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WALDO ROJAS


Un poeta en París


Por Ignacio Rodríguez A.

Revista de Libros de El Mercurio,
sábado 13 de julio de 2002




El autor chileno realiza en "Deber de urbanidad" una reverencial y humilde "toma de apuntes"
en la que sostiene la memoria.

 

En primer lugar, París es una ciudad fluctuante que se reescribe constantemente a sí misma para no dejar de ser lo que es: una sempiterna prosodia, el último bastión de la unidad sagrada de un mundo que se desvanece. En segundo, Waldo Rojas es un extraño que se pasea por ella, percibiendo apenas el eco de ese murmullo litúrgico que es la reescritura de París. El resultado: Deber de urbanidad, una obra cargada con toda la inteligencia poética que dicta la historia de un río y sus puentes-tabernáculos, la fantasmagoría de sus torres y templos y la tramoya de su propio ceremonial parmenidiano. Por eso allí, por ejemplo, las gaviotas no son gaviotas, sino el poema sobre las gaviotas, y las piedras por las que transcurre el agua del Sena, una multiplicidad de sílabas consonánticas que no suenan como las piedras del Sena por el transcurrir del agua del Sena, sino las piedras mismas del Sena en las que suena el agua del Sena: canto simultáneamente epifánico y fúnebre atrapado en su ininteligibilidad por un neófito, el que desde un afuera irreductible lo registra por "deber de urbanidad" tal y como lo escucha, pues es canto revelado, palabras de un lacónico ritual cuyas claves se le escapan.

No estamos hablando de "escritura automática", sino de una más reverencial y humilde "toma de apuntes", con toda su opacidad, pero también con toda su honestidad y esa última clarividencia de la fe, quizás un acto de amor para aferrarse a la crepuscular lucidez de una modernidad que ya es pura letanía, "rodar de un tiempo apenas día,/ apenas noche, río embancado". Así, la "toma de apuntes" sostiene la memoria y finalmente reintegra la verdad al ser: es recuperación y aprendizaje, fijación del tiempo en su objetividad, palabras recogidas de una realidad que pasan a ser la realidad misma. No designan: reemplazan, y, más aún, se emplazan, y, más aún, se emplazan como devenir, actualidad y trascendencia.

Desde esta perspectiva, Deber de urbanidad es un acto poético perpetrado con absoluta eficacia, que le propina como tal una paliza al lenguaje como comunicación y se erige en una victoria rotunda del poema como objeto válido en sí mismo, portador de todo el sentido que se escurre de las "lenguas amaestradas, adiestradas". Aquí París no se refleja; aquí la ciudad se instala como un eco de su fluir y refluir, es ella misma rehaciéndose y desintegrándose en una "memoria inmóvil", la del poeta, en una inteligencia que se sobrepone a la "impericia del asombro". Aquí París huye de su patética "efigie de cadalso" para reescribirse con su propia retórica en sus "dos mitades arduamente mutuas" gracias a sus "puentes tendidos entre la acechanza y los asedios". Y desde el fondo de estas palabras, como desde un tabernáculo, surge también el latido de lo humano y su indigencia, los susurros de una extranjería que es siempre una "Ciudadanía de la muerte".

Difícilmente podrá encontrarse en Chile otro poemario más transido de inteligencia poética que éste, que debiera ser de lectura y análisis obligatorios para todos los estudiantes de literatura. Mediante él no sólo se pueden aprender las claves de un oficio y de un género, sino también las secretas palpitaciones de un lenguaje al que el mismo Waldo Rojas le exige teóricamente erigirse "en realidad absoluta de lo humano; algo fundamental que sólo los poetas dicen en su decir, que es un decir que se dicta a sí mismo, no para comunicar, sino para hacer aparecer". Cabe celebrar esta obra con la misma asombrada admiración que todavía hoy produce Lobos y ovejas, de Manuel Silva Acevedo, es decir, como otro hito de nuestra poderosa tradición poética.

Deber de urbanidad
Waldo Rojas
LOM Ediciones, Santiago, 2001
44 páginas.


 

 

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Waldo Rojas: Un poeta en París, por Ignacio Rodríguez A.
Fuente: Revista de Libros de El Mercurio,
sábado 13 de julio de 2002.