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Enrique Congrains ha vuelto

El narrador de historias
(Protectorado de Mendoza. Segunda quincena de mayo de 2075).
Enrique Congrains Martin. Cochabamba: edición príncipe del
autor, 2006. 508 pp.*

César Ángeles L.



1

Para quienes desde hace años admiramos su capacidad al expresar literariamente parte de la nueva realidad peruana (derivada de la heterogénea problemática de la migración, en un escenario como la Lima de mediados del siglo XX, creciendo al trepidante ritmo de sus nuevos habitantes), la reciente aparición de tres nuevas novelas suyas, en “edición príncipe del autor”, constituye un verdadero acontecimiento. Lo inquietante, en este caso, no es la trama de sus nuevos libros, ni el lenguaje plasmado en ellos, sino el amplio lapso de 50 años transcurridos entre su última publicación, No una sino muchas muertes (1957), y estas recientes del año pasado: Gallinita portahuevos, El narrador de historias y 999 palabras para el planeta Tierra. También es inquietante el tamaño familiar (19 x 26 cmts.) del segundo volumen mencionado que aquí se abordará, el cual con sus casi 500 páginas puede convertirse en letal arma arrojadiza. Además, está su carátula, diseñada por el propio Congrains: una máscara de alambres entrecruzados, con ojos intensamente rojos.

No recuerdo cuándo exactamente descubrí la narrativa de Enrique Congrains, pero debe haber sido en los años 80 en la edición de Populibros de su novela No una sino muchas muertes (que fue llevada al cine por Francisco Lombardi, en una versión que no satisfizo al propio novelista: “Maruja en el infierno”). Leer esta novela, situada en los extramuros de una Lima cada vez más cambiante y masiva, con sus propias épicas y excrecencias -como suele ocurrir con los cambios sociales e individuales-, con personajes tan marginales como locos callejeros recicladores de vidrio liderados por una joven mujer, expresión de cierto espíritu empresarial informal a prueba de huaycos, me cautivó, pero no sólo a mí. Era la entrada en la narrativa peruana de nuevos temas, emociones y personajes, en la línea de otros valiosos narradores de la influyente Generación del 50 como Oswaldo Reynoso y Julio Ramón Ribeyro. Un par de cuentos de antología (“El niño de junto al cielo” y “Domingo en la jaula de esteras”), en Lima, Hora Cero, y otra novela, Kikuyo, consolidaron el universo narrativo de un emergente escritor limeño que sin despedirse marchó pronto de la creación literaria y del Perú. A partir de entonces, Congrains mutaría en editor de libros y con este oficio viajó por diversos países latinoamericanos hasta recalar por 14 años en Bolivia.

Precisamente, en este país escribió y editó El narrador de historias, la novela que aquí nos convoca. Se trata, como queda dicho, de un voluminoso libro estructurado en “Preámbulo” y 13 secciones que contienen 170 capítulos breves, todos subtitulados de manera muy libre e incluso lúdicamente. En ellos se desenvuelve la historia del protagonista: Cayetano Cómpanis, sus amigos y enemigos, durante 4 días, desde el 27 de mayo del 2075 hasta el 30 del mismo mes.

Como se observa, el tiempo cronológico de la misma se ubica en el futuro, el 2075, que dicho sea (no tan) de paso remite a la actual edad del propio Congrains: 75 años. ¿Número cabalístico? ¿Autohomenaje por haber retomado el oficio de narrador édito? Congrains se debía este libro (al igual que el protagonista novelesco). Quizá también por ello es que durante la obra se remarca obsesivamente el paso del tiempo, de las hojas, los segundos, los días y los años: 2075. Una suerte de continuidad con uno mismo, a fin de cuentas.

Como ha aclarado el propio autor en la contratapa del volumen, no se trata, sin embargo, de una novela de ciencia ficción, sino más bien de una de política-ficción. Y es que, en verdad, el animal político que habita a nuestro escritor se explaya en esta obra a sus anchas (recordemos, a propósito, su participación en el asalto a una sucursal bancaria en la Universidad Agraria, con el objetivo de recaudar fondos para acciones guerrilleras, durante los 60, lo que le valió tres meses en la carceleta. Luego, en 1963, salió del país. Él mismo ha declarado que de haberse quedado durante el período de mayor violencia política “hubiera sido senderista y, de hecho, hubiera muerto, porque yo no era de los que me quedaba boca a boca, sino de los que pasaban a la acción”: en la revista electrónica El Hablador, número 13). Si en sus inicios, Enrique Congrains era un neto representante de la nueva narrativa peruana, con la poética que plasma en El narrador.... testimonia la voluntad de ser un autor “latinoamericano”. La propia trama de la novela así lo confirma.

2

La acción se sitúa en la provincia argentina de Mendoza. Luego de un amago de ocupación por parte de Chile, esta a su vez es ocupada por la ONU -para evitar una guerra continental- y encargada en calidad de “Protectorado” a México. Ello nos remonta a los fastos de la independencia latinoamericana, cuando San Martín intentó un fallido Protectorado en Lima, o a los varios tipos de Protectorado que ha habido en la historia mundial, en los cuales una potencia asume a otro país más débil. Se trata, en verdad, de una invasión, pero con un nombre más bonito: ser protector no es igual a ser invasor. Todo lo cual amplifica la resonancia semántica de este “Protectorado de Mendoza” a otros imperios e invasiones que se dieron en la historia. Las luchas intestinas por reacomodos geopolíticos y regionales no han cesado, ni en el 2075 ni en América del Sur.

Por otro lado, la trama acontece en una época cuando ya casi nadie lee libros (como hoy), sólo periódicos en todo caso. De ahí que ciertos reductos como la librería “El planeta de los libros” del colombiano Arango, buen amigo del protagonista, operen como centros de arqueología del saber, donde acuden los lectores que sobreviven, buscando volúmenes de todos los tiempos y lugares (es aquí donde Congrains, mediante el alter ego que resulta ser su narrador de historias, rinde tributo a la novela erótica peruana per excellence, y donde también se recrea la memoria y oralidad populares: Canto de sirena, de Gregorio Martínez, ex integrante del colectivo “Narración”).

El ambiente del Protectorado de Mendoza rezuma control por todos lados, y en esta suerte de panóptico a gran escala (la de toda una ciudad latinoamericana) un narrador oral como el propio protagonista, Cayetano Cómpanis, poco o nada interesado en el activismo, se verá envuelto en la madeja de un asesinato que, cual efecto dominó, arrastrará a otras víctimas, y lo colocará a punto de ser casi una más entre ellas. La red de intereses estratégicos y crímenes políticos que subyace a lo anterior cautiva la lectura, y los capítulos se suceden sin mayor dificultad, entre otras razones, porque la narrativa fluye activando la complicidad del lector. En ella el humor opera para demarcar la atmósfera verbal, y contribuye a perfilar el juego de roles y movimientos de los personajes. Asimismo, la voz narrativa apela regularmente a nuestra conciencia crítica, sumando un rasgo metapoético que es constante en esta novela, abriéndonos sus objetivos, alcances e incertidumbres textuales.

En El narrador de historias varias micronovelas se suceden como círculos concéntricos en torno a un detonante: la persecución política contra la izquierda ¿Cuál es, a todo esto, el eje de la trama? ¿Lo hay? ¿Es posible saberlo? En una reseña periodística, de las pocas que han aparecido -ya que, como se dijo, este libro carece de una masiva distribución comercial-, se ha señalado más bien confusión (Ver: “Narrador re-cargado”; Olga Rodríguez Ulloa, en Correo: 14 de agosto, 2007). Sin embargo, aunque los diversos estratos de una amplia y heterodoxa novela como ésta pueden tomar desprevenido a un lector más clásico, sí es posible señalar que hay un eje novelístico en torno al cual giran los otros círculos narrativos. Éste es la represión desde los poderes establecidos contra aquellos que busquen sembrar cuñas en la maquinaria de alienación que los Estados (de América Latina, de Europa y otras partes), en tanto expresión de intereses minoritarios, despliegan por doquier. Es reconocible la influencia de Michael Foucault en esta tesis.

Al lado de Cayetano deben colocarse otros nombres, sobre todo de las principales víctimas del aludido poder, dos activistas políticos: el chileno Ramón Parra y el filósofo catalán Andreu Millán Pons. El primero es líder de la resistencia contra un Estado chileno que ha canonizado a Pinochet (“San Augusto”), lo que se ha plasmado en un grotesco mausoleo patrio; el segundo, amigo y socio de Parra, es ideólogo de una corriente filosófica, “Pensar a partir de cero”, que propende reactivar la creatividad e imaginación críticas ante lo establecido, poniendo en cuestión las creencias, los conceptos y la tradición heredada por los pueblos de diversos lugares. Ambos individuos resultan peligrosos, y por ello se les busca aniquilar. Al ser invitado Cayetano Cómpanis por la reputada Universidad de Cuyo, en el Protectorado, para que ofrezca algunas representaciones de su célebre número de “La Pata del Mono” (un modesto cuento inglés de terror), las autoridades de dicha universidad le “recomiendan” que no se meta en líos políticos. Picado por la curiosidad, irá deshilvanando, junto con el lector, dicho misterio. No sin muchos sobresaltos, por cierto.

La conferencia del catalán (capítulos 31 al 61) es un largo pasaje, en verdad, que cautiva por las múltiples ideas y cáustica voluntad desmitificadora que pone en juego el filósofo, haciendo gala de muchas cuestiones epistemológicas y conocimientos políticos, desnudando estructuras de dominio sicosocial en diversas estrategias educativas a lo largo de la historia. (Todo lo cual evoca algunas muestras que ha dado el cine sobre el arte de programar las mentes, como en Naranja mecánica y Full Metal Jacket, de Stanley Kubrik, o Fahrenheit 451, de Francois Truffaut, entre otras películas de ese corte). Como no podía faltar una historia romántica, durante esta inolvidable velada Cayetano conoce a una guapa chilena, Nanda Sepúlveda, quien también asistirá a la accidentada función del narrador oral al día siguiente A partir de aquí, nace una relación entre ambos, y la densidad narrativa se espesa más aún. Sin embargo, el ya mencionado eje temático continúa operando, ya que la propia Nanda es parte de la resistencia chilena, en la clandestinidad, ha sido novia de Ramón Parra, y finalmente cooperará en todo con Cayetano no sólo para desenvolver el hilo de la madeja, sino para resolver problemas pecuniarios, y escapar del cerco policial.

Entre todo ello, por cierto, la historia de amor y pasión entre ambos sigue su curso, con momentos de íntimo erotismo (a mi gusto, algo duro en su expresión literaria), pero que ha de desembocar en vívidas revelaciones de cada cual, desnudos en una cama. Así ocurre, por ejemplo, en los sentidos capítulos 134 al 141, al final de lo cual Cayetano, casi ahogado en la conciencia de su azarosa existencia, confiesa completamente a Nanda su imperativo creador para hacer su novela, y la describe en un entrañable pasaje que no puede ser sino la voz del propio Enrique Congrains por su honda carga emotiva y lírica:

“Es decir, quiero que esa novela sea yo mismo, y yo mismo quiero ser esa novela -y de pronto a Cayetano se le enredaron sus sentimientos más recónditos con su proyecto de escritor, y fue un mal nudo que se le formó en el corazón, y así como minutos antes el cristal del alma se le había quebrado a Nanda, esa imagen ideal de uno mismo que todos llevamos dentro, y que perfectamente podría resumirse en la enigmática sonrisa de la Gioconda, pues bien esa maravillosa Gioconda de 15 o 16 años de pronto empezó a ser una Gioconda de 30 años, luego de 50, después de 70, y después se convirtió en el fantasma envejecido y estropeado de la dulcísima Gioconda de Leonardo, y a Cayetano su Gioconda se le volvió una anciana horrible, y Cayetano se derrumbó por dentro (...) Yo soy mi propio asesino, Nanda. (...) Mi crimen es que yo no debería estar botando mi vida de esta manera, yo debería mandar todo esto a la mismísima puta madre, y debería enterrarme en el pueblo más chiquito y más barato de Argentina, y no salir de ahí hasta que no tenga mi novela lista, bien armada. (...) Nanda, porque mi verdadera cara, la que no me traiciona, es la de un Cayetano que tiene que darle a Argentina una gran novela y no la cara de este Cayetano que sólo repite y repite la infernalmente repetidísima repetición de “La Pata del Mono...” (329-330).

Ante lo cual, Nanda, adelantándose a los hechos por venir, complementa con su propio imperativo dicho a grandes rasgos, y que luego se revelará en toda su contundencia. Se ve que la trama política y el decurso existencial de los protagonistas van entrelazados en estas páginas, como ocurre en la vida misma.

Llegados a este punto, cabe decir que el Congrains de hoy vuelve sobre sus pasos de meterse a los intestinos de la gran Bestia, que son los poderes cuyo asiento principal suele estar en las ciudades, y dentro de un marco latinoamericano vuelve a crear el personaje de una mujer vigorosa y revolucionaria que se halla ubicada en la misma base arquitectónica de esta novela. Ella, que ha de cerrarla cuando le escribe a Cayetano ciento cuatro días después de haberse separado en el terminal terrestre del Protectorado (él huyendo de quienes lo persiguen en Mendoza, a causa de sus diálogos privados con un ya difunto Millán Pons; ella, rumbo a Chile a retomar su militancia), para anunciarle lo que ha de ocurrir el 11 de setiembre del 2075: la voladura del mausoleo de San Augusto Pinochet. Una acción preparada durante tres años, para una fecha más que simbólica en el imaginario sudamericano, y llevada a cabo con éxito por honestos militantes de la izquierda chilena liderados por Manuela Rojas (verdadero nombre de Nanda).

No es posible en esta reseña agotar las múltiples entradas que posibilita el nuevo libro de Congrains, pero varios otros candentes temas que mucho nos conciernen se dan cita entre sus páginas, como el racismo contra inmigrantes (el asesinato del estudiante de ascendencia hindú Sankar Mayawati en el Washington School –ojo con el nombrecito del cole-, en un próspero suburbio de Buenos Aires); el compromiso del intelectual, lo que evoca a Sartre: importante presencia para la Generación del 50 (en el caso de Millán Pons y su capacidad de hacer “fecundar” las mentes, como afirma jubilosa una joven ajedrecista argentina, Cecilia Barboza, luego de la conferencia); o la permanente condición de extranjero del protagonista (que radica en Argentina pero ha nacido en Bolivia: donde el propio Congrains acaba de renacer para la narrativa), quien migra de ciudades y países a causa de su oficio de narrador oral, aunque al final lo hace también por razones políticas.

En una novela compleja y ambiciosa como ésta, hay algunas caídas que no invalidan, sin embargo, el resultado final. Como cierto tono sexista y contraracista en el pasaje con la norteamericana en la librería de Arango (47-50), o una retórica falocéntrica (487). Por otro lado, sentencias de “antichilenismo” (66) y “antihispanismo” (97), apresurados adjetivos reafirmados en la citada entrevista concedida por Congrains en El Hablador, obvian que en el fondo, tanto en la novela como en la vida real, este autor se posiciona contra los Estados de Chile y España, mas no contra sus pueblos, en general. De lo contrario, no se entendería cómo los dos muertos mayores de la novela son justamente de la izquierda chilena y española. Ello mismo lo lleva a sumar en esta obra, mediante una reivindicación que introduce el filósofo catalán, una “Demanda colectiva por delito de lesa humanidad que los pueblos indígenas de América interponen contra España y Portugal ante la Corte Internacional de la Haya”. Lo cual tiene sus razones históricas, basadas en un proceso de conquista muy letal contra los pueblos autóctonos americanos, sin duda; pero en la actual coyuntura, recae en una protesta culturalista y etnocéntrica que desvía el blanco: los grandes intereses multinacionales como la nueva forma la llamada globalización.** Felizmente, el final no insiste en esta senda, y Nanda será más certera en su voladura de la infamante memoria de un neto peón de la arrogancia y la prepotencia de aquel enemigo principal.

El Protectorado de Mendoza (que al final desaparece como forma jurídica, luego de los violentos sucesos en Chile), y en especial la Universidad de Cuyo, son en verdad microuniversos donde varios poderes elitistas se dan la mano para gobernar sin dudas ni murmuraciones, en una atmósfera represiva que los latinoamericanos para nada desconocemos ni en nuestra común historia ni en nuestra actualidad. El poder político (el Consejo de Seguridad de la ONU, los gobiernos sudamericanos y las autoridades universitarias), el poder militar y policial (repartido entre México y Argentina), el poder eclesial (con el Obispo de Mendoza como máximo representante) y el poder económico (los organismos financieros internacionales, con sus secretos promotores y aliados en diversos países y regiones del mundo), así como los propios medios de comunicación en tanto cajas de resonancia de estas fuerzas e intereses, confluyen en esta múltiple novela.

Retomando algo ya dicho aquí, a estas alturas es claro el objetivo central del proyecto literario que ha llevado a cabo con renovados bríos Enrique Congrains: el combate vía el arte de las palabras contra la alienación que hoy más que nunca cunde (otra manera de nombrar el arte de programar las mentes, promoviendo así su anomia y pasividad), y a favor de una vida mejor que ésta, sustentada en los más elevados e irrenunciables ideales de la humanidad: la solidaridad, la justicia y el amor pleno. Por ello, desde el arte y la literatura, desde la vida misma, llana e incesante, démosle la bienvenida leyendo sus nuevas obras como esta que acabamos de glosar.

 

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NOTAS

* Publicado en la revista impresa de cultura y política Intermezzo tropical 5: enero, 2008. El presente texto se basa en la edición príncipe que aquí se cita. A principios de este año, salió una edición venal del mismo libro en ediciones Copé (Lima).

** Aunque, por lo demás, es verdad que buena parte de la izquierda europea -y Millán Pons de algún modo la representa-, invadida de un sentimiento de culpa anacrónica, suele tirar por el atajo de la defensa multiculturalista y las reivindicaciones étnicas antes que dar en el blanco político.

 



 

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