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SARMIENTO SU VIDA Y SUS OBRAS
PRIMERA BIOGRAFÍA POST MORTEM

J. Guillermo Guerra

PRÓLOGO[*]

JORGE PINTO RODRÍGUEZ
PREMIO NACIONAL DE HISTORIA



.. .. .. .. ..

Pocas figuras del siglo XIX alcanzaron en nuestro continente la estatura de Domingo Faustino Sarmiento. Diversos factores hicieron posible que esto ocurriera. En primer lugar, su capacidad para desenvolverse en los ámbitos de la política, educación y periodismo, a pesar de una personalidad compleja con la cual no era fácil entenderse, producto de una jactancia que llevó a Benjamín Vicuña Mackenna a decir que su vanidad no cabía en la pampa argentina[1].

A esta capacidad habría que agregar su voluntad de superar todas las adversidades que enfrentó en una vida que no fue fácil. Nacido en la ciudad de San Juan, cuando empezaba a gestarse la Independencia, en el seno de un hogar de recursos más bien modestos, logró una mediana educación que le permitió abrazar primero el oficio de maestro, para desplazarse luego a los otros campos que coparon su existencia. Aunque provenía de una familia que resistió las ideas unitarias, pronto abrazó esa corriente que lo llevó a la dura lucha política hasta alcanzar la presidencia de la república argentina, en tiempos en que la mayoría de nuestros países enfrentaban los difíciles momentos de construir sus estados nacionales y sentar las bases de sus economías, liberados ya de España. Tal vez, este hecho fue el que lo elevó al sitial que hoy ocupa en la historia latinoamericana.

Su primer viaje a Chile lo hizo tempranamente, en 1831, oportunidad en la cual recorrió distintos lugares y practicó diversos oficios. Profesor en Los Andes, bodegonero en Pocuro, dependiente en Valparaíso y mayordomo en Chañarcillo, donde enfermó gravemente, debiendo regresar a San Juan para curar sus males y dedicarse al periodismo. Retornó a Chile 1841. Prontamente se unió a otro exiliado argentino, Vicente Fidel López, y conoció a José Victorino Lastarria. En esos años se involucró en la política chilena apoyando al general Bulnes, circunstancia que le permitió conocer a don Manuel Montt, con cuyo apoyo pudo consagrarse a la educación como primer Director de la Escuela Normal de Preceptores, en 1842.

Sus biógrafos han señalado que a Sarmiento le correspondió vivir una época de profundos odios, agravados en Argentina por la lucha entre Buenos Aires y el interior. En ese contexto, Sarmiento se convirtió en una figura  que hizo de su vida una constante lucha. Para él, vivir era luchar. Al recorrer las páginas de su vida, el lector encontrará profundas amistades que se transformaron en enemistades tan pronto surgían desacuerdos que a Sarmiento parecían insuperables[2]. Él mismo era consciente de las reacciones que provocaba sus acciones. En un párrafo de Mi Defensa que escribió, a propósito de los desencuentros que tuvo con don Domingo Santiago Godoy, escribió.

“Un hecho notable, dice Sarmiento, hay en mi existencia que, atendido mi carácter y mi posición, me lisonjea en extremo. Yo he excitado siempre animadversiones y profundas simpatías. He vivido en un mundo de amigos y enemigos, aplaudido y vituperado a un tiempo… Lo que me sucede en Santiago, me ha sucedido en mi tierra natal: siempre se me han presentado obstáculos para embarazarme el paso; nunca me ha faltado un inoficioso que, no alcanzándome a los hombros, se me ha prendido a la cintura para que no me levante, y la corta carrera que he podido andar, me la he abierto a fuerza de constancia, de valor, de estudios y sufrimientos. ¡Ah! La mitad del tiempo no lo he perdido en estos trabajos, tan improductivos como inevitables. Cuando he logrado surgir para mi patria, ella se hunde bajo mis pies, se me evapora, se convierte en un espectro horrible. Cuando he querido adoptar otra y he llamado a sus puertas, sale un perro rabioso, que me desconoce, me salta a la cara, me muerde y me desfigura a punto de quedar hecho un objeto de asco o de compasión…”[3].

Y más adelante agregó,

“Todos los días irrito susceptibilidades, dice, y crío deseos de encontrar en mi conducta acciones que me denigren. Debiera ser más prudente: pero en punto de prudencia, me sucede lo que a los grandes pecadores, que dejan para la hora de la muerte la enmienda. Cuando tenga cuarenta años, seré prudente; por ahora seré como soy y nada más”[4].

En 1846 inició un periplo que lo llevó a Uruguay, Brasil, España, Argelia, Francia, Alemania, Italia, Suiza, Inglaterra, Canadá, Estados Unidos, Cuba. De paso por Nueva York conoció a otra de las grandes personalidades de la época: Santiago Arcos Arlegui. Gracias a su fortuna y generosidad logró salvar sus problemas financieros para continuar su viaje, en un país que le causó enorme admiración.

Antes de partir, en 1845, Sarmiento publicó una de sus obras más famosa y polémica: Civilización y Barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga. Por la naturaleza de su carácter, Sarmiento sentía un verdadero menosprecio por los caudillos del interior que amenazaban a Buenos Aires, encarnación de la civilización, en contraste con el mundo rural que contenía  la barbarie, que se propuso educar como maestro y combatir como político. En su época de gobernador de San Juan tuvo que enfrentarla y doblegarla a cualquier precio. Uno de los episodios que mejor lo refleja fue el trato que dio al Chacho Peñaloza, a quien persiguió hasta abatirlo en su refugio de los llanos de la Rioja, en 1863. Probablemente, Sarmiento veía en el Chacho el retorno de Quiroga y la pesadilla de la ciudad ilustrada, amagada por la barbarie, en  el lenguaje de Juan Pablo Dabove.

De regreso a Chile en 1848, encontró en la educación y la difusión de sus ideas un campo fértil para desplegar sus talentos y conocimientos adquiridos en el curso de su vida. Fueron años fecundos que compartió con Juan Bautista Alberdi, Andrés Bello, los hermanos Amunátegui, Francisco Bilbao, Diego Barros Arana, Benjamín Vicuña Mackenna, José Victorino Lastarria, Ignacio Domeyko y varios intelectuales más que se propusieron iniciar un primer proceso de modernización de nuestros estados. Inspirados en el positivismo, todos coincidieron en que la educación era uno de los mejores caminos para lograrlo y sacar a nuestros pueblos  del oscurantismo, para acercarlos a lo que varios llamaron “felicidad”, una expresión tan postergada hoy día en la sociedad postmoderna. Por cierto, sus ideas racistas, que se comentan en el capítulo XIX de la obra que estamos prologando, no tendrían cabida en los albores del siglo XXI; sin embargo, hijo de su tiempo, abrazó posturas con las que se comprometieron la mayoría de los intelectuales de la época.

En 1855, Sarmiento regresó a la Argentina para entregarse de lleno a la política hasta alcanzar, mientras cumplía labores en Estados Unidos, su elección como Presidente de la República, en 1868. Tenía 57 años y una vitalidad que contrastaba con un cuerpo que desde su juventud semejaba la vejez. Contamos de un retrato que dejó de él José Victorino Lastarria, que Guerra rescata de sus Recuerdos Literarios.

“Sarmiento, escribió Lastarria, realmente era raro: sus treinta y dos años de edad parecían sesenta por su calva frente, sus mejillas carnosas, sueltas y afeitadas, su mirada fija, pero osada, a pesar del apagado brillo de sus ojos, y por todo el conjunto  de su cabeza, que reposaba en un tronco obeso y casi encorvado. Pero eran tales la viveza y la franqueza de la palabra de aquel joven viejo, que su fisonomía se animaba con los destellos de un gran espíritu, y se hacía simpática e interesante... Tanto nos interesó aquel embrión de grande hombre, que tenía el talento de embellecer con la palabra sus formas casi de gaucho, que pronto nos intimamos con él”...[5].

Uno de los hechos que marcó su gobierno fue la inauguración, en octubre de 1871, de Exposición Nacional y Observatorio Astronómico que se celebró en la ciudad de Córdoba. Fueron los años en que se iniciaban estos eventos para mostrar, tanto en Europa como en Estados Unidos y América Latina, los avances del progreso y su impacto en el desarrollo de los países. De este modo, Sarmiento logró convertir a Córdoba en el escenario de la modernización, aunque en parte de su discurso dejó de manifiesto la colisión que percibía entre ese progreso y sus ideas racistas.

“Quisiera haceros sensibles -dijo en un pasaje de su discurso- de lo que no está aquí presente; y son un millón por lo menos de brazos cristianos que poco o nada producen: un cuarto de millón de indios que viven de lo que ellos elaboran, algunos miles de cristianos peores que indios, que desearían vivir de la destrucción de lo que el trabajo honrado ha acumulado en muchos días de fatigas. Este es un rasgo característico de nuestra sociedad, rasgo que nace del desierto, de la ignorancia, de la indolencia, del aislamiento, y de todas las causas, que abraza una sola palabra: la barbarie”[6].

Sarmiento no logró prolongar su gobierno a un segundo periodo, debiendo entregar el poder a Nicolás Avellaneda en 1874. En los años siguientes, ejerció como senador, un breve período como ministro y otros cargos menores. Falleció en Asunción, ciudad que visitaba a menudo, en 1888. Con su muerte desapareció una figura que hizo parte de nuestra historia, con las virtudes y debilidades  propias de un ser humano que supo granjearse amistades y enemistades.

Sus obras completas  tienen ya tres ediciones, distribuidas en 53 volúmenes de acuerdo al siguiente plan[7]:

1. Artículos críticos y literarios (1841-1842).
2. Artículos críticos y literarios (1842-1853).
3. Mi defensa. Recuerdos de provincia. Necrologías y biografías.
4. Ortografía - Instrucción pública (1841-1854).
5. Viajes por Europa, África y América (1845-1847).
6. Política argentina (1841-1851).
7. Facundo. Aldao. El Chacho (1845-1863).
8. Comentarios de la Constitución.
9. Instituciones sudamericanas.
10. Legislación y progresos en Chile.
11. Educación popular.
12. Educación común.
13. Argirópolis.
14. Campaña en el Ejército grande.
15. Las ciento y una. Época preconstitucional.
16. Provinciano en Buenos Aires. Porteño en las provincias.
17. La unión nacional.
18. Discursos parlamentarios. Primer volumen.
19. Discursos parlamentarios. Segundo volumen.
20. Discursos parlamentarios. Tercer volumen.
21. Discursos populares. Primer volumen.
22. Discursos populares. Segundo volumen.
23. Inmigración y colonización.
24. Organización del Estado de Buenos Aires.
25. Política del Estado de Buenos Aires (1855-1860).
26. El camino del Lacio.
27. Abraham Lincoln. Dalmacio Vélez Sarsfield.
28. Ideas pedagógicas.
29. Ambas Américas.
30. Las escuelas. Base de la prosperidad y de la república en los Estados Unidos.
31. Práctica constitucional. Primer volumen.
32. Práctica constitucional. Segundo volumen.
33. Práctica constitucional. Tercer volumen.
34. Cuestiones americanas.
35. Cuestiones americanas. Límites con Chile.
36. Condición del extranjero en América.
37. Conflicto y armonías de las razas en América.
38. Conflicto y armonías de las razas en América. Segunda parte póstuma.
39. Las doctrinas revolucionarias (1874-1880).
40. Los desfallecimientos y los desvíos. Política de 1880.
41. Progresos generales. Vistas económicas.
42. Costumbres - Progresos (continuación).
43. Francisco J. Muñiz o Horacio Mann.
44. Informes sobre educación.
45. Antonino Aberastaín. Vida de Dominguito. Necronologías.
46. Páginas literarias.
47. Educar al soberano.
48. La escuela ultrapampeana.
49. Memorial.
50. Papeles del Presidente (1868-1874). Primer volumen.
51. Papeles del Presidente (1868-1874). Segundo volumen.
52. Escritos diversos.
53. Índice general. Índice onomástico.

Aunque en Chile siempre se le reprochó  la actitud que tuvo en los años previos a la Guerra del Pacífico, cuando se discutió el Tratado Secreto que unía a Perú y Bolivia frente a una amenaza externa, personalmente reconoció, en uno de los  viajes que hizo a nuestro país, que aquí pasó los mejores años de su vida. Fue el sino de un hombre cuya biografía preparó el abogado José Guillermo Guerra que ahora se reedita gracias a una iniciativa de Arturo Volantines[8].

Don José Guillermo Guerra Vallejo nació en Copiapó el 10 de febrero de 1871. Obtuvo su título de abogado en 1902, luego de estudiar en el Colegio San Ignacio, el Instituto Nacional de Santiago y la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile. A los 20 años, en 1891, ingresó a la Redacción de Sesiones de la Cámara de Diputados y entre 1906 y 1913 trabajó como Secretario de Comisiones de la misma Cámara. Años antes, en 1903, apenas titulado de abogado, se incorporó como  profesor a la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile.

En 1924 estuvo en Estocolmo y en 1927 en Viena, defendiendo los derechos de Chile en el sur. Culminó su carrera trabajando en la redacción de la Constitución de 1925 y como Decano de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Chile, en 1927, luego de lo cual colaboró en las tareas previas al plebiscito que resolvió la situación de Tacna y Arica, para retornar finalmente a sus cátedras de Filosofía del Derecho y Derecho Internacional. Murió en 1936, rodeado del afecto y respeto de quienes fueron sus alumnos y  colegas en la Escuela de Derecho[9].

Ocurrida su muerte, la prensa publicó numerosos homenajes póstumos y los Anales de la Facultad de Derecho de ese mismo año incluyó diversos aspectos  de la sesión homenaje que la Facultad le rindió, definiéndolo como un humanista de verdad, publicista esclarecido, tratadista excepcional y ciudadano eminente[10].

El profesor Julio Escudero preparó, para esa ocasión, un resumen de la producción intelectual del profesor Guerra, incluyendo comentarios sobre su obra, que ordenó  en el siguiente orden: bibliografía, opúsculos y folletos, artículos en revistas, artículos en diarios, juicios críticos a la obra sobre Sarmiento, la soberanía chilena en las islas del sur, el Dr. Zeballos y el imperialismo argentino, temas constitucionales, la Constitución de 1925, juicios póstumos y una nota sobre algunos papeles encontrados en su gabinete de trabajo[11].

Ese mismo número de los Anales de la Facultad de Derecho incluyó los discursos de distinguidas personalidades que destacaron su labor. Entre estas últimas destacó la de don Arturo Alessandri Rodríguez, decano, en esos momentos, de la Facultad de Derecho. Refiriéndose al profesor Guerra, Alessandri señaló:

“En los tiempos de inquietud en que vivimos como consecuencia del choque de viejos principios que parecían eternos e inmutables, con las nuevas ideas que pugnan por dar a todo ser humano el minimun de bienestar moral y material a que es acreedor, en los momentos en que la humanidad busca la ecuación que le permita conciliar lo espiritual con lo material en términos de que uno no absorba al otro, ni que la libertad sea causa de injusticias y de expoliación de los débiles por los fuertes, pero sin que a la vez, el control de las fuentes de riquezas por el Estado constituya la negación de la personalidad humana, Guerra nos ofrecía el ejemplo más perfecto de que la autoridad y libertad no son conceptos excluyentes ni antagónicos”[12].

“Guerra se ha ido cuando más necesaria nos era su presencia -concluyó Alessandri- . Nos queda, sin embargo, el consuelo de que sus enseñanzas, esparcidas a través de numerosas generaciones de alumnos, han de sobrevivirle por muchos años”.

Al discurso del decano se sumaron los de Ernesto Barros Jarpa y Sara Izickson, quienes destacaron rasgos de su personalidad y la intensa labor que llevó a cabo al servicio del país y la Escuela de Derecho. Particularmente el primero se extendió en las consideraciones políticas que trató de incorporar a la Constitución de 1925. Barros Jarpa llegó a señalar que los promotores de la reforma constitucional de 1925 se llamaron Arturo Alessandri, José Maza y José Guillermo Guerra, e  insistió en que para este último el orden y la democracia debían complementarse. Al mismo tiempo destacó su certeza de cuan necesario era  profundizar los lazos con los países vecinos a pesar de los conflictos con Argentina y el clima enrarecido que acompañó al plebiscito  que resolvió la situación de Tacna y Arica como resultado de la Guerra el Pacífico[13].

Como habrá observado el lector, el libro que tiene en sus manos, Sarmiento. Su vida i sus obras fue publicada en 1901 en la Imprenta Elzeviriana, de propiedad de don José Toribio Medina, como resultado de un fallo del Consejo de Instrucción  Pública de Chile, que la premió en un concurso convocado en nuestro país y Argentina. En ambos países la obra de Guerra resultó ganadora, pero sólo en Chile se resolvió definitivamente, aprobándose su publicación. En estricto rigor la obra fue presentada en 1900, de modo que su edición se hizo rápidamente, un año después[14].

Siguiendo un criterio cronológico, don José Guillermo Guerra preparó un relato pormenorizado de la vida y obra de Sarmiento. Ecuánime en la mayoría de sus juicios, muestra la compleja personalidad del autor de Civilización y barbarie y su intensa labor desarrollada en Chile y Argentina en el campo de la educación, el periodismo y la política. Para Chile, destaca Guerra, el rol que jugó en la enseñanza fue clave. Director de la primera Escuela Normal de Preceptores, miembro de la Universidad de Chile y promotor de la educación popular, expuso buena parte de sus ideas en un trabajo que compitió en un concurso convocado por el gobierno de Chile en la década de 1850 con una obra de los hermanos Gregorio Víctor y Miguel Luis Amunátegui, que fue finalmente premiada.

Probablemente, su acercamiento a la figura de Sarmiento se produjo por el interés que Guerra manifestó por la educación durante los años en que empezaba su formación de abogado. De acuerdo a una información proporcionada por Guillermo Feliz Cruz, en los años 90 del siglo XIX, publicó en la Revista de Instrucción Primaria, una reseña de la obra de Manuel Antonio Ponce, Sarmiento y sus doctrinas pedagógicas, publicado en 1890[15]. En esa oportunidad, refiriéndose a la obra de Sarmiento, Guerra señaló que Ponce

“Ha reunido en un solo volumen, en unas cuantas páginas, todo lo que Sarmiento dejó esparcido en gran número de libros y folletos y en la prensa de medio continente, referente a la instrucción primaria. El estudio de todas esas obras, con algunos datos biográficos de Sarmiento, referentes principalmente a su educación y desarrollo intelectual, y la narración de los servicios prestados a la causa de la instrucción popular en Chile y en la República Argentina, forman el conjunto del libro que motiva esta reseña bibliográfica. Creemos que el libro tiene un verdadero valor y por eso aconsejamos su lectura a las personas de ilustración y de progreso. Una obra semejante, es una especie de lenitivo que viene a calmar la necesidad de los que se sienten ahogados por esa ola de versos y de prosa sentimental, que tan subida está y que va señalando en nuestra literatura un período sin fondo, sin ideas”[16].

Pudo haber contribuido también una cierta cercanía con Julio Belín, el nieto de Sarmiento, nacido en Chile, que tanto se preocupó de difundir la obra de su abuelo. En los años en que Guerra comentó la obra de Ponce, Belín lograba publicar las Obras Completas de Sarmiento,  con la colaboración de Luis Montt. Al menos, J. Guillermo Guerra pudo contar con los escritos del propio Sarmiento y las primeras biografías que se escribieron sobre él. En esto, nuestro autor fue más bien parco, obviando citar las fuentes que utilizó. Por las escasas referencias que aparecen en su libro, se valió, sin duda de tres de los trabajos de Sarmiento: Recuerdos de Provincia, Mi Defensa y La vida de Dominguito, su hijo adoptivo  muerto prematuramente en las luchas políticas de Argentina. Cita también las Cartas de Mitre a Sarmiento, una biografía del General  Nicolás Vega, algunos testimonios de Damián Hudson y los Recuerdos Literarios de Lastarria, el trabajo de Ponce, ya citado, y otro estudio de Miguel Luis Amunátegui sobre la instrucción pública; pero, poco más podemos señalar al respecto..

La biografía Sarmiento del profesor Guerra ha permanecido más bien olvidada, aunque fue comentada en 1901 en La Tribuna y La Prensa de Buenos Aires y El Mercurio, El Ferrocarril, La Nueva República, La Tarde y varios periódicos más de Santiago y Argentina, a lo que deberíamos agregar diversas crónicas en revistas de ambos países[17]. Fue citada, además, por Diego Barras Arana en el tomo I de Un Decenio de la Historia de Chile, publicado en 1913 en la Imprenta Barcelona de Santiago y Ricardo Latcham en su artículo “Sarmiento, periodista y costumbrista” (Revista Occidente, Año X, Nº 100. Santiago, 1954. Los estudiosos de Sarmiento también la han tenido a su alcance; pero, en general, no ha logrado el reconocimiento que se merece[18].

Una segunda edición del libro de J. Guillermo Guerra se hizo en 1938 bajo el sello de la Imprenta Universitaria de Santiago[19]. Esta edición aparece citada, entre otros trabajos,  en la Historia de la Enseñanza en Chile de Amanda Labarca (Publicaciones de la Universidad de Chile, Santiago, 1939) y en el artículo de Norman Sacks, “Lastarria y Sarmiento: el chileno y el argentino achilenado” aparecido en la Revista Iberoamericana en 1988[20]. La edición que ahora prepara la Sociedad de Acciones Literarias de la Región de Coquimbo (SALC), señala Arturo Volantines, se hace en el momento en que se busca estrechar los lazos entre Coquimbo y la provincia de San Juan, a propósito de la apertura de los trabajos del túnel Agua Negra que acercará dos regiones que históricamente han mantenido fuertes y sólidos lazos de amistad[21].

Sarmiento es la figura que para los escritores de la tierra de Gabriela servirá para estrechar los vínculos entre ambas regiones, valiéndose de la biografía escrita por un hijo de Copiapó, capturado por el peso de un hombre que marcó los destinos de la América del Sur y que tanto contribuyó al desarrollo de la educación en Chile. Las palabras con que el profesor Guerra describe los últimos momentos del prócer, en la capital del Paraguay, donde falleció la madrugada del 11 de septiembre de 1888, dan cuenta de la admiración que llegó a sentir por aquel muchacho sanjuanino que llegó a la presidencia de su país.

“Durante cinco días –escribió Guerra-, permaneció en su reducido i modesto alojamiento, sentado en su silla de mecanismo especial, sufriendo repetidos síncopes, que hacían presajiar su próximo fin a sus deudos i a los amigos que lo rodeaban con cariñosas i solícitas atenciones. Sarmiento se estinguía visiblemente, e iba a morir instalado con pobreza en un reducido cuarto de hotel, como viajero sorprendido por las leyes naturales en el curso de una larga i fatigosa peregrinación. En la noche del 10 de setiembre, permaneció sentado en su sillón, hasta las once, hora en que pidió que lo trasladaran al lecho. Realizado ese deseo, cayó en un letargo intranquilo, interrumpido a largos intervalos por movimientos bruscos. Una profunda perturbación debía trabajar su organismo, pues algunas palabras incoherentes revelaban el delirio. Dijo: He escrito un libró tres veces i lo he vuelto a romper: tenia cosas mui buenas! A las 2 i cuarto de la madrugada, hizo señas para que lo dieran vuelta, i satisfecha esa indicación, se ajitó bruscamente con un movimiento espasmódico, i quedó inmóvil con la rijidez de la muerte!”.

“¡Había dejado de latir aquel corazón privilejiado, máquina motriz de impulsos jenerosos i grandes, de nobles ambiciones i de fecundas iniciativas! Había dejado de ser un hijo predilecto de los tiempos heroicos de la América, un soldado del progreso, un heraldo del libre pensamiento, un adalid de la reforma i del bienestar de los pueblos, i uno de los mas honrados políticos de la República Arjentina!”.

Con la reedición de este libro se hace justicia con un escritor regional, brillante abogado y servidor público que en plena juventud se empeñó en escudriñar, a través la vida de Domingo Faustino Sarmiento, uno de los períodos más intenso de nuestra vida republicana.

Jorge Pinto Rodríguez
Departamento de Ciencias Sociales,
Universidad de La Frontera de Temuco
Premio Nacional de Historia 2012

Temuco, enero de 2017

 

 

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NOTAS


[*] JORGE PINTO RODRÍGUEZ; nació en La Serena. Sus primeros años vivió en Punitaqui. Cursó sus Humanidades en el Liceo de Hombres de Antofagasta. Titulado de Profesor de Estado en Historia, Geografía y Educación Cívica de la Universidad de Chile, Sede Valparaíso, tuvo como  profesor a Mario Góngora y a Sergio Villalobos, de quien fue ayudante de cátedra. Posteriormente, obtuvo el Ph.D en Historia en la U. de Southampton, Inglaterra. Es integrante de sociedades científicas de Inglaterra, Estados Unidos, Argentina y Chile, las cuales están relacionadas al ámbito de la Historia Económica e Historia Latinoamericana. Ha sido profesor de numerosas universidades. Tiene una producción prolífica, con más de cien publicaciones entre libros, artículos, prólogos y reseñas, muchas de las cuales han sido publicadas en el extranjero. Ha participado en el extranjero como investigador de estudios de la Universidad Michel de Montaigne Bordeaux III, Universidad Complutense de Madrid, Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Londres, entre otras universidades europeas y latinoamericanas. Actualmente, es académico e investigador del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad de La Frontera, en Temuco, institución de la cual forma parte desde 1983.

[1] Citado por J. Guillermo Guerra en el libro que prologamos, p. 16.

[2] Un excelente análisis del tiempo en el cual se desenvolvió la generación de Sarmiento se puede encontrar en los libros de Nicolás Shumway, La invención de Argentina, Editorial Emece, Buenos Aires, 1993; Sarmiento and his Argentina, editado por Joseph T. Criscente, Lynne Rienner Publishers, Colorado, 1993; Natalio Botano,  Domingo Faustino Sarmiento, una aventura republicana, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1996 y del mismo autor La tradición republicana: Alberdi, Sarmiento y las políticas de sus tiempo, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1997.

[3] Citado por Guerra, p.106.

[4] Citado por Guerra, p.106.

[5] Citado por Guerra, p. 48.

[6] El extracto del discurso de Sarmiento en El Arcón de la Historia Argentina, www.elarcondelahistoria.com/primera-exposicion-nacional-en-cordoba-.Veáse también el trabajo de la profesora de la Universidad Nacional de Córdoba María Cristina Boixadós, “Una ciudad en exposición. Córdoba, 1871”. En www.ffyh.unc.edu.ar/archivos/modernidades_a/VIII/.../Art.Boixados.ht.

[7] Las Obras Completas de Sarmiento cuentan con tres ediciones. La primera estuvo a cargo de Luis Montt y Augusto Belín Sarmiento, nieto del prócer, y apareció entre 1884 y 1893, financiada por el gobierno argentino. La segunda se publicó entre 1948 y 1956, bajo el sello de la Editorial Luz del Día; y, la tercera corrió a cargo de la Universidad  Nacional de la Matanza, la que se comprometió a presentarla en agosto o septiembre de 2001, según informara su rector en La Nación de Buenos Aires el 31 de julio de ese año. El Plan que aquí se reproduce aparece en Bienvenidos al Buen Libro, www.elbuenlibro.com/ sarmiento.htm.

[8] Sobre Sarmiento existe una literatura tan amplia como diversificada que se puede consultar en diferentes páginas que circulan en bibliotecas virtuales. Una obra clave para conocer textos interesantes sobre su vida y acciones en los campos de la educación, periodismo y política es la de Natalio Botana, Domingo Faustino Sarmiento: una aventura republicana, ya citada. En todo caso, sus Obras Completas son la mejor fuente para conocer su pensamiento.

[9] Anales de la Facultad de Derecho, Vol. II, abril-septiembre de 1936, Nº 6 y 7. Los datos recogidos sobre don José Guillermo Guerra provienen del Diccionario Biográfico  de Chile de Virgilio Figueroa, Tomo III, Santiago, 1930,  p. 389 y del trabajo del profesor Julio Escudero “Apuntes para una bibliografía de Guerra”. En Anales de la Facultad de Derecho, Vol. II, abril-septiembre de 1936, Nº 6 y 7.

[10] Anales de la Facultad de Derecho, Vol. II, abril-septiembre de 1936, Nº 6 y 7.

[11] Julio Escudero, “Apuntes para una bibliografía de Guerra”. En Anales de la Facultad de Derecho, Vol. II, abril-septiembre de 1936, Nº 6 y 7. En esta bibliografía Escudero identifica las revistas y diarios en que se publicaron los trabajos que cita, señalando las fechas en que aparecieron.

[12] Discurso de don Arturo Alessandri Rodríguez, 9 de julio de 1936. En Anales de la Facultad de Derecho, Vol. II, abril-septiembre de 936, Nº 6 y 7.

[13] Discurso de don Ernesto Barros Jarpa, 9 de julio de 1936. En Anales de la Facultad de Derecho, Vol. II, abril-septiembre de 936, Nº 6 y 7.

[14] El jurado que falló el concurso en Chile estuvo compuesto, como se indica en la edición de 1901, por Diego Barros Arana, Gabriel René Moreno y Domingo Amunátegui Solar, tres figuras de indiscutibles méritos.

[15] Guillermo Feliz Cruz, Manuel Antonio Ponce (1852-905). La bibliografía pedagógica chilena, Bibliógrafos Chilenos, Santiago, 1969, p. 5.

[16] Feliz Cruz indica como fuente de este texto la Revista de Instrucción Primaria, Santiago, tomo III, p. 313, sin indicar año.

[17] Anales de la Facultad de Derecho, Vol. II, abril-septiembre de 936, Nº 6 y 7.

[18] Como señalamos anteriormente, Barros Arana conoció la obra de Guerra cuando formó parte el jurado que falló el concurso en 900, al cual también hicimos referencia. Curiosamente Pedro Henríquez Ureña  en su Historia Cultural y Literaria de América Hispánica, Editorial Verbum, Madrid, 2008, p. 169 cita la obra de Guerra fechándola en 1893. Debe tratarse de un error o confusión con los comentarios que Guerra hizo a la obra de Manuel Antonio Ponce. De la edición de 1901 existen, al menos, dos versiones en internet. Véase:
www.iberoamericadigital.net/.../Search.do;...Sarmiento...vida...sus+obras y https://archive.org/ details/ sarmientosuvidai00guer.

[19] Como curiosidad podríamos indicar que antes de la publicación de su libro, Guerra autorizó a La Revista Nuevapara que incluyera en el Tomo III de su Primer Año, el capítulo XIII, “Sarmiento en el Gobierno de San Juan”, Santiago, diciembre de 1900-enero, febrero, marzo de 1901.

[20] Revista-iberoamericana.pitt.edu/ojs/index.php/Iberoamericana/article/viewFile/.../4637.

[21] Arturo Volantines, “Región de Coquimbo irá tras la huella de Domingo Faustino Sarmiento”. En g80.cl/noticias/columna_completa.php?varid=2203.

 


 

 

 

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