Porque la escritura es un quehacer mudo,
un trabajo que va de la cabeza a la mano.
HERTA MÜLLER
En el ABC of Reading (pdf) (1934), su tratado más conocido sobre crítica literaria, así como en algunas entrevistas, Ezra Pound explora la importancia del ritmo, la música y el lenguaje preciso en la poesía. Ahí nos dice que el ritmo poético es una forma de música; sin sentido, es vacío: puro ruido o silencio inútil. Implica que el poeta debe escuchar el silencio interior antes de crear música con palabras. Considera que la poesía no es solo palabra: es sonido, ritmo y silencio. Entonces el silencio no es ausencia, sino una presencia cargada de significado, el espacio donde la poesía se gesta. Pound, obsesionado con el ritmo y la música de la lengua, ve en el silencio una pausa que da forma a la melodía. Otros poetas contemporáneos, en cambio, transforman el silencio en un terreno espiritual, donde lo inefable cobra vida. Poetas, por ejemplo, como Olvido García Valdés (España), cuya poesía es esencial, callada y reflexiva. Sabe transformar el silencio y la contemplación en revelación: la quietud —es un temblor— / la rama cede / y cae… o Tomas Tranströmer (Suecia) donde sus poemas capturan lo invisible, lo inefable, en el susurro de la naturaleza o en los intersticios del ser: Un pensamiento que quiere llegar a la palabra / pero tropieza con otra cosa. La música y el silencio no son opuestos: la una define al otro, y ambos son pilares invisibles de la poesía verdadera.

Sharon Rodríguez
Poeta cusqueña nacida en 1991 y arquitecta de profesión, Sharon Rodríguez publica su segundo libro de poemas, Diálogo de los símiles desiertos (Alastor Editores, 2024). Esencial y potente. Versos de arte menor, sin títulos ni divisiones. El libro fluye como un canto de la nostalgia. La autora no titula sus textos, pero los organiza en secciones o pausas, lo que intensifica la sensación de continuum poético: un diálogo interno sostenido a lo largo de toda la obra.
Ahora bien, Diálogo de los símiles desiertos de Sharon Rodríguez es una obra de música, de silencios, de escritura densa, fragmentaria y de un lirismo descarnado. Su lectura exige atención plena, pero ofrece a cambio un viaje poético a lo más íntimo y quebrado del ser.
El título ya anticipa una poética de lo árido, lo incomunicado o lo residual. “Diálogo” sugiere un intento de comunicación, pero los “símiles desiertos” implican comparaciones vacías, paisajes interiores erosionados o voces que resuenan en el vacío. Desde ahí, se puede pensar que la obra explora la imposibilidad o dificultad del lenguaje para abarcar la experiencia vital, emocional, femenina.
La voz poética aparece dispersa, escindida, a veces como reflejo roto ("una tonta efigie"), otras veces como “otra” observando desde la distancia. La identidad se construye desde lo quebrado, lo móvil, lo incompleto.
Mi primavera es el vértigo
una figura retórica entre garabatos
te equivocaste, la combustión será tu orfebre
El poema es un lugar de evocación, de duelo y de reconfiguración del pasado. Hay padres ausentes, casas que tiemblan, infancias enterradas y la constante presencia de una "herida antigua".
El padre se ha perdido, no volverá
Desde ese discontinuo corría lejos de la fogata
Aparece un trabajo sobre el cuerpo como territorio poético. El cuerpo es cicatriz, carne en ritual, deseo, fuego y obstáculo. La feminidad no es idealizada; es trinchera, es herencia ambigua, es también cárcel.
¿A quién he vestido más veces sino al misterio?
La batalla como arcilla, escombros de tu genealogía
Rodríguez cuestiona la eficacia del lenguaje, su uso ritual o artificioso. La poesía aparece como una forma de "desobedecer", pero también de fallar. El silencio y la imposibilidad de decir se repiten como ejes.
Escribir es una pedantería
Las palabras son la mayor derrota
No hay puntuación convencional: el flujo es libre, casi respiratorio. Esto potencia una experiencia onírica, asociativa y fracturada. Por ratos el texto es mayoritariamente una larga serie de fragmentos en prosa, con uso de imágenes densas, metáforas complejas y un ritmo interno no métrico. Rodríguez construye su obra desde la dispersión. Cada pieza parece autónoma, pero comparte un tono y campo semántico. De pronto nos encontramos con metáforas barrocas y oscuras. Cierta escritura nos recuerda a veces a Alejandra Pizarnik, Blanca Varela o Hilda Hilst: denso, introspectivo, oscuro, con una imaginería cercana a lo surreal.
voz de sombrero de oído pegada a la frente
mosca agonizante sobre la mesa
una lámpara como fractura musical
Hay en Diálogo de los símiles desiertos una intertextualidad mitológica y simbólica como Narciso, esfinge, oráculos, espejos y laberintos que aparecen como signos del yo enfrentado a su propio abismo. Desiertos, espacios del vacío, del desgaste, de lo imposible. Símbolo interior devastado. El espejo recurrente simboliza, quizás, la identidad quebrada, la mirada propia deformada. El fuego y la combustión que serían la pasión interna, el desgaste, el deseo y la transformación dolorosa. El cuerpo es a la vez casa, campo de batalla y lenguaje. La infancia como recuerdo, trauma, origen y pérdida. Finalmente, la casa como espacio íntimo que se vuelve hostil o se derrumba. Muchas veces símbolo del yo o del pasado que ya no ofrece refugio.
Libro confesional e introspectivo, pero no expositivo. El yo no se ofrece directamente, sino que se esconde, se disfraza, se cuestiona melancólico, doloroso, a veces incluso cercano al delirio. Rodríguez cuestiona también, en especial la tradición de escritura femenina, la domesticidad, la idea de permanencia o redención.
El diálogo no es con otros. Es consigo misma, con sus pasados posibles, con sus reflejos fallidos, con los espejismos del lenguaje y de la memoria. Los “símiles desiertos” son esas imágenes que alguna vez significaron algo, pero ya no contienen certeza.
Diálogo de los símiles desiertos es una obra de los silencios de la música, intensa, fragmentaria, profundamente femenina y existencial. Su complejidad no es gratuita: se corresponde con la experiencia de un yo poético que no puede sostenerse en certezas ni lenguajes plenos. Sharon Rodríguez compone una travesía interior atravesada por el silencio, la errancia, el deseo de fuga y la interrogación incesante. Es una poesía que arde, pero sin estallar; que grita, pero desde la hendidura. Sharon Rodríguez, es sin lugar a dudas, una de las poetas más importantes de nuestra escena peruana actual.
San Jerónimo – Cusco
Junio de 2025

ES EN ESA OTRA LUZ
donde me contemplo
en movimiento
diálogo de los símiles desiertos
rincón para hendir el brazo
como una espina en el costado
de un pájaro de indómito canto
simiente en los preámbulos.
Extinguida en una llama
la mirada en los dinteles
cayó como una mariposa
la oscuridad de trote lento
sumergida
se vio indefensa
en el oasis.
Reticente en despedida
sujeta a la mirada escribe
la mano levantada
y el vuelo de los dados
por el sueño en ese risco
se extinguió corno una
transparencia.
Ya pequeñita
surgió en la madrugada
esa luz en la retina
una sinfonía
más y más resuelta
a perturbar el desamparo.