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Winétt de Rokha (1892-1951)

Poeta y musa de alto vuelo

Por Francisco Véjar
Revista de Libros de El Mercurio, sábado 18 de mayo de 2002

 

 

 

 



Winétt de Rokha, cuyo nombre verdadero fue Luisa Anabalón Sánderson, nació en Santiago, el 7 de julio de 1894. Desde temprana edad mostró interés por la literatura. Publica sus primeros versos cuando era estudiante del Liceo Número 3 de Santiago, con tan sólo quince años, en la mítica revista «Zig-Zag». Esos poemas iniciales de tono melancólico, vinieron a ser la génesis de su primer libro Lo que me dijo el silencio (1915), publicado con el seudónimo de Juana Inés de La Cruz. Pero tal vez su verdadero debut literario fue en 1917, cuando aparece la célebre antología de poesía chilena Selva Lírica, compilada por Julio Molina Núñez y Juan Agustín Araya. Allí su obra es descrita por los antologadores como "la exigua exteriorización de un astro romántico que plañe del amor y de la vida en un tono elegiaco, semejante al de Juan Ramón Jiménez (...) Habla a media voz, de un romance casi platónico, casi extraterreno". Sus versos lo confirman: "Un puñado de rosas / nos lanzaron al rostro / la juventud, la vida / y nuestros sueños de oro. / Marchitaron las rosas / y todas sus espinas / clavadas se quedaron / en nuestras hondas vidas".

Por aquel entonces había editado además Horas de sol (1915), colección de prosas que dan cuenta de una personalidad inquieta y romántica, como sostiene Manuel Magallanes Moure en el prefacio al libro.

Pablo de Rokha, en su autobiografía El amigo piedra (1990), cuenta que apenas recibió en su casa de Talca el sobre con el poemario Lo que me dijo el silencio (1915), le confesó a su amigo que en ese instante lo acompañaba: Me voy a Santiago a casarme con ella. Antes a Winnét le contestó a vuelta de correo: La belleza de tus poemas, / es la expresión de tu figura. Su anhelo se cumplió. El 25 de octubre de 1916, luego de un breve romance, contrajeron matrimonio en Santiago, transformándose en una de las parejas más activas en el ámbito literario. A partir de ese momento, Luisa Anabalón adoptó el nombre de Winétt de Rokha, musa inseparable del poeta y animadora de innumerables tertulias. Juntos hicieron posible la revista «Multitud», donde colaboraron escritores de la talla de Rosamel Del Valle, Ricardo Latcham, Juan Godoy, Enrique Gómez-Correa y Teófilo Cid. Cabe destacar además las giras que hicieran juntos por América Latina, dando recitales y conferencias, entre los años 1945 y 1946. También los unía una férrea inquietud social por las clases desposeídas.

Winétt por esos años ya era autora de varios libros de poemas, entre los cuales figuran: Formas de sueño (1927), Cantoral (1936), Oniromancia (1943) y Suma y destino (1943). En la versión definitiva de este último, editada en 1951, el ensayista Juan de Luigi escribe: "Winétt crea mediante asociaciones esenciales; lo perceptible material se extiende y se une con elementos puramente mentales que adquieren forma, color y peso". Un ejemplo de esto es el poema «Santiago, Ciudad», donde dice: "Ciudad americana, atrevida y triste, / te ciñe un cerco alto, desde donde te cae / aquel influjo blanco y boreal de las nieves calladas. / Torres como llamas, rascacielos que iluminan la tarde, / avenidas hacia el horizonte, plazas amorosas, campanarios de ayer".



El trazo de su pluma

La poesía femenina chilena de entonces contaba con la figura tutelar de Gabriela Mistral, que ya había publicado Desolación (1922) y Tala (1938). Entretanto, María Monvel —más cercana a su generación— daba a conocer una obra que tenía el mérito de escapar al criollismo imperante. Pero, a juicio del poeta y ensayista Mario Perrero, la escritura de Winnét se elevaba por sobre otras poetas de su misma edad, e incluso la comparó con Gabriela Mistral. Su artículo apareció en «La Nación», el 6 de octubre de 1957, bajo el seudónimo de Lorenzo Campana, donde afirma acerca de las dos escritoras: "Ambas tocan la cumbre de la poesía. Ambas, también, expresan con propiedad y belleza el carácter y el alma nacionales".

Perteneciente a una familia de fervientes lectores, Winétt supo fundar otra que asimismo originó grandes artistas y poetas con un papel preponderante, tanto en Chile como en el exterior. Lukó de Rokha, su hija, nos habla al respecto: "En la familia todos sentíamos una verdadera veneración por nuestra madre. Cuando ella murió quedamos en una especie de orfandad. Después de tantos años de su muerte he venido a valorar ciertas cosas que cuando una es muy niña no alcanza a entender. En primer lugar, era una mujer frágil, delgada, que se movía en la casa como una especie de hada, y era la única persona que aplacaba cualquier exabrupto de mi padre, porque para él no había amor más grande en el mundo. Me acuerdo que cuando falleció, Tito Mundt dijo durante el funeral: 'Pablo de Rokha es el viudo más viudo del mundo'. Lo que encuentro extraordinario de ella es nunca haberse dejado influir por la poesía de mi padre. Ella siempre tuvo un estilo propio, absolutamente independiente".

Algunos de sus poemas fueron traducidos al inglés y al ruso, siendo difundida al mismo tiempo en los países de América Latina. Lo más sustancial de su obra se encuentra en Suma y Destino (1951), volumen que reúne prácticamente la totalidad de su trabajo poético. La madurez alcanzada es irrefutable. Así se desprende de las palabras de Teófilo Cid, quien al poco tiempo de suceder su muerte escribió en un homenaje titulado «Winétt y su poesía»: "Recordarla es para mí un motivo de puro goce interior. Por eso me niego a creerla sumergida, para siempre, en la tierra, y prefiero creer que, como Eurídice, su estada en el seno mineral será muy breve y que, al regreso a la tierra de otras primaveras, su voz continuará cantando la perenne poesía".

Winétt fallece en Santiago, en noviembre de 1951, dejando a la posteridad su libro postumo Los sellos arcanos.



 

 

 

 

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Fuente: Revista de Libros de El Mercurio,
sábado 18 de mayo de 2002.