Poesia de los noventa.Generación Post 87
          Lugares de Uso, es el más reciente libro de Víctor 
            Hugo Díaz, poeta nacido en Santiago de Chile en 1965. La 
            comarca de los senos caídos (1987), Doble vida (1989). 
            Becario del Taller de Poesía de la Fundación Pablo Neruda 
            durante el año 1988, su inscripción literaria está 
            dada  principalmente 
            por el cuerpo poético que construyera la antologia de poesía 
            Ciudad Poética Post. Diez poetas jóvenes chilenos, 
            editada por Luis Ernesto Cárcamo y Oscar Galindo (ambos autoantologados), 
            publicado por el Instituto Nacional de la juventud. Fondo de Iniciativas 
            Culturales en 1992.
principalmente 
            por el cuerpo poético que construyera la antologia de poesía 
            Ciudad Poética Post. Diez poetas jóvenes chilenos, 
            editada por Luis Ernesto Cárcamo y Oscar Galindo (ambos autoantologados), 
            publicado por el Instituto Nacional de la juventud. Fondo de Iniciativas 
            Culturales en 1992. 
            
            Ciudad Poética Post- declara ser sólo una muestra 
            promocional y sin afanes representativos, hoy algunos de los antologados 
            constituyen una consolidada referencia de la producción poética 
            de ese entonces, entre ellos destacan además de Victor Hugo 
            Diaz, Guillermo Valenzuela (1961), Sergio Parra (1964), Malú 
            Urriola (1967). Difícil tarea resulta organizar estos poetas 
            en alguna forma de calificacion que los contenga. Pertenecientes al 
            despliegue cultural de finales de los 80, fecha que coincide con el 
            debilitamiento y fin de la dictadura militar, el sentido de la escritura 
            emerge en la mayoría de los casos mencionados en un entremedio 
            de sentido posterior a la legitimación de dos posiciones ya 
            oficializadas: una la neo-vanguardia y sus preocupaciones de subversiones 
            estructurales y linguisticas al género y a lo literario; otra 
            el posicionamiento político-literario que trabajó el 
            testimonialismo de denuncia y dispersión, en una toma de conciencia 
            más directamente referida al contexto político cultural, 
            en ese mismo contexto la escritura de mujeres ocupó paralelamente 
            un territorio específico para articular una voz ausente que 
            interrogaba tanto la institucionalidad literaria que excluía 
            cuerpo y lenguaje femenino como la productividad de una escritura, 
            aún en ese entonces, desencajada -por tanto interrogativa- 
            de los cánones poéticos y culturales legitimados. 
            
            La amplitud de la producción enunciada hace parte de un estallido 
            social que abrió convulsivamente la compuerta de una pulsión 
            escritural que el oscurantismo autoritario de la dictadura había 
            clausurado. 
            
            Llamada por algunos críticos "generación post-87" 
            o "poesía de los noventa" el problema de como señalar 
            esta producción aún persiste. Jaime Lizama dice de ellos, 
            "los poetas del noventa, surgidos en la decadencia de la dictadura, 
            no tienen intenciones de ajustar cuentas con la historia, consecuentemente 
            interactúan en sus zonas más inmediatas, esto es, en 
            su pedazo de cuerpo y su pedazo de ciudad, la escena ineludiblemente 
            real y ficticia de ciertas articulaciones fragmentarias, al servicio 
            de nada o de todo, vale decir, al servicio de un goce, de una obsesión 
            o de un maldito amorío con la calle".
            
            Poetas de la "Hecatombe" los nombró Soledad Bianchi 
            haciendo una analogía de sentido entre el pie editorial con 
            que algunos de ellos publicaron sus primeros textos y el arrasamiento 
            cultural producido por la dictadura. 
            
            Víctor Hugo Diaz ha dejado pasar aproximadamente una década 
            desde la publicación de Ciudad Poética Post y 
            Doble vida, para volver a la escena poética con este 
            nuevo libro. 
           Si en la Ciudad Poética Post, el gesto explícitado 
            fue la re-ocupación de la ciudad en la salida a la recuperación 
            del callejeo, del encuentro y el despalazamiento, de lo fortuito y 
            azarozo del carrete; del despliegue de los cuerpos y el deseo, sin 
            proyecto alguno, sino con el único fin de abrir en ella la 
            escritura de esa experiencia y posicionarse tribalmente de los espacios 
            públicos, que les habían sido vedados, en Lugares 
            de Uso se escribe una ciudad ya ocupada, asediada, invadida por 
            los multiples efectos de lo desmesurado de las mediaciones con que 
            el sistema imperante la ha entregado y se la ha tragado (casi) entera.
          Lugares de Uso (Editorial Cuarto Propio, 2000) invita a la 
            lectura haciendo un guiño a intentar el conocimiento de la 
            ciudad, a mirarla, a cercarla con la palabra poética (la cita 
            es con ella), a explicitar el valor de los espacios y construir una 
            economía del habitat. 
            
            Lugares de Uso, escribe lugares de experiencia(s) (des)templadas 
            en la lógica de una urbe engañosa, la palabra poética 
            se erige en respuesta a la cambiabilidad con que el sistema y su lógica 
            de la productividad opera la reducción de las pertenencias 
            urbanas.
            
            El sujeto poético emerge extrañado de su propio espacio, 
            sometido a lugares previamente consignados a la economía social 
            de la productividad, que lo deja fuera. Pero el poeta insiste en su 
            pertenencia a esos lugares, en su entrañamiento urbano. El 
            trabajo poético se emprende haciendo emerger una voz de registro 
            de la topografía urbana residual, aferrado a la ciudad desaparecida, 
            esa que ya no es o que está dejando de ser pero que se vuelve 
            a re(des)componer en la contención que le da el sujeto escritural, 
            como habitante de ese lugar, ciudad que después de todo "es 
            igual para todos, una calle lateral....pero siempre cuesta abajo / 
            Afluentes de la misma inundación".
            
            En este gesto Victor Hugo Díaz construye una poética 
            del espacio urbano que se desliga de la noción topografica 
            de lugar físico como único modo de referir un espacio, 
            aqui de lo que se trata es del lugar propio y (des)conocido, de tener 
            un lugar, también para la subjetividad, para los gestos que 
            singularizan los modos de pertenencia. El sujeto pone en funcionamiento 
            su escritura de la ciudad sólo a condición de reconocerse 
            en el acontecer urbano, sólo en la medida que este le depare 
            una experiencia afectiva,"dos desconocidos /que se sientan juntos 
            casualmente/ hasta ser los únicos pasajeros", algo pasa 
            por fuera como "las gotas de lluvia se pegan a la ventanilla", 
            pero algo pasa también por dentro dice el poeta al referir 
            el (des)encuentro de que es objeto el ciudadano que se ha quedado 
            sin su ciudad. 
            
            La escritura amplía los registros de comprensión del 
            sujeto poético este se vuelve aprovisionador de materiales 
            para re-nombrar la ciudad conocida, pero ahora maquillada en el escondite 
            de una identidad que se niega, que no deja ingresar a las zonas de 
            "negra vellosidad " y lo que se hace es decir sus ocultamientos, 
            los que se esconden bajo la apariencia mentirosa de "rubia teñida". 
            
            Escritura de los modos de callar, del imperativo al no decir con que 
            el sistema quiere construir la pseudo felicidad de una ciudad acallada, 
            ¿cómo escribirla? parece preguntarse el poeta que de 
            alguna manera ha perdido el rumbo; sus operaciones entonces se amplían 
            y recurre al inventario de lugares, sujetos, objetos restantes, al 
            registro de documentos y monumentos que pueden interrumpir el ritmo 
            que impone lo nuevo. Post y posterior a cualquier forma de residencia 
            urbana el hablante se construye como post-poeta (post-Neruda, post 
            Parra, post Lihn, post Ciudad Poética Post) su gesto vuelve 
            a iniciar el trayecto de nombrar, en una lengua que ya (des)conoce. 
            El poeta de Lugares de Uso se configura a partir de una escritura 
            que se construye en las operaciones de un sobreviviente. Desde esa 
            topología interior el poeta debe empezar a recopilar, a juntar 
            restos, a enumerar, a registrar, a re-constituir; el sujeto poético 
            saturado y suturado emerge lleno de hoyos (ahoyado) en su necesidad 
            de fijar sus espacios y pertenencias en una ciudad que muta, que lo 
            abandona, que se le ha vuelto desconocida y que a la vez lo desconoce; 
            la ciudad sólo puede ser una invención de la escritura 
            de un sujeto que se inventa a si mismo, asi lo reiteran poemas como: 
            La invención de los amigos, El informante, La esquina vacante. 
            
            
            Ya no hay sujeto poético en estos Lugares de Uso, sino 
            uno que es un ignorado de si mismo, de los otros. Siempre en otra 
            que los demás, el poeta busca voces que acompasen sus percepciones, 
            pero el sabe que en esta urbe postomoderna no es el poeta el que tiene 
            la palabra "que hable el que la lleva", pero a la vez esta 
            frase se enuncia vaciada, sin saber quien puede ser el que la lleva 
            , sólo sabemos que este no es el poeta. 
            
            "La Privacidad de las calles" es quizás el poema 
            que más agudamente realiza la operación de condensar 
            en la percepción de los espacios urbanos la memoria de un sujeto 
            adelgazado en su significación, amnésico,"que prueba 
            todos los sabores y no recuerda ninguno".
            
            Si Lugares de Uso se inscribe en la tradición poética 
            que habla la persistente presencia de la ciudad en la poesía 
            y en la configuración de las subjetividades urbanas, el texto 
            poético de Víctor Hugo Díaz (des)construye la 
            ciudad como topos de contención del habla poética, ésta 
            se vuelve escritura de un insoportable lugar en que el sujeto no se 
            encuentra ni con la ciudad, ni consigo mismo. La ciudad ha dejado 
            de ser el soporte del sujeto urbano pero éste igualmente la 
            habita entrañado en ella. El texto se construye en esa doble 
            dimensión de extrañabilidad y entrañabilidad 
            en que el poeta vive su relación con la palabra poética, 
            en una ciudad que siempre cede, retro-cede, se corre del asedio que 
            el poeta hace a lo que antes estuvo ahí y ya no está. 
            Persistentes son la imágenes de cambios, de mutaciones, de 
            instalación de lo ajeno donde antes hubo una referencia conocida 
            y amable. Inventario de una topografía urbana de lo que ya 
            no es, el poeta mismo se vuelve un signo más de lo que se viró, 
            de aquello que se volvió otra cosa; del ir volviéndose 
            pura ajenidad en lo que antes fue propio.
            
            En la constatación del arrasamiento la voz asume el registro 
            del juicio y la sentencia de un mundo en mutación, su mirada 
            abre, corta, zanja el cuerpo de la ciudad para desde una mirada al 
            interior, diagnosticar con precisión de cirujano el estado 
            de cosas. La voz del poeta se autoproclama tardía a pesar de 
            que escribe antes de que pase a otra cosa, todo ya pasó, no 
            hay más que hacer. El recurso a la paradoja y la construcción 
            oximorónica, tanto como el uso de la contradicción sirven 
            para ejercer ese doblez de la mirada que hurga por dentro y por fuera, 
            todo es otra cosa, ya no "hay nada ni nadie en la esquina de 
            quien desconfiar". Los cuerpos urbanos escenifican sólo 
            en sus capacidades maquínicas algo que entra y algo que sale 
            por ellos, dejando al poeta fuera de lugar. Es este no lugar el que 
            Víctor Hugo Díaz productiviza para construir un sujeto 
            poético que sólo puede registrar lugares de paso, encuentros 
            furtivos, ciudad de roles dasignados provisoriamente. 
            
            La poesía de Víctor Hugo Díaz construye una narrativa 
            de una Urbe que en su descentramiento arrasó también 
            con el poeta. Post poeta de lo post, el sujeto que habla no tiene 
            lugar ni deseo ya en una ciudad donde es "como estar en algo, 
            insistir/ cuando los otros/ no estan en nada". El habla de los 
            últimos poemas apela, como último recurso, a la nimiedad 
            mínima de lo fragil, a lo poco que ya "estaba ahí 
            antes del desorden". Lo que siempre fue caos y que en el ruido 
            de lo que no termina puede contener la promesa de lo que no promete 
            nada, "un solo golpe que no termina de caer".