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nada se movió entre los escombros mansos de la boca


por Gonzalo Muñoz

 


Me he propuesto abordar el comentario del poema Doble Vida de Víctor Hugo Díaz desde un ángulo preciso y compartimentado, haciendo foco sobre ciertas particularidades de su construcción, como conjunto de poemas, que me parecen extremadamente activas en el efecto total del libro. Por lo tanto quiero comenzar por indicar el nivel de mi lectura, estableciendo sus limitaciones como condición de su efectividad. Me interesa lo particular del texto: aquello que sólo salta a la vista en una travesía atenta y transversal por sus páginas; aquello que -oculto entre los pliegues del libro- afecta directamente al ritmo, al encadenamiento y a su arquitectura de sentido.

Con esta aclaración inicial, quiero decir que aquello que no asumiré del libro es el orden de problemas en el cual se inserta su significación cultural. Es decir, su correspondencia generacional, su pertenencia a categorías temáticas, su relación al estado de desarrollo del género poético nacional, su deuda o su grado de ruptura con otros textos patrimoniales, etc.

No asumiré ese orden de problemas, pues quiero fijarme con mayor agudeza en ciertos problemas de engaste del texto, que me parecen notables. Y porque de alguna manera sospecho -soy en último término un escritor, no un crítico- que el ejercicio de inserción de un texto en su circunstancia cultural siempre opaca de un modo u otro su grado de relevancia productiva.

En suma, quiero apostar a una singularidad en la cual adivino ciertas diferencias lúcidas y activas, dejando de lado una generalización en la cual no veo claro. No veo claro en el orden cultural de hoy día.

El poema hace un guiño desde el título, y ese guiño -si se atiende a él- nos abre a la inmersión en una delicada arquitectura interna que se extiende a través del texto, sosteniéndolo temblorosa y sorprendentemente. Pienso en el título Doble Vida actuando como bisagra. Doble Vida, aparece entonces como el primer doblez de un texto que se revela absolutamente doble. Doblado sobre sí mismo y en ese sentido, portador de un doble estatuto en el cual siempre se juegan grados de certidumbre relativos y sospechosos.

Frente al título Doble Vida opté por situarme en ese punto de lectura (o de vista) en el cual la escena parecía espejear, alterando sus figuras alucinatoriamente, al menor de los movimientos de mi párpado. Como en las anamorfosis pictóricas (pienso en Holbein) de oscura sonrisa helada.

Doble Vida, desde un cierto ángulo, es la vida fracturada, doblada en su diferencia mortal, dividida: la vida del esquizo. Y desde un ángulo inmediatamente contiguo, es la vida excesiva, doblada en su afirmación más allá de la muerte, dos veces vivida con desesperación por el perverso. Zonas de fuga. En todo caso, nos internamos en el texto con la certeza de que dejamos atrás toda noción ingenua y naturalista de la vida, y de que arrastramos el sentido de la vida como enfermedad.

Así entramos al texto: "De esto surge un poema: de estar en un lugar/ que no es el nuestro, y peor aún,/ no nosotros mismos". Cita inicial de Wallace Stevens que -a modo de epígrafe o inscripción en el umbral- nos introduce a una cartografía de despertenencia en la cual el hilo del poema actúa como el hilo de un Teseo enfermo y mentiroso. Teseo "tan fatigado que ya no podía ver", que avanza por un laberinto que no es sino el laberinto de la mente. Allí donde acecha un Asterión que no es sino él mismo, una de sus máscaras, uno de sus dobles o el otro constante de uno mismo. Laberinto de la mente en el cual se entra exclusivamente a través del hilo de la escritura.

La primera parte de Doble Vida se refiere explícitamente a los INVASORES y el personaje emblemático David Vincent ( "...buscando un atajo que nunca encontró...") perseguido por criaturas que, desde el espacio exterior, se desplazan al espacio interior de su mente ( "...debe creerme inspector/ ellos arrancan nuestras carnes derramándonos...").

Desde esta entrada en escena, que nos sitúa en pleno espesor de la enfermedad humana que es el sentido, el texto completo comienza a girar en torno a alteradas especulaciones: reflejos dobles. Quiero apuntar a estos dobleces, porque -a mi modo de ver- sostienen la armonía total del poema con una cierta agudeza y con notable eficacia. Es en esta sutileza constructiva donde reconozco el nivel de validez alcanzado por este trabajo de V. H. Díaz, y es ella la que permite hablar del texto como una propuesta interesante a partir de una economía rigurosa.

Así, en la página 6, bajo el titular en altas NADA RETIENEN LOS OJOS PARA SIEMPRE, se desencadena la bajada de un cuerpo: cito, "Un cuerpo femenino baja en tacos los peldaños". Este verso encuentra su correspondencia especular mucho más tarde -en la página 22- bajo el titular en altas: ESCRITO EN BAJO NIVEL; cito de nuevo: "Un cuerpo femenino baja en tacos los peldaños". Pero ¿es el mismo cuerpo, es otro? En la página 6: "Hematomas hermosos le coronan muslo"; mientras en la 22: "blandiéndose hermoso y de doble filo". Quiero llamar la atención sobre la delicadeza de esta articulación que sólo es enfática para el ojo obsesivo. Sin embargo, su precisión me abisma, si "nada retienen los ojos para siempre", aun así resplandece para ellos un texto espectacular "escrito en bajo nivel".

No es la única articulación que cruza en forma sorprendente y hermosa la topografía de Doble Vida.

En la página 18, enfrentado al fragmento con el título en altas: PABELLON F (pabellón donde se refugia el sentido fugitivo), aparece un poema sin titular -¿descabezado?-, que sin embargo comienza con el verso "Nada se movió entre los escombros mansos de la boca" y se cierra con un verso idéntico.

¿No brilla aquí con insistencia la ruina de la oralidad lineal, la rigidez paralítica y tartamuda de la escritura? ¿No se trata aquí de esa zona donde identidad, diferencia y repetición se cruzan en una economía del descentramiento?

Aún más, en las páginas 13 y 14 se enfrentan dos textos diferentes con el mismo titular repetido en altas: "PAGAN ROME o el afiche a la entrada de un cine". En la página 23, "La puerta trasera estaba abierta", y en la 24, "Al salir cerró la puerta".

Así, sobre una trama de articulaciones moleculares, de simetrías parciales y arbitrarias, de espejeos localizados y sin centro; sobre la economía de un desencadenamiento reticular, este texto se desenvuelve inquietante y dejando atrás el eco de una doble sonrisa, crispada y eufórica.


Víctor Hugo Díaz
Doble Vida
Editorial Venus Negra, 1989.

 

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Víctor Hugo Díaz: nada se movió entre los escombros mansos de la boca.
por Gonzalo Muñoz
Fuente: Revista Número Quebrado N°2
1990.