
          
          
          FIN DE SIGLO: NUEVA POESÍA CHILENA DE  LOS 80
            (Gutiérrez, Julián. Santiago: Editorial  Ventana abierta, 2009)
        Cristián Gómez O.
          The University of South Dakota
         
        Julián Gutiérrez es un poeta que como tantos otros ha devenido editor y, en  el presente volumen, antólogo. Ha demostrado su oficio en tanto promotor de  otros con su editorial Ventana Abierta, además de mantener un blog  (hotel-nube.blogspot.com), donde también se da tiempo para reflexionar sobre el  quehacer poético en una sociedad como la nuestra en que su lugar es por muchos  asumido como subalterno. Nada más ni nada menos que eso.
          
  En esta antología  autoproclamadamente de fin de siglo (testimonio que otros también se han  conferido a sí mismos), Gutiérrez reúne a veintiocho poetas que, de acuerdo a  lo que él mismo señala en el prólogo, pertenecen a la generación del '87,  aquella que tendría ciertas coincidencias no sólo etáreas (todos nacieron en la  década del sesenta, salvo Isabel Gómez), sino también, tal como lo plantea el  propio Gutiérrez, citando a su vez a Jesús Sepúlveda, una “cierta pertenencia a  una visión de mundo, una sensibilidad, un lenguaje y una formación  relativamente similares” (Sepúlveda, en Gutiérrez, 3). Esta noción de grupo  generacional o promoción será lo que intentaremos examinar con mayor detención,  en la medida en que pensamos, con Patricia Espinosa (2006), que tanto la  llamada generación del '87, como la del noventa e incluso los efímeramente  autodenominados novísimos, comparten rasgos que los unifican antes que los  separan, a saber: 
        
          Los  poetas que surgen a fines de la década del '80 se conectan evidentemente  con  los autores que surgen a mediados de los 90 y comienzos del 2000 a partir  de la tematización de experiencias de devastación, dictadura,  democracia  incapaz, corrupción, cuerpos sometidos y castigados, mercantilización  de cada ámbito de la vida. Lo cual nos lleva finalmente a  identificar un proyecto de continuidad estético-político, tremendamente saludable  para la pequeña república de las letras chilenas. 
            (Espinosa, 64.  El subrayado es mío).
        
        Fin de siglo: nueva  poesía chilena de los 80, quiere enfatizar las particularidades de este  grupo subrepresentado, según la perspectiva de Julián Gutiérrez. Y en este afán  hasta cierto punto reivindicativo, Gutiérrez nos pone frente a autores que  podrían estar y algunos de ellos están en ese número reducido de antologías y  estudios críticos que paulatinamente van sedimentando un canon. Ahí se  encuentran para corroborarlo Malú Urriola, Armando Roa, Sergio Parra, Jaime Huenún,  Víctor Hugo Díaz. 
          
  Dispareja como toda  antología, la de Gutiérrez también incluye nombres que forzosamente nos abren  una incógnita por su inclusión, pero esto no sólo es parte del folklore de este  tipo de publicaciones, sino una muestra de la necesaria y bienvenida diferencia  de criterios entre el antologador y quien firma estas líneas. Sin embargo, un  punto sobre el cual no quisiera pasar de largo es el referido a la  caracterización que el autor de esta antología hace de sus antologados. 
  
          Cuando se dice que el “propósito  [de  la generación del '87] sería borrar las huellas del pensamiento teleológico y  erosionar la idea del sujeto tradicional como fuente de significación o  paradigma de comprensión de lo real” (Gutiérrez, 10), nuestro antologador sigue  lo expuesto por Óscar Galindo, para quien la relación entre estos autores y la  realidad deviene problemática. Según este último crítico, la realidad como  fenómeno se ha vuelto “difícilmente sistematizable y asimilable” (Galindo, en  Gutiérrez, 10), por lo que ellos optarían por hacer una representación  fragmentaria de la misma, movidos ante aspectos parciales o específicos de  ella.
          
  Aun cuando lo dicho por  Galindo nos parece acertado, no podemos sino hacer notar que este crítico y  estudioso de la poesía chilena llega a las mismas conclusiones que Patricia  Espinosa, aun cuando esta investigadora esté hablando, en su caso, de los  autores agrupados en la generación del noventa y del 2000. Ambos críticos  coinciden ya en la ausencia de la totalidad (Espinosa), ya en las dificultades  de representación de la realidad (Galindo). Ninguno, sin embargo, ahonda en los  por qués de la renuencia de los poetas estudiados para abordar ese mar de  fondo, ni tampoco cómo esta  misma  renuencia es representada de manera fragmentaria, a través de retazos y/o  síntomas. Nosotros queremos, en cambio, señalar en esa renuencia el denominador  común que creemos ver entre estos poetas, la ligazón que nos hace sostener que,  más allá de las distintas prácticas y las variaciones escriturales propias de  un proceso complejo como el de la producción poética en Chile en las últimas  dos décadas, de 1987 al 2005, de acuerdo a la diacronía estipulada por  Espinosa, hay una sola generación poética. 
  
  La situación histórica en  Chile se define a partir del comienzo de los gobiernos de la Concertación de  Partidos por la Democracia,  como la administración del sistema de mercado y libre comercio en tanto  herencia de la dictadura, junto con la re-evaluación del gobierno pinochetista  como quiebre institucional (1) y  la inédita violación de los derechos humanos sistemáticamente orquestada desde  el Estado. Cumplida “la labor de limpieza” de los organismos de seguridad del  Estado, vía el terror o el silenciamiento, i.e., sorteados ya todos los  escollos que impedían la aplicación desembozada de las recetas neoliberales a  las que nadie o casi nadie hoy en día se opone, la participación ciudadana se  ve reducida al papel de consumidores, aun cuando, tal como plantea Tomás  Moulián (38-9), este cambio de rol no se haya producido por el progresivo  aumento del poder de compra de las clases asalariadas, sino por la masificación  de los créditos de consumo, a la vez que esos mismos asalariados han sido  despojados de los derechos de negociación colectiva y el de sindicalización interempresa. 
  
  En este escenario, la  poesía que incluye a los autores de estas dos décadas ya indicadas (1987-2005),  tiene factores de origen más o menos común, en los que una misma formación  social ha provisto las bases culturales y materiales para trazar el perfil,  siempre cambiante, siempre problemático pero también problematizable de un  grupo de autores (me remito, en términos generales y provisorios, a los  listados por la misma Espinosa) que, tal vez como pocos en la literatura  chilena, han intentado a través de distintas estrategias, aunar su sentido  histórico con su historicidad, de manera en mayor o en menor medida explícita,  con distintos focos de la percepción pero por lo común a sabiendas de que  estaban inclinando la balanza hacia las distintas formas que asume la relación  de poesía y política. Es evidente que el grupo del '87, especialmente aquellos  agrupados en torno a la revista Piel de Leopardo, ejemplificó una  actitud de desmarque ante las poéticas más militantes y contestatarias ante la  dictadura pinochetista, enfatizando un callejeo urbano y juvenil que no  abandonó, sin embargo, el foco de lo político, sino que lo modificó de modo tal  de abandonar las teleologías partidarias y todo tipo de ortodoxias. 
  
  Casi lo mismo se podría  decir de los noventa: el énfasis en una discursividad enrevesada, donde se pone  bajo la lupa tanto los conceptos de tradición como de lenguaje poético,  respondió en última instancia a la necesidad de traducir el desencanto político  y la tierra de nadie en que se convirtieron los años de la transición en una  interrogación acerca de la(s) forma(s) de representar tal desconcierto. Las  poéticas más recientes y de última hora no han hecho sino agudizar hasta  límites insospechados una estética renovadamente juvenil y urbana, a la vez  local y globalizada y que ha hecho de sus capacidades performativas una línea  hasta hoy (casi) inédita de representación literaria. 
  
  Pero en unos y otros es  sintomático el enfoque fragmentario de una realidad que pareciera desbordarlos.  Es recurrente la visión azarosa y a ratos conmocionada de un mundo que parece,  tal como lo señalara Galindo, inasible. Esto constituye para nosotros el hecho  mismo que aúna, más allá de sus diferencias, a los autores que van del '87 al 2005, a saber: textos  fundamentalmente excéntricos o, como también se les suele llamar, heterogéneos,  en los que la causalidad estructural, la Historia que funciona por ausencia, por esa  inasibilidad de la que hemos hablado, aparece como el horizonte último ante el  cual estos autores reaccionan, ya sea que la reconozcan como “dilema,  contradicción, o subtexto determinado[s] respecto de los cuales la primera [la  obra poética] viene a ser una resolución o solución sombólica” (Jameson, 35). 
  
  Cuando Gutiérrez asocia la  escritura de los autores antologados con una estética y una sensibilidad  posmoderna, lo hace asumiendo que la mezcla de alta y baja cultura, la  presencia del pastiche y del collage como metáforas de los procesos de  hibridación son la marca registrada de la postmodernidad. 
  
  Lo cierto es que, por lo  menos desde nuestro punto de vista, ninguno de los elementos formales recién  mencionados es de suyo ajeno a las prácticas postmodernas. Decir lo contrario  sería  intentar tapar el sol con un dedo  (meñique). No obstante ello, si su presencia es un hecho dado, no lo es, en  cambio, la razón de ella. No son pocos los teóricos que han definido el período  posmoderno (la denominación no es gratuita ni azarosa) en tanto salientes  características de estilo. La bibliografía es amplia al respecto y sólo citaré  aquí, de pasada, un ya lejano artículo de Arturo Fontaine Talavera, titulado  precisamente “La sensibilidad posmoderna”, donde la postvanguardia es puesta de  relieve, desde un punto de vista que ilustra perfectamente lo que se suponía  una tendencia conservadora en la postmodernidad, en tanto la idea de progreso  ha caído en desgracia en la misma medida que los paradigmas filosóficos que la  sustentaban. Si cae la idea del progreso como corriente necesaria de la Historia, entonces  podemos revalorar el pasado y validarlo a éste no como el cementerio de los  estilos muertos, sino como el repositorio de las posibilidades combinatorias,  un pasado que puede ser modificado y revitalizado desde el presente. De la mano  de la cancelación del paradigma de lo moderno, también cae, en consecuencia, la  consabida distinción entre alta y baja cultura. Si el futuro no es averiguable  y la verdad no está obligatoriamente en el destino cercano de la humanidad,  entonces la necesidad de que el arte sea la vanguardia iluminada queda  obsoleta. Así se revaloran el kitsch y la cultura popular, la representación en  las artes visuales recobra sus fueros ante el arte conceptual, el relato vuelve  a ocupar su lugar en vez de la experimentación lingüística. 
  
  No es menos cierto, sin embargo,  que esta supuesta democratización del gusto es una democratización -llamémosla,  por ahora, así- interesada, esto es, que al atacar
        
           al  concepto de valor estético y al sistema de clasificación basado en él 
            comportan  una nivelación de la cultura burguesa residual con la cultura 
            de  masas promovida por el capitalismo monopolista. La introyección
            del  cine comercial, los cómics, los seriales televisivos, la música pop y
            en  general la llamada cultura popular en las instituciones culturales, 
            sus  publicaciones y sus congresos, nada tiene que ver con la 
            democratización  de la cultura y mucho, en cambio, con la nivelación
            del  espacio cultural y la generalización de los criterios de producción
            y  consumo del arte de masas. Hay una relación, hasta ahora
            desatendida,  entre el triunfo universal del capitalismo monopolista y
            la  nivelación del espacio cultural, que impone criterios de
            rentabilidad  y un servicio de “escaparate” (o, en términos políticos,
            de  “representatividad”) a instituciones culturales antaño
            independientes  de las fluctuaciones del mercado.
                                    (Resina,  15)
        
        Lo que interesa subrayar  aquí desde el punto de vista crítico es la interacción entre el sistema  económico y los sistemas culturales, relación que puede ser altamente  intrincada y nunca unidireccional pero, igualmente, insoslayable. El carácter  posmoderno de los autores reunidos por Gutiérrez es la expresión de una  relación con las condiciones que posibilitan tal discurso antes que una simple  cuestión de estilos. Es más, la definición de estos poetas como grupo  generacional y la serie de rasgos que comparten con otros cercanos a ellos, se  basa sobre dicha relación. 
          
  Otro punto que uno  tendería a notar, más allá de aquellos horizontes escriturales de los que habla  Gutiérrez en su prólogo (2) , es la aparición subrepticia de fuerzas  geográfica e imaginariamente centrífugas en lo que podrían reputarse como polos  si no opuestos, en cualquier caso paralelos, tal vez complementarios, del  reordenamiento de nuestros mapas estéticos y cognitivos. Hace un par de semanas  atrás, tuve la suerte de asistir a una conferencia de la profesora Diana  Sorensen, “Latin America and the Geographic Imaginaries of the Twentieth and  Twenty-First Centuries”, quien se refirió a las nuevas configuraciones  culturales que enfrentamos hoy en día y cómo estas modifican nuestra  comprensión de casi cualquier expresión artística y/o creativa.
         Un aspecto que me llamó  poderosamente la atención, de entre los varios de esa charla que sería  necesario destacar aquí, es que una vez concluidos los estándares de la guerra  fría, el mapa ha tendido a disgregarse de una manera tal en que contradicciones  como las de centro y periferia ya no operan más o lo hace sólo de manera  parcial, específica y/o local. En este contexto, una de las nuevas ramas de  estas cartografías es la de los estudios hemisféricos, aquella que busca  integrar en un solo campo de estudios los distintos procesos que acaecen a  nivel continental, en una América que no por ser del norte o del sur necesariamente  tiene que permanecer disociada (3) . 
          
  Menciono lo anterior  porque me parece que esos polos paralelos y complementarios, en la antología de  Gutiérrez, podrían dibujarse a partir de la ubicación en EE.UU. de algunos de  los poetas incluidos  (Fisher, Correa  Díaz, Leiva y Sepúlveda), cuyas poéticas, si bien diversas, están marcadas  algunas de ellas por una extrema intertextualidad y una relación al menos  ambigua con un lugar de origen -Jesús Sepúlveda dixit- cada vez más  difícil de trazar y, poro otro lado, aquellos otros autores del sur de Chile  que parecen, subrayo el parecen, más afincados en una “especificidad cultural”  (Gutiérrez, 11) que tendría -remarco, otra vez, el condicional- una relación  directa con la identidad. 
  
  No deja de ser paradójico  que al señalar Sepúlveda la calle como su lugar de origen (4), lo haga indicando esa santiaguina  Avenida Matta inmediatamente después de ubicarla entre el Bronx y el sector  Franklin (5), como si en el tono de una involuntaria  profecía hubiera conocido de su ulterior derrotero norteamericano, ese lugar de  destino que ha terminado por ocupar una parte no despreciable de su escritura:  ahí están poemas como “Phoenix” y “Spleen” para confirmarlo (6). Ya en el poema de mil novecientos  ochenta y cinco (7), no obstante, el punto de partida del que  hablara Sepúlveda ofrecía una cartografía incierta, o aun mejor, sin ataduras.  El lugar de origen podía ser el barrio Franklin o Centroamérica, el cielo o  Bolivia. No, sin embargo, la   Bolivia donde muriera el Che Guevara, como se encarga de  aclararnos el hablante del poema. No es menor esta observación en la medida en  que el alejamiento de las poéticas más militantes fue un punto de partida para  la estética de este grupo que comenzó a publicar en 1987 y sobre lo cual  volveremos más adelante. 
  
          Dicho sea de paso: la descripción que se hace en “Spleen” de la situación  del escritor en la vida norteamericana (“Los días pasan como siempre/mientras  sigo en este mismo café/esperando que algo o alguien acierte con el poema  perfecto”), es simplemente memorable; tal vez más memorable sea aún porque es  la descripción que un escritor sureño hace de la vida de los escritores del sur  en el universo yanqui (8).
          
  Otro que cuestiona  agudamente el imaginario norte-sur es Andrés Fisher, poeta chileno nacido en  Washington D.C. y radicado durante años en España (aun cuando hoy por hoy haya  vuelto a vivir a los EE.UU., donde es profesor de la Appalachian State  University). Entre los poemas que se incluyen en Fin de siglo, dos son  los que más nos atañen en este momento, los que ponen de manifiesto el carácter  híbrido y no identitario de su poesía. “Sobre un país tan largo” y “La noche  americana” se centran respectivamente, a través de un juego intertextual y de  las dedicatorias que guardan una relación (in)directa con los nombres  mencionados, en la negación de su referente, en su razonada deconstrucción.  Según la poeta española Julieta Valero, es la
        
          tensión dialéctica que se establece entre el sujeto y la  realidad objetual la que 
            acaba  posibilitando que la página en blanco sea un espacio infinitamente fértil,  “capaz de  admitir cualquier mundo”. Y que sus habitantes tengan existencia propia (“Una frase,  viva, con sus letras como eslabones de una cadena negra”),  de modo que el ingeniero, el creador, sólo sea una  especie de asistente de la  máquina  poética que se construye a sí misma ya que su labor “Compete al ser 
            vivo que es  cada verso”. (en www.ladamaduende.org)
        
        “Sobre un país tan largo” es especialmente elocuente en  la referencia oblicua de ese contradictorio sentido de pertenencia y  distanciamiento que permea a todo el texto de Fisher, donde no hay cabida para  ningún tipo de nostalgia o intento alguno de recuperar una identidad que nunca  estuvo, para el hablante, guardada o resguardada en el pasado o algún lugar  remoto. Por el contrario, el texto explicita “la carencia de rasgos comunes”  (16) y/o de todo “atributo o pertenencia” (16). “La noche americana” intenta  deconstruir los sueños industriales desde la sociedad post-industrial poblada  únicamente de vestigios. Sin embargo es “Santiago 73”, a través de una  representación que bordea el silencio y cuya referencialidad se niega a sí  misma, el ejemplo más claro de la oblicuidad de la palabra de Fisher.
         Otro caso que me parece representativo de estos poetas  “del norte” es el de Luis Correa Díaz, poeta que calificaremos por principio  como descentrado. Con este último adjetivo queremos señalar la convivencia  compleja pero fructífera de una larga lista de idiomas, normas y usos de  lenguaje distintos entre sí e incluso contradictorios que, de la mano de Correa  Díaz, cobran en sus textos una armonía que sólo su poesía se puede permitir.
         Me explico: el descentramiento se produce por el carácter  multívoco de esta poesía que está siempre en pos de sí misma. La sucesión de  lenguajes que en ella encontramos, nunca consiguen encontrar un rostro  definitivo para ella. Y por lo menos este lector no se siente molesto ante  tamaña tardanza. Es más: nos parece clave para entender el proyecto de Correa  Díaz. Tal carencia, tal demora en dar con una versión que sea única fuente no  puede ser sino intencional. Como dice Miguel Gomes, una poesía como esta, se  haya recorrida por
        
          la experiencia histórica  de las vanguardias y las postvanguardias 
            antipoéticas,  conversacionales, urbanas, afiliadas al spanglish,            “informalistas”,  meramente “post-post” y hasta “comprometidas”. 
            De ese cruce sólo podían  salir el Apocalipsis o el libro que el lector 
            tiene en sus manos.  (“Preludio a la fiesta de un poeta soltero”, en 
            Correa Díaz, Mester  de soltería)
        
        Podríamos entonces detenernos en un estudio detallado de esa multiplicidad  de expresiones ya referida. Revisar, por ejemplo, el tono devocional de “Oh  señora mía” (39), semejante a esos actos de habla que pueblan uno o dos libros  de Correa Díaz (9), viéndolo en relación con el discurso erótico que  subyace a él. Estaríamos, así, de acuerdo a lo que plantea Marcelo Pellegrini  (2006), ante la presencia de un acto que se puede entender tanto como la  oración misma, el acto sexual y/o el de escribir: todos actos performativos (en  el sentido en que Austin y Searle hablaron de performatividad (Pellegrini, 32))  y polivalentes: esa oración puede ser el ruego, pero también “la mínima porción  comunicativa del lenguaje” (Pellegrini, 33). Esta mezcla adúltera abre asimismo  la puerta para valerse tanto de lo elegante como de lo demótico, de un registro  del habla popular y de otra que, desde el momento que está incluida dentro del  formato de un libro, se supone (acertadamente o no, ese es casi otro tema),  “culta”. No se trata, sin embargo, de dos hablas que corran paralelas, sino más  bien de una fecundación mutua que modifica ambos discursos. 
          
          Otra vuelta de tuerca está en “Cassini´s Stowaway” (Gutiérrez, 42), que  introduce paralelamente al tono devocional elementos futuristas y fantásticos  que expanden aún más el registro de Correa. Estaríamos en apariencia ante un  discurso de la flotación ingrávida de los diversos discursos de los que hace  mención Miguel Gomes, en un todo vale del habla poética en el que uno u otro  “estilo” sería indiferente. Sin embargo, no creemos que sea tan así. Antes  bien, nos parece que Correa Díaz responde con esa multiplicidad de estilos  aparentemente equivalentes a esa propagación de flujos de capital y signos  visuales, logos y publicidades, mercancías reales y simbólicas en las que la  reificación total ha devenido en la conquista por la lógica capitalista de  cualquier posible otredad, incluso si ésta se afincaba en una improbable naturaleza  impoluta. De este modo, al entregarnos el autor el conflicto entre todos estas  formas de escritura, estos estilos que no terminan de imponerse como escritura  privilegiada, sino que comparten el espacio del poema de Correa Díaz, es
        
          la  yuxtaposición y el conflicto entre los múltiples significados lo que produce  esa  radical alteridad que le da forma a la obra: este conflicto no se resuelve  ni  
            se  absorbe, sino que simplemente se despliega. Así la obra no puede hablar de  
            una  oposición más o menos compleja que la estructura; porque de hecho ella es  
            su  expresión misma, su corporización. En cada una de sus partículas, la obra manifiesta, revela, lo que no puede decir. El silencio le da vida. 
                             (Macherey,  en Rivkin and Ryan, 704. La traducción y el subrayado son míos).
          
        Por lo mismo, nos parece que más  allá de la anécdota narrada en el primer poema con que se abren las páginas de  Correa Díaz en esta antología, “Puentes” (Gutiérrez, 35),donde el hablante nos  confiesa su afición por los ídem, a pasear por ellos y observarlos, nos tomamos  la libertad de entender esos puentes como el link que falta, como la  expresión de un deseo que se hace patente de modo indirecto, de una ligazón  entre esos estilos que llegan a ese melting-pot que es la poesía de este  autor, ese lugar abierto a la hibridez que requiere de puentes para ir desde  una variante del discurso a otra, sin encontrar nunca la definitiva. La gran  virtud de Correa Díaz es esa capacidad de hacer convivir al interior de sus  textos, esas normas divergentes del habla poética que son síntoma de una  ausencia de fondo.
            
          Por el contrario, completando el  polo opuesto de la geografía de los que hacíamos mención en un principio, se  podría suponer que el discurso de otros autores incluidos por Gutiérrez, como  Jaime Huenún y Bernardo Colipán (10), quienes, según lo que escribe nuestro antologador,  “exploran la idea de identidad y diferencia asumiendo la propia especificidad  cultural” (11), serían la contraparte de los poetas que hemos estado  analizando. Puesto así, sería fácil dar por sentado que tanto Huenún como  Colipán y otros como Mario García, cultivan la palabra en tanto refugio,  soporte de un ente simbólico (la identidad) que es necesario conservar.
            
          Sin embargo, al interior del discurso poético mapuche, no existe univocidad  respecto de la forma de defender tal identidad y ni siquiera se podría tener  una imagen monolítica de ella. Según Claudia Rodríguez Monarca, el sistema  literario mapuche se define por un repertorio joven, caracterizado  fundamentalmente por los elementos que se detallan a continuación:
        
           a) la tensión  no resuelta entre dos lenguas: español-mapuche, expresado 
            en el  bilingüísmo y “la doble codificación” (Carrasco) de los textos 
            poéticos
            b)  la tensión entre oralidad-escritura, esto es el traspaso a los códigos 
            textuales  de estrategias y procedimientos etnoliterarios orales
            c)  la tensión entre la tematización de problemáticas identitarias y la 
            consecuente  oposición del hablante entre lo mapuche y lo no mapuche, 
            respecto  de la creciente irrupción de un repertorio temático abierto o 
            amplio  (Rodríguez Monarca, 19).
        
        Lo que vemos en el caso de  Huenún es, por llamarlo de alguna manera, una apertura hacia cuestiones de la  experiencia poética y la herencia cultural occidental que lo alejan de  cualquier esencialismo. Todavía siguiendo a Rodríguez Monarca, vemos que la  poesía de Huenún “pretende dialogar directamente con la poesía occidental y sus  preocupaciones se alejan de los temas culturalmente esperables o de conflictos  interculturales exclusivamente mapuche-chilenos”. (25)
          
          Así leeremos textos como los aparecidos en esta  antología, donde el hablante se retrotrae a una experiencia de corte individual  marcada por un profundo escepticismo. No hay, de partida, presencia de esa  “oralitura” (11) de la que habla Elicura Chihuailaf, sino  antes bien una clara conciencia del artefacto literario y su papel en el poema.  Cuando Huenún nos dice que los poetas mapuches de hoy 
        
          comienzan  a situar su poesía en temáticas y ambientes urbanos -en la  
            Mapurbe,  según neologismo acuñado por Añiñir- a través de textos 
            plenamente  instalados en la poesía contemporánea. Se trata de poetas 
            que  se apropian de los recursos y técnicas de la poesía universal 
            moderna  (epígrafes, intertextualidad, hablantes múltiples y uso 
            de  diversos formatos métricos, por ejemplo) para fusionarlos con  
            testimonios  biográficos, letras de canciones rock y de rancheras 
            mexicanas,  géneros de la literatura oral mapuche (ül, epew, 
            llamekan)  y textos en mapuzungun.
                             (Huenún,  en Rodríguez Monarca, 24).
            
        pareciera que el autor de Ceremonias estuviera hasta cierto punto hablando de sí mismo. Esto porque al confrontar  estas palabras con los poemas que aparecen en Fin de siglo, podemos  notar esa especie de desencanto y distanciamiento en torno a los temas del  arraigo (“Nadie aquí tiene patria ahora”, Gutiérrez 273) que no hacen sino  confirmar esa búsqueda de un lugar o de un rostro definitivo que el mismo  Huenún esbozara en un poema como “Libro”, que aun cuando no se encuentra en la  antología de Julián Gutiérrez, lo citamos aquí por su relevancia para entender  la poética de su autor. Allí, en una especie de autorretrato inconcluso, Huenún  hace un interesante contrapunto entre aquello que puede ser leído/entendido en  el hablante y aquella otra parte, ese otro yo del hablante mismo que es  incomprensible y/o inalcanzable para él:
        
          
            Sólo  puedo leerte al lado de Otro,
              s        ólo  junto a los conjuntos rotos de tu madre,
              s        ólo  solitario pero nunca solo, 
              mal  ladrón de la blancura de las Páginas.
              (en Colipán y Velásquez, 37)
              
            
        El atildado uso de la paronomasia y la poderosa  redundancia de los sentidos gracias a la anáfora, más allá de evidenciar las  destrezas técnicas del poeta, lo que hace es enfatizar esa aproximación  escritural al referente, ese carácter opaco de la escritura que se sabe a sí  misma un placebo de la experiencia, es cierto: pero sin el cual es imposible  acceder a esta última.
          
          Algo semejante es a lo que apunta Bernardo Colipán  cuando afirma, en “El áspero sueño del cronista” (Gutiérrez 285), que pese al  carácter intransitivo de la palabra, i.e., para nosotros, de la poesía, sin  ella(s) la experiencia vital no sería viable ni llevadera y que, en esa medida,  justifica(n) plena, aunque tal vez dolorosamente, la actividad del cronista del  título o del poeta en nuestra lectura. Pero este poema consta de dos partes. Si  la primera, como hemos dicho, justifica al poema por sí mismo, la segunda se  encuentra más en la línea de los cuestionamientos culturales, de una relación  tal vez más evidente o explícita con los hechos históricos. Esta segunda parte  nos cuenta de la conquista de la corona española de los territorios indígenas,  o al menos así lo suponemos cuando se nos dice que “Exhortaban a los soldados  los Padres a pelear por la Fe”  (Colipán, en Gutiérrez 286); lo mismo dedujimos al leer “Entonces/entablaron  los Padres la devoción por la Santísima Virgen. Así/los soldados antes de  maloquear a los infieles/con todo/lo que cabe dentro y sin lenguaje también,  cantaban/a dos coros el Dulcísimo” (Colipán, en Gutiérrez 286).  Inevitablemente, al leer esta segunda parte de “El áspero sueño del cronista”,  lo hacemos con todo nuestro conocimiento previo tanto de la historia  latinoamericana, como de la poesía escrita en torno a ella, el ejemplo de Ernesto  Cardenal tal vez el más difundido en esta área, aun cuando evidentemente no sea  el único (12).  De este modo, incluso cuando más contingente y/o inmediato quiera ser el poeta  -suponiendo que lo quiera ser-, aún así su propuesta de lectura se ve mediada por  el mecanismo a través del cual pretende darla a conocer. El mecanismo mismo es  toda (¿y la única?) posible propuesta de lectura. No pretendemos decir que no  haya lectura más allá de él mismo; sí, en cambio, que esas lecturas allende del  mecanismo, comienzan y pasan necesariamente por él. Tal vez Mario García nos  reafirma en este aspecto cuando escribe 
          
                           Siempre  habrá una balsa en la memoria
                           (...)  aunque no quede ni la sombra de un árbol
                           habrá  un poema que hable de un árbol:
                           por  sus hojas muertas
                           seguirán  creciendo las palabras
                           (García,  en Gutiérrez, 254)
        El trabajo llevado a cabo por Julián Gutiérrez está, en síntesis,  llamado a formar parte necesaria de nuestra historia literaria. Incluso si no  coincidimos con todos sus puntos de vista, su énfasis en la necesidad de  observar con atención la así llamada generación del '87, nos ponen frente a  frente con un grupo de poetas que tuvieron un rol importantísimo en un cambio  de dirección en la poesía chilena, aquel que dejá atrás el testimonio como única  arma de representación política. Una empresa que nadie puede obviar.
          
        
         
        
            
              
        
        OBRAS CITADAS
        - Anónimo. Rosario de actos de habla. Santiago: Luis Correa Díaz  editor, 1993.
          
          - Correa Díaz, Luis. Diario de un poeta recién divorciado. Santiago:  RIL, 2005.
          -- Divina Pastora. Santiago: Biblioteca del Niño Expósito, 1998. 
          
          - Colipán, Bernardo y Velásquez, Jorge. Zonas de emergencia. Valdivia:  Paginadura ediciones, 1994. 
          
          - Fontaine Talavera, Arturo. “La sensibilidad posmoderna”. Estudios  Públicos. 27 (1987): 296-305.
          
          - Gutiérrez, Julián. Fin de siglo. Nueva poesía  chilena de los 80. Santiago: Ventana Abierta Editorial, 2009. 
        - Huenún, Jaime. Ceremonias. Santiago: Editorial Universidad de Santiago, 1999. 
        - Jameson, Fredric. Documentos de  cultura, documentos de barbarie. Barcelona: Visor, 1989. 
        - Jocelyn-Holt, Alfredo. El Chile  perplejo. Del avanzar sin transar al transar sin parar. Santiago:  Ariel/Planeta, 1999.
        - Macherey,  Pierre. “For a Theory of Literary Production”, en Literary Theory: An  Anthology. 
          Rivkin,  Julie and Ryan, Michael (eds.). Oxford, Malden and Victoria: Blackwell  Publishing, 2004. 
        - Moulián,  Tomás. El consumo me consume. Santiago: Lom, 1998. 
        - Pellegrini, Marcelo. Confróntese con la sospecha. Santiago: Editorial Universitaria, 2006.
          
          - Resina, Joan Ramón. El cadáver en la cocina. La novela criminal en la  cultura del desencanto. Barcelona: Anthropos, 1997. 
        - Riveros, Juan Pablo. De la tierra sin fuegos.Concepción: Libros del Maitén, 1986. 
          
          - Rodríguez Monarca, Claudia. “Poesía mapuche actual: repertorios en  coexistencia e interferencia”, en Después del centenario: asedios a Pablo  Neruda y la poesía chilena contemporánea. ( Travis, Christopher y Gómez O.,  Cristián, editores). Crítica Hispánica. N ° 1(2006): 15-29. 
        - Sepúlveda, Jesús. Lugar de origen. Santiago: Ediciones de la Hecatombe, 1987. 
        - Sorensen, Diana. “Latin America and the  Geographic Imaginaries of the Twentieth and Twenty-First Centuries”. Latin  American Modernities: a Collaborative Workshop On Research, Service, and  Teaching. April 23, 2010. Viterbo University. La Crosse, Wisconsin. Keynote  speech. 
        - Valero, Julieta. “Hielo, de Andrés Fisher. La poesía se recupera”.  www.ladamaduende.org
        - Véjar, Francisco. Antología  de la poesía joven chilena. Santiago: Editorial Universitaria, 2003. 
         
        NOTAS
        
          
             (1)    Tesis que Alfredo  Jocelyn-Holt discutiera lúcidamente en El Chile Perplejo (1999). 
               
              
                 (2)    Según  Gutiérrez, “un primer grupo de autores destacan (sic) por discursos que develan  un especial cuidado por la forma o construcción textual. Incrédulos de la  inspiración y la existencia de una originalidad, apelan a la intertextualidad  (…) Otros enfatizan, desde sus propias experiencias, una exploración de las  marginalidades urbanas y sus personajes, metaforizando los procesos de  refundación económica y política instaurados en Chile a partir de la década del  80 (…) También existen voces que exploran la problemática de un sujeto  degradado que lucha por su arraigo -como intento de resistencia política- en  medio de intensa agonía y lucidez. (…) Y otras que, situadas en la zona sur,  exploran la idea de identidad y diferencia asumiendo la propia especificidad  cultural”. (11)
               
              
                 (3)    Otra  rama es del Global South, aquella que entiende el sur como una condición antes  que como un espacio geográfico. 
               
              
                (4)     “Mi  lugar de origen/es la calle/donde está la vida//Es el el Bronx/el sector  Frankliln/-donde mueren los valientes-/la olvidada Av. Matta/donde eructa el  Buda arrepentido/y se entierra el Nirvana.//Es el barrio del diablo./Son las  calles del vicio.”, en Gutiérrez (94). Espacio identitario donde hay poco  margen para la sacralidad de nada y sí, en cambio, para una experiencia nada  épica de la urbe. 
               
              
                 (5)    El  sector Franklin se ubica hacia el sur de Avenida Matta en Santiago de Chile. El  poeta lo llama “donde mueren los valientes”, expresión que quiere hacer  evidente 1) cierta peligrosidad del sector, lo cual es fácil de verificar en  terreno y, 2) su opción por un apoesía vitalista, urbana, realista si se  quiere, en tanto afincada en una localidad inmediata y cercana a la experiencia  autorial. 
               
              
                 (6)    El  lector también puede revisar “Seattle”, en la antología de Francisco Véjar  (2003). 
               
              
                (7)     En  un principio, el poema “Lugar de origen” aparece en el libro primero y homónimo  de Sepúlveda, Lugar de origen (1987). 
               
              
                 (8)    Aquí,  por ejemplo, pierde todo sentido la denominación “escritor sureño” o “escritor  del sur”, si se la entiende enmarcada -restringida- en el contexto  terminológico del imaginario chileno.
               
              
                 (9)    Nos  referimos a  Rosario de actos de habla (1993) y Divina Pastora (1998).
               
              
                 (10)  Tal  vez no esté demás notar que Fisher y Correa Díaz están al principio de Fin  de siglo; Huenún y Colipán, sintomáticamente, la cierran. 
               
              
                 (11)  De  acuerdo a Rodríguez Monarca, “La oralitura es entendida por Chihuailaf como el  hablar de la fuente que fluye desde las comunidades, estableciendo un profundo  compromiso entre el presente de la poesía y el sueño y la memoria, categorías  recurrentes en los títulos de sus libros y en sus poemas” (20). 
               
              
                 (12)  En Chile, el libro De la Tierra del Fuego, de  Juan Pablo Riveros, es uno de los momentos cúspides en este tema, junto al  total de la obra de Christian Formoso.