Hace un rato ya bastante largo que Víctor Hugo Díaz 
            (Santiago, 1965) viene deambulando, no sin rumbo preciso, por los 
            vastos y anchos derroteros de la poesía chilena de las últimas 
            décadas. Dentro de sus andanzas se cuentan los libros "La 
            comarca de los senos caídos" (1987), "Doble 
             vida" 
            (1989), y "Lugares de uso" (2000), -obra que puso 
            fin a diez años de silencio-, hasta llegar a su última 
            entrega, "No tocar" (Editorial Cuarto Propio, 2003). 
            Díaz es un miembro de una generación postergada, la 
            del Post-87 -como señalara Gonzalo Millán-, que además 
            la integran poetas como Guillermo Valenzuela o Sergio Parra, entre 
            otros, generación cuya marca profunda, era el estar sumergida, 
            pero creando, bajo el yugo dictatorial.
vida" 
            (1989), y "Lugares de uso" (2000), -obra que puso 
            fin a diez años de silencio-, hasta llegar a su última 
            entrega, "No tocar" (Editorial Cuarto Propio, 2003). 
            Díaz es un miembro de una generación postergada, la 
            del Post-87 -como señalara Gonzalo Millán-, que además 
            la integran poetas como Guillermo Valenzuela o Sergio Parra, entre 
            otros, generación cuya marca profunda, era el estar sumergida, 
            pero creando, bajo el yugo dictatorial.
          No tocar mantiene una coherencia con los libros anteriores 
            de Díaz, es una continuación, sin ser repetición, 
            de un estilo bien consolidado, que consiste en ir más allá 
            de la postal impresionista de una ciudad que fagocita con aparente 
            crueldad a sus habitantes. Este libro representa la instalación 
            en la palabra de una imaginería sutil que pinta, con destreza 
            detallista y sentidos abiertos, el devenir de los invisibles derrotados 
            que pululan por las bares, oficinas, moteles, calles, callejones y 
            tugurios de la gran ciudad. Desde "La comarca de los senos caídos" 
            hasta "Lugares de uso", la óptica de Díaz 
            varió desde los despojos humanos, la ciencia ficción 
            y los rincones urbanos, pero manteniendo una premisa fundamental: 
            el observar atentamente, el reportar impunemente, ya sea la muerte 
            en vida, la incomunicación y el vaciamiento de significado 
            de nuestros símbolos y lugares habituales, cualidad que se 
            mantienen en "No tocar": “El dedo extranjero oprime el obturador/ 
            que retrata esta postal de familia (...) La fotografía descansará 
            en la transparencia del álbum/ Algo que mostrar a los amigos// 
            Perderá el color igual que la memoria/ se verá borrosa/ 
            pero se quedará”. El ritmo de la imaginería se ha frenado, 
            de secuencias han devenido cuadros.
          Díaz no emprende una cruzada justiciera, no es “la voz de 
            los sin voz”, sino que es una voz más que sobresale en este 
            mar de murmullos. Su poesía es la voz que despunta, y que cumple 
            ciertamente (o al menos lo intenta con ahínco) lo deseable 
            en las obras de arte: ser una clarinada de alerta de la ceguera hipnótica 
            (regada de abundantes teleseries, farándula y realities shows) 
            que no nos permite estar alertas de dónde está la pelota. 
            Con guiños más claros (Juan Luis Martínez) y 
            otros más entreverados (T. S. Eliot), "No tocar" 
            se introduce en temas que van más allá de lo urbano, 
            como lo es el de los detenidos desaparecidos, y la tristeza y el dolor 
            de aquellos que perdieron a un ser querido durante el terror de la 
            dictadura. Lo loable es que el efecto se logra mediante imágenes 
            vivaces, pero poderosas: “El padre no está en casa y nunca 
            llama por teléfono/ Se fue a vivir a una fosa o al fondo del 
            mar (...) Su silencio no coincide con los ojos/ con la camisa en la 
            foto blanco y negro/ que ella se cuelga al pecho”. 
          Tras encontrarse con "No tocar", hay dos cosas que se agradecen. 
            La primera es que aparezcan obras con objetivos como los antes enumerados 
            (sean estos creados o no de forma deliberada por el autor), pero que 
            se pueden resumir en una frase gringa, “keep the eye on the ball” 
            (mantén los ojos en la pelota, estate atento), o bien con la 
            fórmula de Mafalda, pues acá lo importante se impone 
            por sobre lo urgente. La segunda cosa que agradecer es que este objetivo 
            venga en un expediente correcto, encomiable y de calidad, y también 
            en envase chico, pues el volumen es breve, pero bueno.
          “No tocar”
            Editorial Cuarto Propio, 
            Santiago, 2003, 42 págs.
          
           
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          Imágenes en fuga
            Víctor Hugo Díaz
            
            por Marco Antonio Coloma
            El Periodista, viernes 23 de abril de 2004.
           
            Este es el cuarto libro de poesía de Víctor Hugo Díaz 
            (1965), tan breve como sus anteriores entregas. Los poemas reunidos 
            en "No tocar" dan cuenta de una urbe que surge melancólica 
            a través de una mirada distraída pero de ojo atento 
            en los objetos. Debido al insistente juego de alterar la sintaxis, 
            cuesta dar con las historias en los poemas de Díaz. Vale más 
            bien hablar de imágenes en permanente fuga, que nacen y mueren 
            como si tratase de un zapping televisivo. "No tocar" es 
            un documento poético de una experiencia vivida a pedazos. Hay 
            que decir que los poemas de este volumen se parecen mucho al callejeo 
            poético ensayado en "Lugares de uso" (2000), la anterior 
            entrega de Díaz. La novedad que falta es, en todo caso, repuesta 
            con el talento de un verso que muy a menudo asombra.
          
          No tocar
            Cuarto Propio, 42 págs.