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Sesión de trabajo del Taller Literario de la Universidad de Concepción:
de izq. a der., Braulio Arenas, Lefebvre, Huneeus, Vodanovic, Rodolfo Zañartu, Fernando Alegría, Manuel Rojas.


FORJA DE ESCRITORES

Una idea de Fernando Alegría puesta en práctica por David Stitchkin, Rector de la Universidad
de Concepción, ha dado ya sus frutos.


Por Emilio Filippi
Pu
blicado en revista Zig-Zag, 27 de enero de 1961


.. .. .. .. ..

"Los escépticos arrugaron el ceño. Los derrotistas comenzaron a juntar piedras y a hacer la puntería. ¿Por qué le llaman Taller?,
me preguntó alguien. ¿Van a esculpir escritores? ¿Van a poner una alcachofa sobre un plato para que todos los discípulos la
describan bajo indicaciones del maestro? No, respondí. No vamos a esculpir escritores, aunque bueno sería esculpir a algunos
para que no vuelvan a usar la mano en lo que no deben. Ni les vamos a poner una alcachofa para que la describan,
sino para que se la coman".

(Fernando Alegría, en su prólogo a la "Antología de Los Diez", de próxima aparición)


CONCEPCION, ENERO. —La idea de establecer un "Taller Literario'' causó estupor en los círculos de escritores. No faltó quien señalara como "exótica" la tentativa de reunir a autores alrededor de una mesa para discutir sus obras, escuchar críticas y mejorar lo susceptible de alguna perfección.

Fue en Berkeley, en Estados Unidos, donde Fernando Alegría, el celebrado autor de "Caballo de Copas", propuso a David Stitchkin, el rector de la Universidad de Concepción, la idea de establecer en la capital del sur, un Taller de Escritores:

"El escritor chileno necesita ver dignificado su trabajo y crear en un ambiente de serenidad y de respeto. Debe librársele de las prisiones burocráticas que, a cambio de rentas ínfimas, esterilizan su fuerza creadora. El escritor joven, particularmente, ha de beneficiarse en el contacto con maestros que puedan orientarlo y ayudarlo en el angustioso oficio de descubrir una expresión literaria original. Todo esto puede ser el resultado de un Taller mantenido por una institución dinámica y progresista como lo es la Universidad de Concepción" —dijo con entusiasmo.

Stitchkin se entusiasmó con la idea. La apoyó y obtuvo del directorio universitario una subvención de 8 millones de pesos. La cantidad, no muy abultada sin duda, permitió dar el primer paso. Diez escritores fueron escogidos para que, en cuatro meses, trabajaran obras que tuvieran en perspectiva. Mensualmente recibirían una beca de 150 escudos cada uno.

Este "sueldo" fue considerado denigrante por más de alguien. Lógicamente por alguien ajeno al Taller y, seguramente, "perteneciente a la escuela de los que piensan que el artista debe acostumbrarse a no comer para crear obras maestras, sin pensar que al momento en que se acostumbre, se habrá muerto de hambre".

Pero, oposiciones aparte, el Taller caminó. Nicomedes Guzmán avanzó con la segunda parte de su celebrada novela "La Sangre y la Esperanza", y que él ha titulado "Los Trece Meses del Año"; Manuel San Martín, con una novela de intención simbólica ambientada en Santiago; Enrique Lihn, con una obra escrita a base de evocaciones de la infancia de gran sensibilidad poética; Cristián Huneeus —la revelación del Taller—, con un trabajo titulado "Tres Movimientos", en el que expone sendos conflictos espirituales; Miguel Arteche, con poemas de verso tradicional de dimensiones humanas y metafísicas; Pablo Guíñez, con poemas de amor; José Chesta, con un drama situado en Lota, de intención social; Manuel Ravanal, con la comedia "Esa Tal Cecilia", de índole humorística; Mario Ferrero, con un ensayo sobre la vida y obra del poeta César Vallejos, y Jorge Teillier, con un ensayo sobre los malogrados poetas Romeo Murga, Alberto Rojas Jiménez y otros.

De todos estos escritores, de sus textos elaborados en el Taller, discutidos y analizados, se publicará una Antología que editará Zig-Zag.

Fernando Alegría se siente satisfecho después del resultado. El piensa que en Chile los escritores mantienen una íntima relación creadora al margen de todo ambiente académico o formal. "Pero la cultivan —agrega—, por lo común, en medios demasiado alterables: alrededor de las cuatro patas del vino, por ejemplo, y la aceptan, precisamente, por esa condición de irrealidad que da a la obra literaria un "vino conversado".

No obstante, aclara su posición: —"No quiero decir que los escritores chilenos beban más que los escritores de otros países y en desmedro de los valores estéticos. ¡Dios me libre! Lo que quiero decir es que la charla de café o de sobremesa se presta corrientemente para dar relieve a lo que nunca podrá tenerlo en una creación artística y a disimular aquello que de puro valioso bastaría para volver a la sobriedad a los entrañables amigos".

El Taller inició sus actividades en octubre. Todas las semanas se realizaban dos sesiones. En total, las sesiones fueron 32. En cada una, los autores daban lectura a sus trabajos y se sometían a la crítica de sus compañeros y de los asesores. Así se pretendía acelerar el proceso en la captación de problemas que el escritor no siempre ve en un primer momento.

Como decíamos, de 64 postulantes —desde escritores consagrados hasta gañanes con inquietudes intelectuales—, el Taller escogió 10. Y en recuerdo de la generación literaria de principios de siglo, se colocó al Taller el nombre de Los Diez, como un homenaje a quienes lucharon, con tanto denuedo y tanta pasión , por abrir un surco maravilloso en la cultura chilena.

La idea, pues, no era tan exótica. En Chile había existido un Taller en 1916.

De todos modos, el antecedente de la beca para escritores tiene una dimensión diferente. Fue Ciro Alegría uno de los autores que, gracias a la "beca" que les otorgaron algunos de sus amigos, pudieron triunfar. Lo hizo con "El Mundo es Ancho y Ajeno". Y en México funciona un Taller de Escritores que está dando excelentes resultados. Lo auspicia la Fundación Rockefeller, que ahora también ha decidido patrocinar un Taller penquista. Hace pocos días anunció una donación de 10 mil dólares para financiar un Segundo Taller, que iniciará sus tareas en abril y funcionará hasta diciembre.

A pesar de que el propósito de esta iniciativa es ayudar a los autores a mejorar sus obras, no todos los escritores aceptan la crítica. Nadie la impone, por lo demás. Es un buen consejo. Y nada más.

El toque de las sesiones fue sencillo. El lenguaje usado, de reunión entre amigos. Franco; a veces rudo. El director, sin embargo, como buen timonel, logra siempre capear las tempestades. Pero no hubo espíritu de polémica. La cordialidad impuso los buenos modales. Aunque la memoria final de, Fernando Alegría acusa un lato y estimulante optimismo, las características esenciales del Taller podrían resumirse en breves pinceladas:

• • • En la gente joven se nota un sentido crítico más hondo y luminoso. Especialmente en Lihn y Huneeus.

• • • En los consagrados (Guzmán y Arteche) se evidencia una mayor madurez artística.

• • • Hubo equilibrio crítico y ponderación en el director y los asesores (Braulio Arenas, Gonzalo Rojas, Sergio Vodanovic y Alfredo Lefebvre).

• • • En los novelistas, hay tendencia a abusar de temas conocidos. En las obras de teatro a usar elementos artificiales. Arteche, como poeta, surge como una realidad; pero, según Alegría, debe poner más pasión en sus poemas amorosos.

Los escritores no se mostraron en las calles ni lucieron tenidas "snobs". Tampoco frecuentaron cafés ni ofrecieron espectáculo público. A veces, la gente se olvidaba en Concepción, que existía el Taller. Aquí se dedicaron a trabajar y a producir; a leer y escuchar; a oír las críticas y corregir; o, por último, a rechazar las opiniones ajenas e insistir.

Poco a poco se vio que el trabajo, iba tomando mayor sentido. La crítica fue evolucionando desde el planteamiento teórico a la atención directa de los textos que se iban leyendo. Así, siete escritores pudieron terminar sus obras. Los tres restantes, lo harán después. Alegría resume sus experiencias del Taller en estas frases: —"En nuestro Taller se barajaron conceptos de todo género. Se habló de tradición y se habló de rebeldía. Se creó en un espíritu de independencia y en un fervor de clásica sobriedad. Vivimos sumergidos en una atmósfera de intensa elaboración artística. Estuvimos en Concepción, pero, en realidad, estuvimos en todo Chile. Le tomamos el pulso al país y sincronizamos el nuestro. En este sentido es posible que hayamos dejado nuestra marca en la historia de la literatura chilena contemporánea".

 

 

Una jornada provechosa: salen de una reunión Gonzalo Rojas, Jorge Millas, Manuel Rojas, Sergio Vodanovic,
Miguel Arteche, Humeres, Braulio Arenas, Pola Herrera, José Chesta.

 



 



 

 

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Una idea de Fernando Alegría puesta en práctica por David Stitchkin, Rector de la Universidad de Concepción, ha dado ya sus frutos.
Por Emilio Filippi.
Publicado en revista Zig-Zag, 27 de enero de 1961