Proyecto Patrimonio - 2004 | index | Víctor Hugo 
            Díaz | Marco Antonio Coloma  | Autores |
          
          
          
          
          "No tocar" 
            de Víctor Hugo Díaz
              Historia de la 
                    fragilidad
          Por Marco 
            Antonio Coloma
          
          
          
            Una jauría de perros 
            persigue a un ciclista en una tarde cualquiera; alguien mira de lejos 
            un edificio y juega a adivinar cuántos pisos tiene; dos mujeres 
            conversan en un café mientras al fondo una pala mecánica 
            levanta la tierra; el viento sopla fuerte y se escucha un portazo. 
            La secuencia de  imágenes 
            tiene algo en común: todas podrían caber en un solo 
            poema de Víctor Hugo Díaz. Y es que los textos 
            que el poeta acaba de reunir bajo el título de No tocar, su 
            cuarto libro, son dueños de una narratividad que a ratos se 
            esconde, y el resultado de un ojo inquieto y atento a la cotidianidad 
            más inadvertida. Puestas en el poema a la manera de pequeñas 
            fotografías dentro de una postal mayor, estas imágenes 
            también comparten el viejo deseo de lo literario: la búsqueda 
            de la exacta dosis de asombro. En estos poemas, esa búsqueda 
            es una constante apuesta por registrar los momentos quebradizos de 
            la experiencia, la vida breve: fragilidad y fuga que la memoria guarda 
            y que la palabra graba. De ahí que el título del volumen 
            sea un imperativo por no traspasar el límite de la contemplación. 
            Ir un paso más allá puede ser un gesto de torpeza, se 
            corre el peligro de intervenir una escena congelada como si se tratase 
            de una delicada pieza de museo. Tocarla es desarmarla.
imágenes 
            tiene algo en común: todas podrían caber en un solo 
            poema de Víctor Hugo Díaz. Y es que los textos 
            que el poeta acaba de reunir bajo el título de No tocar, su 
            cuarto libro, son dueños de una narratividad que a ratos se 
            esconde, y el resultado de un ojo inquieto y atento a la cotidianidad 
            más inadvertida. Puestas en el poema a la manera de pequeñas 
            fotografías dentro de una postal mayor, estas imágenes 
            también comparten el viejo deseo de lo literario: la búsqueda 
            de la exacta dosis de asombro. En estos poemas, esa búsqueda 
            es una constante apuesta por registrar los momentos quebradizos de 
            la experiencia, la vida breve: fragilidad y fuga que la memoria guarda 
            y que la palabra graba. De ahí que el título del volumen 
            sea un imperativo por no traspasar el límite de la contemplación. 
            Ir un paso más allá puede ser un gesto de torpeza, se 
            corre el peligro de intervenir una escena congelada como si se tratase 
            de una delicada pieza de museo. Tocarla es desarmarla.
          Poesía de digestión lenta y por tramos difícil, 
            los textos de Díaz no disimulan cierto calculado desorden que 
            desafía la paciencia del lector acostumbrado a buscar historias. 
            En estos poemas también el azar puede ser una excusa narrativa, 
            las imágenes se superponen sin una continuidad aparente: es 
            fácil tropezar con toda una poética puesta en un solo 
            verso ("no importa el silencio sino el vacío de la frase") 
            seguida por un par de fragmentos visuales algo inesperados: "Ella 
            expande la ternura de sus mandíbulas/ siempre por accidente/ 
            Adentro es húmedo y se mueve/ ahí donde los huesos del 
            pie plano hacen nudo/ y el zapato gasta su deformidad". Esa hiperkinesis 
            del ojo es todavía más evidente y desatada en los tres 
            poemas que componen la segunda parte del volumen titulada con la palabra 
            inglesa File, denotando así el impulso del poeta por registrar 
            y fichar la experiencia, y disponerla con la misma imprecisión 
            con que se ordena una vieja colección de fotografías. 
            Y es que quien afirma "escribo caminando y me siento a corregir" 
            -según reza el epígrafe de este libro- parece apostar 
            desde la partida por el antiguo oficio del coleccionista, por reunir 
            en la memoria las imágenes que serán más tarde 
            dispuestas en palabras. Quien "escribe caminando" actualiza 
            además, y de modo singular, al observador urbano que la modernidad 
            de Baudelaire instaló en la tradición poética. 
            Hay que decir que en este caso nuestro flaneur es de contenidos algo 
            menos épicos, algo más minucioso en el detalle que recorta, 
            y más azaroso en su puesta en escena.
          Aunque el poemario de Díaz recoge situaciones más que 
            temas, tal vez la memoria ocupe un lugar importante: no sólo 
            es asumida como el grado cero de la escritura, sino que es rescatada 
            como un gesto político que circula por buena parte del libro. 
            Díaz logra en un par de poemas ("La casa donde no vivimos" 
            y "Las viudas") construir dos buenos textos a partir de 
            un tema del que sólo quedan los pedazos que ha dejado el cliché 
            nostálgico y militante.
          La lectura de "No tocar" deja la sensación de haber 
            visitado una galería de objetos unidos por una sola condición: 
            su fragilidad. Es una postal construida a fragmentos, muy personal, 
            pero reconocible por el retrato que hace de cierta cotidianidad tan 
            mínima que suele no advertirse. Con este libro, Víctor 
            Hugo Díaz confirma un talento demostrado en sus anteriores 
            entregas y que hace rato lo tiene instalado como una voz atractiva 
            en el sobrepoblado paisaje de la poesía chilena.
           
           
          
           
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            Víctor Hugo Díaz: Nació 
              en Santiago en 1965. Ha publicado La comarca de senos caídos 
              (1987), Doble vida (1989), y Lugares de uso (2000). En 1988 obtuvo 
              la Beca de la Fundación Pablo Neruda, en el 2002 la Beca de 
              Creación del Consejo Nacional del Libro y la Lectura para escribir 
              No tocar.
              
            
            Víctor Hugo Díaz
  "No tocar"
              Cuarto Propio, 42 págs.