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Presentación de "Montaje de la ópera"
Poemas de Yair Gómez Szmulewicz. Bisturí 10, 2024

Por Tamara Miller



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Con Yair compartimos la composición, el paso largo y denso por la precaria y polvorosa facultad de música de la universidad de chile, conocida también como el conservatorio. Bien le hace aún honor a su antiguo nombre. Ahí la tiza se quiebra sola con la presión del aire que cruza los pasillos de psiquiátrico. Y hoy en día, los pianos ya ni siquiera muestran sus dientes. Sólo para que tengan una idea.

A pesar de estas coincidencias, con Yair nos conocimos más tarde, fuera de este contexto, sin realmente encontrarnos. No estábamos.

Él escribió un texto a partir de una composición de mi autoría para el disco de nuestro querido amigo en común, Martín, en donde también está presente una composición de Yair. No podía creer el verme reflejada en un escrito de un completo desconocido y que fuese capaz de traducir en palabras de forma tan transparente mis sentires de ese entonces, que eran casi sólo sonidos.

“el sonido es otro espejo transparente. escuchas eso?”

Sin ser realmente escritora o experta, intentaré hablar desde la composición y la amistad joven que mantengo con nuestro autor presente.

El libro comienza con una cita de Rilke. Cita que resuena conmigo y pienso clave para la lectura. Aquí un par de versos: “un refugio hecho de los deseos más oscuros” y “ahí creaste para ellos un templo en el oír”.

El montaje de la ópera nos envuelve de escenas acontecidas en un pasado, una especie de campo, que no es campo. El detalle del escrito describe un paisaje de cerro, cercano a la ciudad pero suficientemente lejano. O así lo percibí yo. Vemos cardos, enredaderas, plantas que aún intentan ser salvajes.

Un yo decide idear una ópera. Adentrarse y sentirse en un atrás donde un dolor no alcanza a mostrarse vulnerable, más bien con dureza. Cruzamos distintas escenas en donde la repetición no se agota, sino que más bien refresca los elementos. Se nos acercan innumerables objetos como entidades que cobran vida. En la mirada hacia la niñez y los antepasados, son estos cuerpos una marca que impactan la lectura: la luz, el musgo, la pandereta, el rosal, el portón… el agua, lo líquido. El umbral. Los personajes orgánicos e inorgánicos traen peso, un carácter. Hasta el brillo de la aguja arroja pensamientos.

Vagamos entonces por escenas y recuerdos rotos, fragmentarios. “Retablos de familia”.

Una sutileza deja la incógnita: ¿Son todos estos recuerdos, o recuerdos de historias que atravesaron a Yair a través de la escucha? ¿Vivencias? ¿O historias que viajan a través de una boca? ¿Es la ópera una nostalgia almacenada y apropiada desde el oír? Un patrimonio personal: un componer.

¿Son nuestras las memorias o de un colectivo? ¿Son nuestras las memorias o cuánto nos ha manipulado el anhelo creativo de la mente dormida? Desde la composición: así como creamos sonidos que no son nuestros, también creamos nuestra propia memoria, nuestra autobiografía está constantemente sujeta a la línea entre la realidad y nuestra fantasía –o bien imaginación–. Pienso: La música será sonidos que perdieron realidad.

“un silencio de los oboes
el comienzo del recuerdo”

Yair le habla a Hildegarg como cuál creyente a su amigo imaginario. Pienso en Hildegard y pienso en las bases de nuestra educación musical occidental. Interfiere lo sagrado. La locura de querer abarcar todo. Típico del creador: Hildegard hizo lo impensable para una mujer en esos tiempos. Activa como compositora, escritora, filósofa, científica, naturalista, médica, mística, líder monacal y profetisa. Será Hildegard, con todas sus múltiples capacidades y expertis polifacética una especie de ser superiorem? Su imagen se manifiesta similar a una entidad lejana y sabia, o una confidente tal vez. Se transfigura parcialmente en la imagen de una madre estricta:

“-nada, madre
acá llueve siempre

-no me digas madre, cómo va la partitura?”

Y ¿Quién es esta Hildegard? Receptora y encauzadora de la incertidumbre de un creador.

“¿solo existe la promesa del sonido en un tapiz de silencio?

-una partitura, cuando se guarda en el cajón, tiene futuro pero no lo tiene, la promesa es una celda, un juego de colores, un búho observado en una dimensión:
línea de constante cambio al gris cobre celeste rojo y así vamos

conociéndonos

cuando las esferas ruedan en las naves laterales, ¿cómo ser?

con un sentido menos . . . . con un sentido disminuido
al menos”.

Hildegard,
cercana a la botánica, naturalista. Se conecta delicadamente con las imágenes pasadas de un verde en Yair, un paisaje rústico y domado. Contiene. Escucha y comprende.

“-guardo preguntas Hildegard

-guardas una vergüenza familiar
un enramado de trampas

-y dónde está la salida?

-la puerta se la comió

-entiendo

un niño está en el umbral
y cruje
si alguien le ayudara podría escuchar
esa luz proporcional a nuestras acciones”.

Yair cuestiona su historia. Su construcción. Surgen los hombres muertos de nuestra educación como ánimas, traspasan la imagen del padre, el ego, la opulencia.

El padre no se devela. Brota cuál cardo entre el montaje siendo una especie de sueño, una nube tocando el suelo. Medio hombre, medio niño. Sólo hay una cosa clara: No es. El padre no es padre, no es padre. Es, la distancia, el abismo en el vínculo.

“tú padre duerme desnudo y rueda en el jardín
indefenso y no se da cuenta”

Hay que llevarlo de la mano. “Está no está . . . sacándose el chaleco, hay un olor a siesta en su cuello”.

“la piedra mi padre, el vacío mi padre”

En la lectura dilucidamos secretos, silencios, percepciones complejas de un niño, atravesadas también por el filtro del adulto observando al niño. Lo privado. O lo íntimo. La sombra familiar se hace pública cuando el secreto no soporta más su ocultamiento.

Paseamos sin adentrarnos en las acciones y sentimientos de la consciencia de la familia, de la imagen del hogar, contenida no sólo por los pilares de la madre y el padre, y quizás una mención de un hermano perdido, sino también por el ambiente. Donde, me repito, el umbral, el portón, la pandereta, el musgo, las enredaderas, la luz y el agua se convierten también en elementos esenciales para comprender la sustancia de las evocaciones contenidas. Nos enfrentamos al arrojo de mirar la sombra de frente, a la intención de asumir, reconocer y tocar al espejo de la angustia, añoranzas, nostalgia.

Yair nos escribe en un texto cifrado, medio cerrado, medio abierto. Invita pero se esconde constantemente detrás de imágenes, juegos, significados y símbolos. ¿Qué es la memoria más que una construcción abstracta que carece de secuencia? Mientras leo acepto la imposibilidad de la transferencia. De dilucidar los escenarios y los absurdos de Yair, qué recuerdos atraviesan el oído, y las ideas que a través de ese mismo caen a un trozo de papel. Claramente, la mente de un compositor clásico contemporáneo que evade la transparencia, o la luminosidad. Que insiste en codificar lo personal. Pienso en el intento insaciable y obsesivo de traer sonidos al mundo tal cual se conciben en la imaginación. Corrompidos bajo el velo quizás de un lenguaje que nos absorbe en el conservatorio mientras intentamos encontrar esa validación estética… el cifrado de la música nueva, música contemporánea, música de arte… tantos nombres para al fin y al cabo envolver sujetos singulares que nos agotamos en el intento de reconstruir nuestro mundo como sonidos. Componemos con este inconsciente de la entrega de lo complejo, las partituras bañadas de hormigas… no queremos dar entendimiento, pero la experiencia. Quizás no entramos a Yair, pero sentimos? Impacta y se sitúa junto a nuestras impresiones. Y en la proyección habrá un pedazo de nuestras familias también.

“En el oído duermen objetos preciados, de vez en cuando
Una obra quizás, algo de musgo
Lejos y súbito”

La familia y el “ser compositor”. La dupla que conforma la identidad del que escribe. Quizás no solo, pero lo veo y entiendo. Me veo. ¿Cuántas de nuestras actitudes expresadas en el oficio creativo provienen de nuestras experiencias o falta de experiencias en la familia?. De nuestro contexto, de nuestro niño o niña. No hablo ya de lo que hacemos música, sino del cómo nos comportamos en el proceso. Porque al final, lo que hacemos es sólo proceso. ¿Qué nos traspasa, qué nos afecta. ¿Cuáles son los rituales y hábitos de los que no podemos escapar?

El mito dice que el compositor está lleno de ego, de soberbia. Resueno con Yair, con sus cuestionamientos e inseguridades: hay un momento en nuestra formación en que nos damos cuenta de que no somos nada.

“la partitura es una instrucción, nada más, forastero en el sonido”

¿Quién nos quiere, o nos necesita, si ya están Mozart, Vivaldi, Mahler, y todos estos otros hombres del viejo mundo sonando constantemente? Quizás para siempre… mientras nosotros rogamos por sonar, por salir del cajón con llave donde un pentagrama encierra un pedazo de mente. Somos costra y perros mojados pidiendo ser arrancados o salvados. Nos invaden las frustraciones, los miedos, el olvido, el para nada. No ser suficiente. ¿Pero para quién? La madre, el padre, Hildegard? “El príncipe de luz”?

Caemos en el vicio de querer ser otra cosa. De pensar que la vida es más fácil si el hacer es otro. Queremos ser portón. Queremos sólo sacar maleza. O queremos ser portón para vivenciar otro tipo de conexión.

“Compositor:
‘Yo quisiera ser el portón envés del hijo’

Los personajes viven insatisfechos
No es necesaria la luz eléctrica en el día
Una ausencia que no duela
Contiene el corazón de un sonido
El sonido de un compositor camuflado”

Nuestras ambiciones se transforman en deseos, un soñar a mediodía con los ojos entreabiertos, quemados por el sol. Somos vagos pero añoramos e insistimos. Ahí está el quehacer que nos abate y nos encadena a la mesa, a la silla, a la soledad del sonido aún no vomitado. Vivimos en el vértigo de una —tal vez— aproximación al parir. Sin hijos realmente. Mas el dolor se siente así. ¿Y qué pasa con nuestros hijos? ¿Quién los adopta? No construimos familia.

“o poco importa entonces
la vanidad, hay que decirlo, del estudio:
la partitura y la forma?”

“estudiar estudiar estudiar”

Los materiales que componen el montaje de la ópera se intersecan constantemente en una naturalidad impecable a través de la repetición, de su intromisión en momentos desiguales, o atemporales. Micro-células que vuelven a nosotros con trayectoria, invitando nuevos sentimientos en contrapunto. Cambian su imagen y proyectan otras, o conectan ámbitos de otra forma inarticulados para nosotros.

Hay una oscilación sutil entre lo pasado y el presente. O el presente pasado. Se entremezclan suavemente y a veces entro en un estar, donde me he encontrado tantísimas veces: en un contexto de concierto, y sentir mi vida pasar en la escucha. Parecieran ser recuerdos interrumpidos de realidad huidiza. Entonces, resalta el hilo interior y silencioso que une.

“podríamos pensar que mientras suena la orquesta
suenan de un modo secreto
los recuerdos inmediatos del público?”

Termina la lectura con la firme imagen de la madre. Por primera vez hacemos contacto directo con la claridad. Se asoma la muerte, pero la visión de ella como una constante afectiva que acompaña. El escritor observa la finitud. Observa la separación. Observa lo familiar fuera de sí.

El amor está, expresado con crudeza. Parte del amor es ser testigo de la vida del otro. Unirse en la cotidianeidad, a veces dejando un espacio. Al final entra la Violeta, y queda una canción resonando.

 


 


Durante la presentación de "El montaje de la ópera".
El autor Yair Gómez junto a Tamara Miller y Álvaro Becerra. Bar Thelonious. Martes 29 de Octubre 2024



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