En ocasión de la segunda edición del poemario «Palabras Hexagonales» de Verónica Jiménez, me desafié a mí misma a rodear y explorar esta escritura, tan bella como misteriosa.
Lo primero que apunté es una cualidad de la escritura de Verónica Jiménez, que se mantiene a través de sus libros, y es lo que se me ocurrió denominar como 'pregnancia'. Cuando se estudia guitarra, —imagino que cualquier instrumento—, existe una cualidad que es evaluada a la hora de concursos y presentaciones. En mi recuerdo se llama pregnancia. No estoy segura que ese sea su nombre, pero se trata de cuán cercano se encuentra el cuerpo del ejecutante a su instrumento, en este caso cuán cerca se encuentran los dedos a las cuerdas que tañen. Tocar un instrumento como si fuera el instrumento el que habla, canta o se manifiesta. Si volvemos a la escritura de Verónica Jimenes, esta pregnancia se manifiesta como cadencia de la lengua, conocimiento de la lengua, cercanía de la hablante a su materia. Amor a la lengua, sin duda, pero más aún, a la materia que somos nosotros y aquello que nos rodea. Cito: “Cuando escribo …intento oír el latido de la piedra sobre la que me reclino…”(p. 68).
Verónica Jiménez
Y, dos páginas más adelante, en la página 70 del libro, escribe la poeta: “Al escribir, intento que la relación entre forma y contenido sea como la sangre de un amor correspondido. Quiero que el lector reciba un poema que sucede de manera orgánica...”(p.70).
Extraje ambas citas de la última sección del poemario denominado “Cómo escribo un poema”. Interesante cierre de este poemario.
Por otra parte, es imposible no explorar el significado del adjetivo “hexagonales”, que acompaña a “palabras”, título del poemario. El hexágono es una figura geométrica que se caracteriza por mostrar seis lados iguales con ángulos iguales. En geometría, el hexágono es un prisma que muestra seis lados. En óptica, un prisma es un objeto capaz de refractar, reflejar y descomponer la luz en los colores del arco iris. Pueden ser de tres lados, seis, ocho, etc. Volviendo a este poemario de Verónica Jiménez, nos encontramos que esta subdividido en seis partes:
“Y era el llanto de las procesiones de la infancia” (este verso corresponde a la primera parte, que no lleva título).
Cuerpos Contrarios.
Marina llega con la lluvia.
Mares.
A la luz del invierno
Cómo escribo un poema.
Como epígrafe de todo el poemario, aparece una cita de Gellu Naum, reconocido escritor rumano, muerto el año 2001, y que dice: “buscaba palabras hexagonales/ en el límite de alambre del silencio”. Pensé en ese momento, que un prisma permite ver aquello que de otro modo sería imposible.
Y así, me pregunté qué se veía en medio del prisma, qué alumbraba, qué mostraba este poemario-prisma. Y abrí, jugando, el libro en su mitad. O sea, la página 35. Allí estaba de nuevo. Cito: “Yo busco palabras hexagonales/ un prisma se abre sobre la página, falta quien escriba los versos restantes”. Y más adelante: “Tus manos adormecidas sobre mi pecho/ abren y cierran mis libros”. “El centinela de nuestro sueño es un dormido”. Esta página cierra la sección llamada Marina llega con la lluvia. Marina es el nombre de la hija de Verónica Jiménez. Esta preciosa, iluminada sección es una oda a la hija, Marina, que llega con la lluvia, a las ricas, profundas y variadas emociones ligadas a la maternidad y a sus sorpresas, maravillas y deslumbramientos.
Cito, por ejemplo:
“Esto
No es un poema. Tú avanzas en un mar
De aguas revueltas
La lámpara se voltea nuevamente
Y el fuego se derrama
Tus ojos tan aptos para mirar dentro de mí
Encienden fogatas lejanas.” (p.34)
Cuando avanzo al cuarto lado este prisma, no me resulta extraño que aparezca un epígrafe de Neruda al frente de Mares, la espléndida cuarta sección, o el cuarto lado de este libro-prisma. Lo digo por el elogio a la materialidad que fue el fundamento de la escritura poética de Neruda. Una materialidad, en su caso, celebratoria. Y que en este libro de Verónica Jiménez, —y pienso que en la totalidad de sus libros—, circunda y nutre su escritura. Sin embargo, pienso que esta materialidad en la escritura de Verónica está más cerca de la elaboración de preguntas que de los hallazgos gozosos de Neruda, más cerca de la reflexión acerca del mundo que de la alegría desbordante o las angustias metafísicas de los poemas nerudianos, más atenta por alcanzar los límites de lo no dicho, más allá de los “límites de alambre del silencio” (en el epígrafe de Naum), que de la fabulosa construcción verbal de Neruda.
Me refiero en este caso a las preguntas que rondan en cada una de las secciones. Por ejemplo, en el estupendo poema inserto en la segunda sección: “Nada tiene que ver el amor con el amor” (p. 26). En ese poema se sostiene que no tiene que ver una cosa con la otra. Pero, entonces, y en otras palabras, ¿Qué tiene que ver el amor con el amor? Se trata de una aseveración que esconde una pregunta, y que luego se plantea más adelante: “¿qué tiene que ver el amor con las palabras que engendra? “(p. 27). En el delicado amor surge la duda.
Y sí, merodean las preguntas en este texto de Verónica Jiménez, pero igualmente se sostienen asertos, afirmaciones, incluso acertijos, aunque sea por la vía de las negaciones.
Quizás la clave de la lectura de este poemario se encuentre en el sexto lado de este libro–prisma, denominado “Cómo escribo un poema”. En él, sólo mencionaré un par de cosas, es un fragmento muy interesante, y que hay que cobijar como quien cobija un tesoro. En él, la autora menciona el Poema de Gilgamesh, siglo XXII antes de Cristo, edad de los metales. Hace resaltar el primer verso de este libro rescatado del tiempo. Cito: “…ese poema tallado en arcilla nos golpea con el enigmático carácter atemporal de su primer verso: “Aquel que alcanzó a ver lo profundo”. Todos deseamos ver lo profundo. Todos queremos alcanzar a ver” (p. 67).
Rescato estas líneas, por cuanto a mi juicio se relacionan estrechamente con la inquietud y las preguntas que de manera subterránea recorren este texto, allí donde la hablante se concibe a sí misma como una visitante, una extranjera (en Mares), o apenas “una pequeña piedra arrojada contra el viento soy” (p. 12) (que me recuerda la piedra que rueda en busca de aventuras, de Stella Díaz Varín, de su poema La Casa), o directamente cuando pregunta: “Quién eres tú realmente/ quién soy yo….” P. 24 en el segundo lado de este prisma, en Cuerpos Contrarios. Y así.
Postulo que la respuesta, siempre elusiva a estas arduas cuestiones, se encuentra en la materialidad, por una parte, y en el vínculo con los semejantes, por otra: la hermana en el primer fragmento, el amor en el segundo, la hija en el tercer fragmento, los pescadores y el pueblo de San Juan en Mares, el cuarto fragmento; en Luz de Invierno, el quinto fragmento, que me resulta el poema más misterioso de todos, aparece un río -¿será el río de la lengua, me pregunto? Desde el cual se avistan “un par de ojos, dos/ piedras arrojadas/ contra el tiempo” (p.63). Y ya en el último lado de este prisma, la conciencia del diálogo con el lector.
Y si volvemos a la materialidad, del que este poemario hace gala y joya también, nombraría la piedra que se asoma en las citas que escogí, el mar, el río, el fuego, la madera, los instrumentos de la escritura, el cuerpo, la carne, la lluvia.
Quiero cerrar esta breve entrada a este bello, atemporal, casi hermético libro, elogiando la delicadeza del trazo de Verónica Jiménez. Delicado, pero no por eso menos profundo, certero, armonioso, sabio. Cito las últimas palabras del sexto fragmento de este poemario: “Quiero que el lector reciba un poema que sucede de manera orgánica, y que, al ocurrir, le proporciona un golpe de luz que lo disloca fugazmente del mundo y lo vuelve hacia sí mismo, hacia ese ser abandonado y oscurecido detrás de las obligaciones de cada jornada... Si el poema le parece evocador, sobrecogedor, interesante; si logra conectarlo con la memoria cultural o el ardor político; si consigue detonar nuevos significados en su hermenéutica personal (la interpretación que cada cual hace del mundo), entonces el poema está cumplido”. (p.70).
Está cumplido. Bello poemario de Verónica Jiménez.
Marina llega con la lluvia
Estremecida junto a ti como en un sueño
no olvido ni recuerdo.
Canta el invierno y yo aparto de las otras
palabras recién nacidas:
las que dejamos bajo el arco del dolor
por donde las dos pasamos temblando
las que tejí en tus alas
para que ordenases con tu vuelo
el barro circundante
la soledad caótica que desampara.
La noche es una lámpara y vierte
en un soplo el aceite de los adioses.
En mi sueño pluvial gritan las sombras.
Los hitos implacables del porvenir
vienen y van como comparsas
como tibias tempestades en un mar sin sal
. . . . pirámides del llanto.
No recuerdo ni olvido.
Enhebro la aguja convulsa
que me descose de tu cuerpo
para que te recoja la tersa
trashumancia del día.
. . . . Espéranos en tu orilla . . . . lluvia que está en la lluvia . . . . síntesis del agua . . . . míranos cómo estamos . . . . ve cómo caemos en esto . . . . una permanente presa del tiempo . . . .. . . . esto que es la vida.
Tú avanzas entre algodones, crees ver el sol
y de pronto te sorprende una paletada de aire
y este vacío
amoblado con instrumentos de tortura.
Tu fina sangre se desprende de un círculo
para entrar en otro
como en un abismo intenso y palpitante.
Tú avanzas mientras el tiempo retrocede
y la génesis del candor se retira de la estría.
Pájaro de fuego, libéranos
de tus raíces frenéticas.
Tus manos se aferran a una esquina de la sábana
a una punta del destino.
La lluvia franquea el remanso de mi sueño
arrastra la corriente de otros días y canta
blanqueando el pozo negro de la tarde.
Yo sueño con una niña enredada en el aire.
La lluvia canta en el corazón de la semilla
escarba la tierra y arranca raíces: palabras
recién venidas.
Como en una danza cósmica
viene luego el sol pariendo soles diminutos
los tuyos son hijos de los míos
y ambas jugamos con esos pequeños
que luego van a alumbrarte
Amiga de las nubes
Hija de la lluvia.
Hija de la lluvia,
collar de bellas miradas, detente
dentro de mis ojos, examina el fuego
tus visiones como llamas
colman mi sueño, un sol
de raíces doradas
sube por tu espalda,
mi mano se vacía sobre tu cuerpo
quiere llenarte
niña que vienes de lo pleno
a lo que te falta.
Antes de ti vino mi madre a tenderse en mi costado
su cuerpo encendió en mi sangre
una hoguera de premoniciones.
Mi madre se alojaba en mí
yo era su isla
hasta mí llegaba un mar adormecido
pero mis pies ardían.
Yo estaba colmada de mi madre
duplicaba sus caminos
me arrastraba como una sombra
por sus orillas.
Ella extendía sus ojos hacia mí
y en una visión de fuegos fugaces
te recostabas tú también, reunida,
savia de nuestras miradas.
Yo ardía sobre el rostro de mi madre
me soñaba niña que teje naufragios
trazaba caminos sobre el agua
para llegar a ti, raíz anticipada
hondo viaje simultáneo
en mi cuerpo deshabitado.
Ahora mi madre se vierte nuevamente en mí
yo soy su fragua
abrazo lentas pupilas que se reúnen
en un sueño que arde.
Yo sueño con una niña enredada en el aire.
Esto
no es un poema. Tú avanzas en un sueño
de aguas revueltas
la lámpara se voltea nuevamente
y el fuego se derrama
tus ojos tan aptos para mirar dentro de mí
encienden fogatas lejanas.
El fuego define contornos de agua
gotas se desgranan en un fondo
de columnas que se abren como brazos
en un cielo ornamental, vacío.
Yo busco palabras hexagonales
un prisma se abre sobre la página, falta
quien escriba los pasos restantes.
Tus manos adormecidas sobre mi pecho
abren y cierran mis libros.
El centinela de nuestro sueño es un dormido.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Algunas ideas acerca de «Palabras Hexagonales» de Verónica Jimenez:
Prisma y Pregnancia.
Editorial Ágata Musgo, Santiago, Chile, 72 páginas, noviembre, 2024.
Por Marina Arrate