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Gonzalo Rojas

Por Fernando Alegría
Publicado en Revista de la Universidad de México, enero de 1962


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Gonzalo Rojas es uno de los poetas de la generación del 38 que más claramente se distingue en la reacción contra la retórica de las generaciones barrocas de 1920 y 1930. Nicanor Parra reaccionó con ironía, Rojas con un pesimismo dramático. En su único libro —La miseria del hombre[1] Gonzalo Rojas pronuncia una imprecación de profunda fuerza poética y lucidez filosófica ante la condición de la humanidad en la época moderna. Es el suyo un poema —digo un poema porque las cuatro partes que componen el libro se integran sólidamente sobre una base conceptual común— desconcertante en su pesimismo, enternecedor en su amargura y desolación, noble en el idealismo intransigente que le da su impulso esencial. Gonzalo Rojas, como los beatniks norteamericanos, condena airadamente las contradicciones sociales del siglo XX. Analiza el destino del hombre sin hacerse falsas ilusiones y concibe la poesía como una negación brutal de la retórica y como un planteamiento desnudo y directo de la verdad que resulta del hecho poético. He aqui su más grande contribución a la poesía chilena joven. En una época de lucubraciones preciosistas y de pretenciosas abstracciones, Rojas maneja el verso como un martillo y golpea la realidad sin compasión, consciente de la herida que va cavando al mismo tiempo en su propio ser.

Su poesía parece manar de un sufrimiento metafísico del cual se ausenta brevemente para considerar con triste simpatía a sus semejantes. Frente a los principales factores que deciden el destino del hombre, Gonzalo Rojas asume una responsabilidad que supera lo individual. Se identifica literalmente con tales factores de modo que su yo adquiere de inmediato una dimensión cósmica y sus pronunciamientos un sentido trascendental. Este proceso de identificación alude tanto a lo intelectual como a lo físico. El poeta revive dentro de sí mismo el duelo del sol y la muerte,[2] recrea la eternidad, el caos, la poesía, en angustioso desgarramiento interior y siente crecer desde su verso la fuerza ciega de las cordilleras. Lúcido, duro y serio, camina por una cuerda floja que la poesía, de súbito, torna tensa y que la filosofía convierte en sendero de la verdad.

"La materia es mi madre", uno de los poemas más importantes del libro de Rojas, define claramente su actitud estética y filosófica. En él se resuelven diversos conflictos que Rojas ha mencionado antes en forma analítica. El poema no es un canto a la materia, al estilo del romanticismo positivista. Es, más bien, la leal confesión del cazador que cayó en su propia trampa, la racionalización —por exacta y cínica extrañamente poética— de un hecho que hasta ahora le había dejado estupefacto: el hombre descubre su identidad en la materia y, al hacerlo, no ve razón de alborozo ni de sufrimiento, encuentra tan sólo el equilibrio de la desesperación. El planteamiento de Gonzalo Rojas es poéticamente de ascendencia whitmaniana, pero, filosóficamente, ajeno al panteísmo de Leaves of Grass. El hombre —según Whitman—, descubre su identidad en el nacimiento, es decir, en una concretización cósmica del poder sexual; en el destino del hombre hay un diseño, cuyo símbolo es el árbol de la vida, y ese diseño culmina en una perfección espiritual. La semilla de este progreso se halla presente en toda cosa y es el verdadero rostro de Dios sobre la tierra. Para Gonzalo Rojas, que ha bebido el impulso cósmico en Whitman, no puede haber, sin embargo, una proyección espiritual en un proceso en que la identidad resulta de la materia y vuelve a la materia. Reemplaza, entonces, el árbol de la vida de Whitman por el árbol de la ciencia, y es el demonio, no Dios, quien le mira desde la realidad. No hay ningún tránsito ascendente en el destino de la materia. Su dinamismo es el dinamismo de la muerte: del vientre materno salta la luz a comprobar "la oscura mancha solar del pensamiento" (p. 33) y la hierba, símbolo de progresión eterna según Whitman, se convierte aquí en el alimento de la muerte. Dice Rojas:

"De ese musgo gastado de apariencia difunta
me nutro como un puerco ..." (p. 33)

El viaje cósmico se nos aparece desnudo de toda grandeza. La humanidad debe afrontar eternamente los viejos trucos de un poder cínico y brutal que, en el acto de parir, mata:


"De esos pechos jugados, como naipes marcados,
y vueltos a jugar hasta el delirio
me alimento, me harto, y en ellos me conozco
como era antes de ser, como era mi agonía
antes de perecer en el diluvio." (p. 33)


El pesimismo de Gonzalo Rojas es indudablemente dinámico en su negativismo. Del choque entre la idea y el asombro surge una especie de exaltación poética que no debe confundirse con la esperanza o la resignacion. La condición del hombre es sublime en su terrible y fatal sencillez: como un cáncer se encierra dentro de ella su propia negación.

El poeta no reconoce sino un modo de enfrentarse a la realidad: arrasando con los falsos mitos, buscando la verdad esencial que, para él, se esconde en la materia. (Cf. "Salmo real", p. 35.) En este duelo el hombre va quedándose solo y en su soledad se acostumbra a un estado de tranquila locura. No es de extrañarse que Gonzalo Rojas reviva el espíritu de Francois Villon en un poema como "Coro de los ahorcados" (p. 31), ni que evoque, a veces, la angustia nerudiana de Residencia en la tierra (cf. p. 43). Sin embargo, en la expresión de su pesimismo Rojas evita toda sugestión metafísica y, particularmente, se aparta de la imagen-símbolo tan fundamental en la poesía de Neruda. Busca, en cambio, el peso concreto de las cosas comunes. En ello se asemeja a César Vallejo. Los objetos que usa el hombre en la vida diaria esconden una peligrosa carga en que se combinan la obstinación animal y la astucia del fetiche. El hombre se ve en las cosas y las cosas contribuyen pacientemente a enloquecerlo y a matarle. Desde luego, le sobreviven. Poco a poco forman un espeso muro a su alrededor. Gonzalo Rojas da esta significación a la pared en su poema "El condenado" (p. 53).

No debe creerse, a pesar de lo dicho, que el pesimismo de Rojas sea absoluto. Hay en él grietas por las cuales asoma cierta luz, no muy viva, pero firme, acaso creciente. Es un sentimiento de solidaridad humana que contradice las negaciones fundamentales a que aludimos anteriormente. En "Revelación del pensamiento" Rojas ha dicho con brutal franqueza:


"Por eso veo claro que Dios es cosa inútil
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
El hombre nace y muere solo
con su soledad, y su demencia
natural, en el bosque
donde no cabe la piedad ni el hacha." (pp. 66-67)


Pero, considerando al hombre y sintiendo, como Whitman en "Song of Myself", que es parte de un todo misterioso y cósmico, Rojas dice estas inesperadas palabras:


"A ti no te conozco,
pero tú estás en mí
porque me vas buscando.
Tú te buscas en mí
yo escribo para ti.
Es mi trabajo." (p. 60)


Este sentimiento de solidaridad se transforma en la semilla de una actitud revolucionaria que, en su forma básica de crítica social, constituye la médula de la cuarta parte de Miseria del hombre. El poeta examina las trampas más inmediatas que le rodean: falsas instituciones sociales, respetabilidad hipócrita, lucro, egoísmo, hipocresía, y descarga su ira en versos de áspera resonancia:

"Y si revientan todos,
mía será la voz, la voz interminable,
aunque los corredores de la Bolsa se sientan aludidos y lloren
al ver que el color rojo destruye para siempre el amarillo." etc. (p. 114).


Condena a la retórica en un poema hecho a base de crueles epítetos: "La lepra"; a la perversión y la mentira en "Fábula moderna". Este didactismo intenso y puritano se alumbra de fuegos poéticos a través del aparato surrealista que lo mantiene y lo mueve.

En la expresión del amor —tercera parte de La miseria del hombre— Gonzalo Rojas deja de ser un poeta dialéctico para respirar con libertad en una noche extensa y maldita. Su poesía es más que erótica: es lasciva y nocturnalmente diabólica. Asombra la ferocidad de su concupiscencia y la profunda y deprimente soledad que la corona. "Perdí mi juventud", poema de admirable fuerza, crea la idea de un machismo maldito que en sus imágenes, procazmente tiernas, evocan la poesía amorosa de Pablo de Rokha. En "Elegía", por otra parte, uno de los poemas memorables de Rojas, se afina todo lo impreciso y sentimental y el cuadro surge fascinante en su locura, preciso en su solución repentina, frenética, inevitable. Rojas crea certeramente la ilusión de realidad en una asociación libre de imágenes surrea1istas. Nada sobra allí; todo vive y alumbra en su locura: el hombre, la mujer, el acto, el mito. El poema se convierte en un espectáculo alucinante.

Poesía dura o tierna (cf. "Crecimiento de Rodrigo Tomás", p. 75), desnuda de toda retórica, dramática, al rojo vivo, en que rara vez brilla una imagen y en la cual el concepto se clava como un dardo en su blanco y queda vibrando, la de Gonzalo Rojas es negación obstinada del imaginismo huidobriano. Nadie mejor que él encarna la batalla contra la retórica del barroco chileno. En su poesía la idea es como un ácido que se aplicara para disolver, quemando, la bella palabrería de los magos de la imagen.

 

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Notas

[1] Valparaíso, 1948.
[2] Cf. "El sol y la muerte", p. 11; "La eternidad", p. 13; "La poesía es mi lengua", p. 15; "El caos", p. 17; "La libertad", p. 19; "La sangre", p. 113.

 

 

 

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