[ A ARCHIVO PADILLA]................. El Alejo Carpentier que conocí - por Heberto Padilla

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..............Aquel apartamento moderno resultó demasiado estrecho para la nueva vida social de los Carpentier. Se mudaron para una casa extraordinaria, de amplio y bello jardín que daba al río Almendares, junto al Bosque de La Habana. En el gran patio Alejo reunía a los invitados de mayor relieve mezclándolos con nosotros, “los terribles de Lunes de Revolución”, como él decía.
.............Las casas de Alejo que conocí eran muy sobrias. Un mobiliario estricto, casi instrumental. Las necesarias sillas para que se sentara el número limitado de personas, un comedor amplio, una cocina distante y casi decorativa (porque toda la comida era traída de restaurantes), una biblioteca donde no habría más de mil volúmenes, agrupados en la habitación más pequeña donde había un sofá, dos butacones y una mesa de escribir situada junto a la puerta. Sus escritorios o mesas de trabajo siempre estaban junto a una puerta. Cuando fue director de la Editorial Nacional de Cuba, su mesa ocupaba una esquina frente a la entrada principal de su despacho, que daba acceso al salón de reuniones. En esta mesa sí había montones de libros, pero todos suyos, ediciones de lenguas extranjeras de cada una de sus novelas. Los jóvenes visitantes las palpábamos lentamente y con fruición, sobre todo las que venían de países distantes, que hacía más notorio el interés que suscitaba su obra.
   .........En su despacho de la Editorial Nacional Alejo trabajaba poco, era su secretaria, Pussy, la ejecutora de los planes editoriales que consistían en la edición de clásicos o de traducciones enviadas por los países socialistas, pero desde aquella oficina proyectaba él hacia las altas esferas oficiales las muestras de su importancia intelectual, y en realidad impresionaban las bellas ediciones extranjeras de sus obras, con títulos distintos al original, que las hacía de algún modo más atractivas. El siglo de /as luces, fue publicada en inglés con el título de Explosión en la catedral. Los pasos perdidos apareció en francés como La división de las aguas, y en alemán, como Camino hacia Manoa.
              El único rival de Alejo era Nicolás Guillén, que amontonaba también en su despacho de la Unión de Escritores las ediciones de sus poesías en otras lenguas, pero la mayor parte de los países socialistas, que nosotros llamábamos “países cómplices”, pues no otorgaban un reconocimiento válido como el de los países de mercado.
              Algo que llamaba la atención en las casas y despachos de estos dos escritores era la diferencia de gustos.  La biblioteca privada y el despacho de Nicolás Guillén en la Unión de Escritores estaban atiborrados de libros y fotografías donde el joven mestizo, con el pelo grueso y lacio de indio y la gran boca africana, aparecía acompañado de gente célebre en los congresos internacionales o en sus viajes por el mundo; las de Alejo apenas tenían libros y ni una sola foto suya o de su familia. Al Alejo de la juventud tuvimos que descubrirlo a través de sus compañeros de generación, que fueron pródigos en difundirlas en líbros y revistas.
              No colgaba una sola foto en las paredes de las casas de Alejo. Muy pocos saben cómo era su padre, cómo su madre, cómo la abuela alumna de César Franck; nada sabemos tampoco de su infancia, no se conocen fotos en que aparezca con sus padres; sin embargo,a partir de la casa junto al río Almendares se vio aparecer una tarde, súbitamente, un gran óleo colocado entre dos puertas del comedor que daban al jardín. Era un negro, vestido a la manera de los haitianos descritos en El reino de este mundo,colmando todo el espacio de la tela.
               Supimos que se trataba del padre de Lilia, el único marqués negro de Cuba, que gobernaba el ámbito familiar de los Carpentier. En la tercera y última casa en que vivió en La Habana (la del Vedado), comenzaron a aparecer sus cuadros, traídos de Venezuela.
               En una pared del comedor fue colocado el impresionante óleo de Wilfredo Lam, La silla, y después apareció toda su colección de pintura. Alejo había decidido instalarse en Cuba.
               En 1966, un nuevo embajador de Cuba en Francia decidió que Alejo lo acompañase como Consejero Cultural y que yo fuese con un cargo menos importante. Fue una ocurrencia de Carlos Franqui. Alejo la recibió con entusiasmo. El embajador propuso otros nombres para desempeñar distintas funciones, porque él había pasado algunos años en París como representante personal de Fidel Castro y creía necesario elevar la eficacia de nuestra embajada en Francia. En Cuba, una frase ingeniosa lanzada desde un alto cargo puede arruinar de golpe el encanto del mejor proyecto. Cuando el embajador mostró la lista de nombres al entonces ministro de Relaciones Exteriores, Raúl Roa, éste exclamó con su sorna característica: “Pero, hermano, si te llevas a toda esta gente, ¿cómo crees que va a funcionar el país?“. Así que Alejo se fue solo a París y allí vivió lo mejor y lo peor de sus últimos años, y allí tuvo que asumir posiciones políticas que había sido un experto en eludir públicamente; allí se vio acosado por exigencias que el mundo comunista le planteó y él no rechazó. La correspondencia que sostuvo con las autoridades francesas a propósito de la situación del fotógrafo y poeta francés Pierre Golendorf, que estuvo siete años preso en Cuba por el odio personal de Fidel Castro, es grotesca.
                 Igualmente se alejó de sus mejores amigos y defendió desde Europa, sin necesidad de hacerlo, los planteamientos más arbitrarios del gobierno cubano; se convirtió en un burócrata del totalitarismo; cedió a las presiones del Departamento Cultural de la Seguridad del Estado de Cuba para que escribiese El recurso del método para contrarrestar El otoño de/ patriarca, de Gabriel García Márquez, que en Cuba se consideraba un ataque contra Fidel Castro, porque el dictador de El otoño exhibía los rasgos de las aberraciones típicas de Fidel.