particularidad de no restringirse ni a la música ni a la poesía, aunque nos será muy útil para esta última en el momento en que abordemos algunos aspectos del poemario. Ritmo, así, es todo movimiento o despliegue de formas -corporales, lumínicas, sonoras- en el tiempo, toda percepción de cambio que implica movimiento y desplazamiento de algún tipo. Vivimos, pues, en un mundo de flujos y cadenas rítmicas que la vida moderna se ha encargado de ocultar y desvanecer en aras de una dinámica -estrecha y anquilosante- de deseo y satisfacción de deseo que coacta la observación de la verdadera esencia de la realidad concreta. Incluso si tomamos como ejemplo un acto común de la vida moderna: el individuo sentado frente al televisor observando pasivamente. Tenemos ahí un flujo, degradado pero flujo al fin, de información que sin duda responde a un ritmo particular y hasta a un orden numérico me atrevería a decir (los griegos solía utilizar los vocablos ritmos y aritmos casi en el mismo plano semántico) que cuantificable.


In-versos

La posibilidad de la cuantificación nos arroja, temporalmente, al plano vulgar de la prosodia tradicional. Como sabemos, los estudios de versificación tradicional, en especial el jugoso Estudio de versificación española de Pedro Henríquez Ureña, proponen una instrumentación racional y aritméticamente cuantificable para examinar la producción poética. Estamos hablando fundamentalmente del metro. Pero el metro de la crítica es al ritmo vital lo que una fotografía es al paisaje. En cierto modo significa la muerte del fenómeno vivo, su difuminación. Schneider dice que el metro

"es una creación del espíritu humano, mientras que el ritmo constituye un fenómeno dinámico natural, una forma total e indisoluble que será siempre refractaria a cualquier intento de análisis".

Esto me lleva a pensar en la forma en que se ha manifestado esta oposición entre ritmo de vida y examen crítico en la historia de la poesía en lengua castellana (pues estamos todavía dentro de este ámbito con Ruptura de heje). En su clásico trabajo Lenguaje y poesía, el poeta Jorge Guillén establece que los antiguos, prístinos libros de poesía épica de la alta Edad Media estaban inmersos en una suerte de caos métrico y rítmico muchas veces indigesto para los doctos y especialistas. Esto mismo lo corrobora Henríquez Ureña en el tratado citado, cuando dice:

"Desde el siglo XII hasta fines del XIV, el fenómeno de la fluctuación -de la longitud de los versos- existe, salvo excepciones bien contadas, en toda la versificación española, pero con caracteres diversos y en grados distintos."

Guillén asegura que habrá que esperar el siglo trece, con Berceo, para tener la primera experiencia racional y completa de una versificación ad hoc, digámoslo así, que responda a un programa y a una visión determinada de la realidad. Ya lo adivinaron, estamos hablando de la cuaderna vía. Versos de catorce sílabas, agrupados en series de cuatro versos, con cuatro rimas idénticas.

Guillén agrega al respecto:

"el orden tan obvio de la cuaderna vía refleja paso a paso el orden continuo de la Creación bajo la mirada Cristo y la Gloriosa. Frente a las fluctuaciones -o sea, las irregularidades- de la métrica en los cantares épicos, la maestría novísima se edificaba bajo el signo del rigor. Y el poeta ponía su empeño en sostener esa implacable regularidad del mismo esquema estrófico. Significado y ritmo llegan a fundirse matizadamente".

A la luz de lo expuesto, tenemos que mientras más profunda y antigua era la relación de los poetas y del hombre en general con la naturaleza, sus ritmos poéticos (en general, sus ritmos) eran más libres y fluctuantes -llamados irregulares por la crítica-, en tanto que cuando había la necesidad de dar cuenta de una concepción jerárquica y racional de la realidad, se impuso una métrica rigurosa que en la mayor parte de los casos no se correspondió con la naturaleza íntima de la lengua castellana, más bien acentual o intensa que silábica o de duración.

Ahora bien, luego del tour de force lingüístico que significó Un golpe de dados, de Stéphane Mallarmé, para la forma de hacer poesía en Occidente, la poesía más prestigiosa del siglo veinte adoptó el llamado verso libre y la irregularidad rítmica como formas prestigiadas de versificación. Pero secretamente se prolongaba el reinado de la métrica tradicional. Ahora mismo es casi imposible encontrar un poeta de calidad que haya escapado a los rigores de la medida silábica y de ciertos apoyos retóricos como la metáfora o la metonimia. Solo a algunos privilegiados, mediante la exploración de nuevos vectores poéticos, como Haroldo de Campos y su exploración espacial, o Lezama Lima y su barroca respiración contrarítmica, puedo convocar sin hacer un gran esfuerzo de memoria.

El llamado neobarroco de fines del siglo pasado y principios de este -más allá de sus comprensibles pretensiones y blufeos- plantea en este sentido un retorno a esas formas rítmicas irregulares de los albores de la poesía, desentendiéndose, a mi juicio admirablemente, de los corsés correosos de la métrica, el verso, la rima e incluso de la melodía poética. Veremos brevemente con Ruptura de Heje cómo se ha dado esta ruptura, y lo principal, cómo esta nueva concepción de lo rítmico de que he hablado tal vez apresuradamente, está presente entre los versos en apariencia desmedidos, excesivos, del poemario.


Por el Heje de la aguja

Lato sensu, no hay nada en el libro que no pueda ser reducido a formas tradicionales. Encontré por ejemplo esta línea:

Acacharrando nuestros rostros de floripondios/licuefactos capaces de embrujo

Se trata de dos versos tradicionales de catorce sílabas (la división está señalada por el slash) ayuntados en una secuencia rítimica que intenta imprimirles contundencia y un suave misterio (en la expresión "capaces de embrujo"). No me interesa para este examen ingresar al plano semántico. Lo que quiero es señalar la deuda con una versificación tradicional que en otros momentos no se notará o será saldada. Nótese la regularidad de la acentuación, entonces, y compárese con esta otra línea del poema II:

O jabón de ropa restregando las ideas/ de mi no-yo/no-tú/no él

Aquí tenemos conjugados en la misma línea un alejandrino tradicional con un octosílabo más que irregular, insólito. Sus últimas seis sílabas están todas acentuadas, como para darle vigor a la disolución del ser que se quiere representar con la negación de las personas del verbo (pero había dicho que no me iba a meter en cuestiones semánticas). Estamos, pues, frente a un verso híbrido cuyo ritmo obedece a intereses distintos de la inocente métrica y de la disposición armónica de las intensidades acentuales.

Si bien a lo largo de todo el libro hallamos versos aislados endecasílabos y alejandrinos, como "freón inhalado accésit de mis desprecios" o "apuntando siempre al ombligo de lo imposible", lo más significativo en los términos de lo que he venido exponiendo en este ensayo, son aquellos versos donde la propuesta acentual excede los marcos de la versificación tradicional para ponerse al servicio de los íntimos intereses del poeta, de su canción propia como decíamos. Fíjense en la confluencia acentual de:

Porque me sos-tuve de ti Otro no-yo

Donde la división de la palabra "sostuve" crea dos sílabas acentuadas contiguas, y en la última parte del verso se acumulan cuatro sílabas acentuadas contiguas que revelan propósitos muy distintos a los de la versificación tradicional. Se trata de pronombres y personas ocultas del discurso poético cuya existencia está instituida por así decirlo por la acentuación inesperada y contundente.

A manera de resumen, debo decir que en este libro Ybarra se ubica en el terreno de la lucha prestigiosa por emanciparse de las formas tradicionales de hacer poesía. Lucha que no está nunca exenta de rezagos, caídas, repeticiones y hasta inocentadas que de ninguna manera desvirtúan la gran tarea de encontrar la propia canción. Esto implica comenzar a ser fieles ya no a reglas rígidas y ostensiblemente insuficientes(3), sino a nuevas formas de entender el quehacer poético que respondan a las nuevas concepciones de lo Real -ideas para algunos caóticas, para otros proteicas- que se han instalado con lo que llaman hipermodernidad. Nadie discutirá que se necesita un lenguaje refundado y vivo para expresar este nuevo tiempo. Ese lenguaje, en el caso de Ybarra, se muestra hirsuto, polirrítmico, plurifacético y hasta avezado cuando quiere expresar los nuevos contenidos íntimos, como en

"Ahora es momento de redisparar las reciedumbres feéricas
En reglas recíprocas y resinosas
Reinstaurar la región real de reánimos y resperar en revolución reaccionaria
Y reacomodaticia no reces más res"

Donde la recurrencia machacante de las "r" anuncia un estado de ánimo reactivo, ríspido, urgente, y cuyo ritmo acentual cargado concuerda con el contenido, que sugiere una tarea ineludible y tal vez impostergable.

En otras ocasiones, cuando el discurso poético quiere imponer una serie de reflexiones racionales y discursivas, los versos se visten nuevamente con el ropaje estriado de la regularidad rítmica, el metro medido y el verso complaciente y previsible.

"porque todo pasa por no entrar en contradicción
Y saber explicar lo inexplicable, el bótox para no fruncir el seño,
La cirugía para aceptarnos menos horrorosos,
La mentira para ofertarnos a la verdad y entrar en ella…"

Nunca más en ritmo (la expresión no es gratuita) la poesía de estos tiempos como cuando se aleja en su búsqueda y se desentiende del lector sin abandonarlo por completo. Cuando de alguna manera roza la quimera lingüística donde ocurre el encuentro casual y causal de los ritmos nuevos con los contenidos urgentes de estos tiempos. Observemos -mejor, sintamos la música de- este verso memorable:

Con el sólito bermejo ojo de la duda carmesí

Con ese ojo que entiende la duda como creadora aunque ardua (de ahí lo bermejo), y solitaria en su búsqueda particular de la correspondencia con el propio ritmo interno(4), con esa canción propia que no necesita explicar que la confluencia de la vocal "o" en el centro del verso -"sólito bermejo ojo"- nos sugiere plásticamente el órgano humano. Que la confluencia de acentos en torno y dentro de la palabra "ojo" nos entrega a la felicidad, aún esporádica, de una correspondencia entre música y expresión. Algo que el lector hallará, no sin dificultad, con bermejo ojo, en las páginas de Ruptura de heje.

 

 

NOTAS

(1) Hablo de entidades vivientes humanas porque estas sociedades conocen -oficialmente, por así decirlo- entidades humanas no vivientes (fantasmas, deidades, etcétera).

(2) Esto se da con alguna frecuencia, entre las sociedad alternas, en la brujería y la magia ritual, pero es un tema que no nos ocupará en este texto.

(3) La perduración, escondida tras las rupturas versales y la proliferación de versos irregulares, de las medidas tradicionales en la versificación neobarroca actual es difundida y perfectamente rastreable en la mayor parte de los casos examinados. Se da, además, de manera inconciente. Más allá de lo que se pretenda, estamos todavía lejos de emanciparnos de la métrica tradicional, aunque ya se vislumbra el camino.

(4) Ritmo asmático en los casos de Proust y Lezama; arquitectural en el de Haroldo de Campos; gélido y despejado en el de Montalbetti.

 
 

 

 

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