Adolfo Couve


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EL PASAJE

... De las novelas de Cuarteto de la infancia, El pasaje es la más bonita de todas, porque es la más en blanco y negro. La terminé en 1979 y ahí tuve una crisis grave, porque no es que ahí las cosas estén dichas: están hechas. Por eso es que el editor me dijo: "Esta no es una novela, Adolfo, es un objeto". Me desgasté demasiado y por primera vez me di cuenta que había llevado las cosas demasiado lejos. Me había habituado a vivir adentro del pasaje y no pude salir, porque el esfuerzo de introspección sin guía que hice fue tremendo. La guardé diez años y le tenía horror, porque sabía que era lo que me había enfermado. Ese libro me significó cinco años sin poder leer ni escribir ni siquiera un telegrama.
... Entonces dije: voy a pintar: La pintura me ha salvado varias veces. Me fui metiendo en la pintura y saliendo de ese agotamiento. Hice una exposición en 1983 en la galería Visuala, pero no fui a la inauguración. Partí a buscar unas perillas que me faltaban para un catre y dejé a toda la gente esperando. No pude ir. ¿Cómo iba a ir a la terapia que yo ya me había hecho? Después de eso me vine a vivir a Cartagena.

CARTAGENA

... Yo me replegué aquí porque tenía que salvarme. Como no me puedo subir a los aviones, no podía irme a ninguna parte. Entonces, para salir, partí a Cartagena, que es un lugar muy distinto a Chile. En Cartagena me hizo muy bien mirar a todo ese gentío en el verano, porque cuando hay ochenta mil personas con unos melones tuna de sombrero pasando por debajo de tu balcón, no hay gobierno militar ni nada: hay un mar humano que no hay cómo dominarlo, y eso me entusiasmó mucho.

.. Me encantaron las casas, las papas fritas, las radios prendidas, pero no porque yo quisiera ser popular ni marginal, sino porque quedé metido en una realidad que no controlaba ninguna autoridad. En Cartagena me sentí en democracia.

... Toda mi poética está en estas calles con sus casas europeas destartaladas, con palmeras y en playas chilenas. Me encontré con que todas mis descripciones se habían concentrado en este lugar. Y después me di cuenta de que nadie cuida esto que tenemos, que hechan abajo los árboles y que hay un precio que pagar por la soledad.

LAS PASIONES

... Sólo entienden las pasiones los que las han vivido y no a todos les pasa. La gente tiene miedo y prefiere la tranquilidad. Las pasiones se acaban. Son dependencias y pérdidas de identidad, pero también son aprendizajes, cursos intensivos.

... Uno cree que van a ser siempre, o uno le pide a Dios que se terminen luego, y cuando terminan las hecha de menos. En todo caso parece que he vivido puras pasiones no más. No conozco ese otro que dura. A mí no me dura nada. Me dura la literatura.

LA COMEDIA DEL ARTE

... Mi gran acción de arte, el primer boceto de esa novela, es que yo me vine a vivir aquí. La comedia del arte tiene dolor, tiene humor y fue un premio, porque es como si yo me hubiera puesto a barrer y a tapizar las butacas en el escenario de una obra que iban a dar muchos años después. Y hay amor por este escenario porque me acogió y yo le debo.

... Entonces, como yo llegué a Cartagena primero y después mis personajes, pude desplegar con más tranquilidad el amor que siento por los demás y no me salió a pose decir que me gustan las viejas, las gallinas flor de haba, los zapatitos y los moños, porque ¡por dios que he vivido entre moños yo! No tenía cómo equivocarme y me fue bien. Y conseguí una fama aquí, detrás de la cordillera, que se irá diluyendo con el tiempo como la neblina. No importa. Fui famoso en familia.

SIN HORARIO

... Me resulta imposible imaginar a un verdadero escritor sentado todos los días, de dos a cinco, frente a la computadora y levantándose después para ir a tomar té con pasteles. Ahí nacen esas novelas asquerosas y repugnantes hechas en la paciencia que después no hay paciencia para leerlas. Para mí, escribir es muy difícil y puedo hacerlo solamente cuando no me queda otra. Lo que pasa es que tengo muchas horas en las que no hago nada, horas en las que estoy escribiendo sin la mano.

CASI NADA

... Soy muy valiente pero tengo mucho miedo también. Porque me asusta la vida. Encuentro seria la vida, la encuentro grave, importante, porque somos lo que somos no más, y como somos casi nada y es lo único que somos, si perdemos el casi nada nos quedamos sin nada. Entonces hay que mantener esta casi nada todo el tiempo con conciencia del casi nada, y así se hace muy difícil completar el día.

EL MAREO

... Pienso que los artistas son en el fondo muy poca cosa, gente muy impresionable y muy hueca, porque son muy propensos a ser volteados por fuerzas frente a las que no tienen defensas. Yo creo en el arte, pero creo que el arte es ese mareo no más y que algunos lo tienen. Yo nací mareado.

EL TÚNEL DEL ARTE

... Hasta los 50 años, que es el comienzo de la vejez, uno se ha capeado la vida en el túnel del arte. Hasta ese momento has estado metiendo tus amores, tus enredos y tus pasiones, todo ahí. Pero a los 50 años la cosa se pone color de hormiga, porque el tema del deterioro es un denominador común para artistas y no artistas.

... Entonces no es crisis lo que viene: es una hecatombe. Empiezas a pensar: bueno y ese señor que va por la calle y que tiene mi edad, ¡por Dios!, debe estar tan preocupado como yo de la gripe y de la próstata. Y no hay próstatas de artista ni cómo volver atrás. Entonces la vida te pregunta: bueno, ¿y cuál es tu señora?, ¿cuál es tu casa?, ¿qué les has dado a los demás?, ¿qué ha sido de tus hijos?

LOS TIEMPOS

... La escritura de una novela es un terremoto, un periodo de cataclísmo, porque escribir una novela es en realidad vivir dos veces. Sólo cuando lo vivido y lo escrito tienen la misma intensidad se produce la verdadera literatura, y eso desata una lucha entre el tiempo real y la urgencia del dictado que está atropellandose por salir. Ese tiempo es el del meollo, del cusco de la palta: ahí está la obra. Después se pasa en limpio y se corrige. Esa es la fase del enlucido de la casa y la de aprender modales, pero es la otra parte, la del temporal, la verdaderamente importante y ahí uno está solo.

... Esos periodos de intensidad no pueden durar, porque quiere decir que esa persona se salió de la realidad no un mes, sino cuatro, y no hay cómo traerla de vuelta. Maupassant no se recuperó nunca; Schumann, que hizo una música muy difícil de clasificar, no pudo volver. Lo mismo Pound o también Mozart, que terminó absolutamente paranoico escribiendo un réquiem para nadie. El decía que un enmascarado le golpeaba la puerta. No se ha podido comprobar. ¿Qué estaba haciendo Mozart? El réquiem para su propia muerte.Yo me defiendo todavía porque me quiero dar lapsos de normalidad. Tengo la ilusión de poder viajar o dedicarme a mi jardín, de descansar. Pero cuando ese descanso resulta menos intenso que lo otro, uno puede decir me meto en esto y no vuelvo más.

CAMINO A LA POESÍA

... Con La comedia del arte yo me metí ya no con el tema universal, que es lo que define el intento del realismo, sino con el arquetipo que colinda con la poesía. Esto me obliga a seguir adelante. No puedo volver al realismo. Tengo que ir a una cosa nueva, contra los años, y es por eso que estoy tan asustado: porque voy camino a la poesía.

A MANO

... Si pudiera escribir con el puro dedo, lo haría, porque necesito lo más de mi cuerpo que pueda usar. A la computadora yo no la puedo agarrar a dos manos y a mí me gusta la hoja. El tiempo y la sonoridad de la máquina de escribir rompen mi organismo de escritor. Antes usaba un lápiz de mina y después le hice una concesión a la lapicera fuente, que es actualmente el único intermediario que yo tolero. El tiempo de la máquina de escribir es el de la corrección, y ése sí se puede combinar mejor con el diario vivir.

LA CULTURA

... No hay ningún pintor o escritor que yo conozca que haya inventado la ampolleta ni el gas licuado. Entonces, cuando hay alguien que realmente aporta algo, como Edison, Marconi, o cuando un novelista como Flaubert instala su obra en el concierto de la tierra, eso es porque la tierra lo necesitaba con hambre. No estamos para especulaciones ni conversaciones de café. La cultura para mí está en la cáscara de la tierra, pero es muy poco el avance cultural verdadero. Hay necesidad de que los escritores nacionales tengan categoría y se hagan valer ante los lectores que los requieren. Las editoriales tendrían que tener un cedazo más fuerte, porque está de moda escribir, y si todos son escritores, ¿dónde están los lectores?

EL PERRO Y EL LORO

... ¿Cómo voy a ir a Europa? Tengo un perro y un loro: ¿qué hago con ellos? Y les debo harto, porque no son literatura. El perro me quiere como no me va a querer otro. No tenía derecho a tener perro yo. Pero tuve perro y me enredé. Es un problema grande. Estoy enredado con el loro. El loro me quiere y me conoce. Dice mi nombre. Entonces yo no podría ser feliz en París si sé que el loro va a estar diciéndole Adolfo a alguien aquí en Chile. Porque el loro me ha acompañado diez años y no lo puedo hacer leso.

MERODEAR

... A mí me interesa ir del intento a la solución aunque sea fallida. Merodear y merodear en torno a lo que yo quisiera hacer, porque nunca voy a llegar a la perfección de una ola que dura un instante; a una flor, jamás. La naturaleza me humilla de la mañana a la noche en todo: en su desorden, en su belleza, en su fealdad.

LA MUERTE

... El ser humano siempre piensa que está donde no debe. Uno de repente se da cuenta de que el lugar que eligió o le tocó es más feo, menos intenso y menos entretenido que otros. Porque cuando a madame Bovary la convidaron a ese baile de nobles en París, se dió cuenta de que la cosa era mucho más divertida en otra parte. Los que se construyen casa, se cambian de casa y viajan tanto están arrancándose de la muerte. Llega un momento en que uno dice, como en el cuento de los tres chanchitos, "ya, aquí voy a poner mi quiosco para que me lo sople el lobo". Lo único que puede paliar esa traición tan grande que es la muerte es hacer algo que te esté ocupando tan fuertemente como esa certeza. De lo que se trata es de cómo jugarle a la muerte con una carta mínimamente equivalente.

 

 

 

en REVISTA PAULA ; Abril de 1998
Pintura: Couve visto por si mismo, en un autorretrato perteneciente a la colección de Isabel Donoso.

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 




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