Para una presentación de "Voz en camino", de Roberto Onell H. Ediciones Santiago Inédito, Santiago, 2020, 76 páginas Por Pedro Lastra
Publicado en LALT, N°25, marzo de 2023
Me referiré en estas páginas a un poeta que trae algo nuevo a la literatura chilena de su tiempo, y con esto quiero indicar una extensión temporal ya considerable. Con alguna precisión, las últimas tres décadas, gran parte del tiempo poéticamente activo de Roberto Onell, nacido en 1975.
No hace falta reseñar las características de ese período porque hay suficiente bibliografía sobre los más diversos aspectos de un tiempo atravesado por lo sombrío y lo promisorio, tanto en Chile como en gran parte de Latinoamérica. En lo que nos toca a escritores y artistas bastará pensar en los deterioros culturales que ha traído la extendida consagración de la banalidad, para no decir más de otras perturbaciones harto estudiadas y denunciadas: la tarea literaria, más productiva que nunca, ha resultado con demasiada frecuencia menos significativa que nunca. Algo que, visto con serenidad y desde una apreciable lejanía, parece difícil de subsanar. Sándor Márai escribió esta impresión en su diario, el 5 de junio de 1984: “Cada vez hay más gente que quiere escribir y menos que esté dispuesta a leer”. Notas como esta hacen más valioso y apreciable hablar de un poeta tan estimado y constante como lo es Roberto Onell.
Roberto Onell H.
Tres libros constituyen hasta ahora la suma de su trabajo poético: Rotación (2010), Los días (2015) y Voz en camino (2020); una meditada producción que no ha dejado indiferentes a críticos ni a lectores. En estos días he releído, junto con sus libros, algunas válidas e iluminadoras expresiones sobre ellos.
Mencionaré solo a cinco de esos lectores, que se cuentan en Chile entre los más atentos y exigentes comentaristas de esta actualidad y que son, al mismo tiempo, meritorios practicantes de la creación y del ensayo: Juan Cristóbal Romero, Adriana Valdés, Francisco Véjar, Juan Antonio Massone e Ismael Gavilán. No es un escaso número de lectores de reconocido prestigio y que no suelen prodigarse en la celebración de novedades de este ni de otro lugar. Los menciono aquí de manera especial, porque en sus páginas sobre la obra de Roberto Onell he hallado aproximaciones al mismo tiempo sugestivas e invitadoras a un trato más frecuente con esta poesía: por ejemplo, la lectura de Francisco Véjar a propósito del libro que motiva estas líneas, titulada “De lo cotidiano a lo trascendental”, aunque yo me siento inclinado a enfatizar el segundo término de esa frase, como se advertirá pronto en mi acercamiento a Voz en camino.
Tratándose, como se trata, de un poeta que me parece sobresaliente, y que además rehúye toda búsqueda de notoriedad y figuración (mérito indudablemente mayor por su rareza en estos tiempos mediáticos), me ha parecido oportuno proponer un breve recorrido por su obra. Aunque no podré detenerme en algunas consideraciones que ilustrarían mejor mi adhesión a toda su poesía, procuraré por lo menos insinuarlas.
Para eso tendré en cuenta lo que podría designar como sentencias o palabras-guías que veo como animadoras de nuestra tarea poética. Son algunas ideas que estimo verdaderas y centrales para los aprendices sin término que somos todos nosotros: breves pero sugestivas reflexiones que siempre habrán ayudado a muchos en su quehacer, como para evitar lo evitable y profundizar en lo que permanece.
Sea la primera aquella desencantada reflexión de Gabriela Mistral para referirse con una sola frase a la impresión que le producían las ligerezas e irresponsabilidades con que muchos poetas difundían sus versos sin rigor ni exigencia alguna, lo que ella fustigó así en uno de sus recados: “la banalidad en la que se anega la poesía hispanoamericana”.
De esa banalidad, de la que somos aún víctimas, y acaso más de alguna vez autores o autores involuntarios, ha sabido distanciarse siempre Roberto Onell crítica y creadoramente desde su primer libro.
Citaré un fragmento de su publicación inicial, que, si por cierta tonalidad pudiera recordar la cercanía de prácticas mistralianas de aparente sencillez, revelan más bien alianzas verbales felices nacidas de su propia visión, según la exigencia de su tema, o complejas urdimbres expresivas que podrían remitir, y de hecho creo que remiten, a otra advertencia fundamental de Gabriela Mistral: “escribir bajo la norma de la intensidad que es la cualitativa”.
Cito la segunda estrofa del poema “Historia de noche”, de su primer libro:
A ti, mi noche de esta sola noche,
cuando en opaca estela me aconteces,
sombrío de ojos, sin saber fulgores,
en pleno roce de tu piel difícil,
esta noche sin himnos y sin nombre,
yo mismo, espeso, pido, espero el nombre… (pág. 47)
Otros ejemplos notorios de ese primer libro son “Curso” (pág. 17) y “Déjenme” (pág. 27).
El libro siguiente fue Los días, ochenta cuartetos hexasílabos que son el todo de una secuencia manifestada como reflexión sobre la temporalidad, de intenso “aliento fragmentado”, al decir de Ismael Gavilán. Su poder de sugerencia es memorable por la consumada destreza con que las frecuentes aliteraciones, por ejemplo, materializan armónicamente la fugacidad y apuntan a la imposibilidad de la permanencia:
Vientos, voces, vienen.
Voz y viento van.
Hasta dónde irán
con lo que no tienen. (frag., 21, pág. 29).
El rigor constructivo sobresale en este libro que hace de “su riesgo, su apuesta” (I. Gavilán). Riesgo y rigor que son los del tiempo mismo –los días que están, que llegan y desaparecen con igual sigilo–, lo que es decir el tiempo y la edad. De modo nada arbitrario creo que podrían incluso atraerse como una especie de epígrafe de algunos versos de la famosa “Décima de los relojes”, de Rodrigo Fernández de Ribera, poeta sevillano del siglo XVII (décima por mucho tiempo atribuida, como se sabe, a Luis de Góngora):
…
¿Adónde imprimes tus huellas
que con tu curso no doy?
Mas, ay, que engañado estoy
que vuelas, corres y ruedas:
Tú eres, Tiempo, el que te quedas
y yo soy el que me voy.
Otras sentencias que pueden iluminar la lectura de este reciente libro (y sin duda bien conocidas por el autor) se me han hecho presentes en este recorrido por su poesía. Las registraré brevemente porque he podido verificarlas una a una en este propósito estimativo. Una de ellas se lee en el prólogo de Vicente Huidobro al libro único y fundamental de Luis Omar Cáceres, Defensa del ídolo, de 1934, al señalarlo como un poeta que “oye en profundidad, no solo en la superficie de las apariencias”: oír en profundidad es aserto que se confirma paso a paso en Voz en camino.
Asimismo, sus poemas me recuerdan con mucha frecuencia la esencial caracterización de este quehacer que debemos al gran poeta portugués Fernando Pessoa, cuando escribió lo siguiente a uno de sus compañeros de la revista Orpheu, en 1915:
Llamo insinceras a las cosas hechas para asombrar, y a las cosas, también –fíjese en esto, que es importante– que no contienen una fundamental idea metafísica; esto es, por donde no pasa, aunque sea como un viento, una noción de la gravedad y del misterio de la vida.
Roberto Onell, conocedor eximio del pensamiento y de la obra del poeta de los heterónimos, como sabemos, le es igualmente fiel en el cumplimiento de esta conducta. El primer y hermoso poema de Voz en camino, “Apuntes para caminar”, ilustra inmejorablemente esa lección: vivencia de la incertidumbre y lucidez de la mirada sobre el mundo y el tiempo.
Insistiré en la mención de dos notas que me parecen especialmente significativas: la primera me la sugiere su poema “Secreto amor (otra vez)” (págs. 31-32), que de primera intención pareciera ser parte posible del corpus propio de la poesía amorosa; pero no ignoramos que un poema siempre, o casi siempre, dice o puede decir otra cosa, como se advierte en la lectura de las varias secuencias que constituyen el mencionado poema, pues se despliega en él –con sibilina y misteriosa expresión– un inquietante cruce de amor y de muerte. Pienso también en el poema titulado “El 11” (págs. 40-41), que configura y abre un espacio de terribilidad para todo chileno. Y sin embargo, no hay en él absolutamente nada vociferante, imprecatorio u obvio. Me parece ejemplar en una plena dimensión de su decir: el que quiera escuchar, que escuche.
Sutileza y verdad de la palabra poética es fórmula que describe bien, a mi modo de ver, esta figura, cuando se alcanza con plenitud en un poema la irradiante fusión de la experiencia de la vida y la experiencia de lenguaje.
4 Poemas de "Voz en camino" de Roberto Onell H.
En 13 Mirlos, 13 de agosto 2021
El 11
Nombre y número, tú, mi día duro,
mi detenido día duradero
que me miras pasar, tú, entretejido
en un idioma que no sabe aún
cómo nombrarte, cómo silenciarte,
la garganta gastada, el nudo nuevo,
es así como vuelves a llamarme,
a amanecer primero que mis ojos
que otra vez te contemplan ser y estar:
amanezco debajo de tu manto
invisible y tatuado de siluetas
y estriado por los gritos sin aliento
de tantos días dentro de tu día,
y me caigo a un rumor de fojas cero.
Porque no sé si ondea o es que tiembla
la palabra septiembre con sus hilos
desenvueltos, deshechos, sus colores
resueltos en un luto antiguo: rojo
de costra seca, azul de noche oscura
y un blanco de mortaja inexistente
y de estrella extinguida, y la palabra
bandera, que se cansa, vieja, porque
la palabra país se le confunde:
velos, pañuelos, trapos abusados
que en tu manto se vuelven a extender
y se vuelven a revolver, rotando
cansados pero inagotables, como
punto muerto que sin embargo late.
No. Demasiado día. Demasiada,
ensalivada, iluminada boca,
¿hacia quién vas, a quién recibes, qué es
lo que descubres? ¿Nada? Eres porfía
de alguna luz que se desvaneciera
de tanto hacerse fuerza. Demasiado
día es el día que eres, demasía
de denominaciones que tropiezan,
lengua sin voz, la boca toda nombres
que mendigan la voz del otro día:
no del ido, no del que viene, no
de la perpetua procesión adónde,
sino del inaudible día tuyo
que gesticula en ti, a la sombra, solo.
No: yo me he detenido junto a ti,
ensordecido por iniciativas
de una ciudad que no se escucha, bocas
parecidas en las respiraciones
sordas, y en la mudez que nos hermana:
silencio que puntúa nuestro paso,
nuestra voz y la lengua que aprendemos
sin querer, sin saber o sin poder
(y sobre todo sin poder). Yo, arriado
sin querer junto a ti, junto a la luz
que se queda dormida o que se enreda
hoy en ti, desde ti, otro trapo vivo
yo: viento y rama, remolino abierto
de preguntas que inhalan otra sombra.
¿Desde dónde hasta dónde duras, día?
¿Cómo es que hay tanto día en caravana
mientras palpita el círculo de espectros?
¿Cómo es que ves pasar la fuga, cuando
en ti la ronda exhala y no se extingue?
Yo me quedo mirándote, y me allego
para arroparme con tu manto, palpo
aquí en mis sienes la Ciudad Oscura,
el lloroso vacío aquí en mis ojos
–mis dos emancipadas cicatrices–
y aquí en mi corazón un nombre mudo
que dura, y solo. Y lávame tu rostro
y deja que me rinda en mi palabra
solo, y esperar aquí un lucero solo.
Secreto amor (otra vez)
1
Otra vez llego tarde a nuestro encuentro,
otra vez traqueteo en esta huella
donde otra vez me allego tarde y casi
desfigurado con ciudadanías
diurnas, de papeles, de palabras,
y me sigo tardando, y voy detrás
de tus brazos, husmeando besos, sombras
de besos, o quizá tu olor tardío,
tus huellas en el aire de este tiempo
en que me tardo, en que otra vez no vuelvo
amor aquel amor, en que no beso
ni veo, en que tan sólo yo me escucho
una canción que cantaba de lejos,
de lejanía escondida aquí dentro.
2
Te miro como si te acariciara,
como si con mis ojos entreabiertos
reconociera tu latir antiguo,
tu aliento en la espesura de una noche
que me mira, interpuesta, acostumbrada.
Así te miro yo, desconocido
de pronto, de mis manos, mis pupilas,
como si oyera en mí crecer tu sombra,
acompasada, protectora. Pero
no me mires así, tan lejos, como
si no me vieras o no me llamaras;
vengo a buscar tu abrazo para todo
lo exonerado, lo cuantioso mío
y que demora. Y yo te miro, espeso.
3
Demórate en mi rostro ahora tú,
contempla su dibujo de árbol raro,
aloja en su ramaje tu mirada
y olvídate en sus surcos otra vez.
Perdóname, te ruego, simplemente
los días de silencio disfrazado
de deberes, perdóname este ruego
de entretiempo impuntual y de hojarasca
(porque bajas desnuda, sin secretos,
porque ése es el misterio despeñado
junto al tiempo que cae de rodillas),
y dime de una vez qué espera es ésta,
qué madrugada y lejanía tantas
y hazme llorar entonces, otra vez.
Still life
El verdugo tictaquea en su pared
gotas de una extraña lengua con mi sed.
En casa
Nada grave, en verdad: dos voces
crecieron pronto para el roce
único, un puro golpe, y rasgan
el aire seco las dos costras
que volaron, que no se buscan.
Pero en el desencuentro crecen
juntas las manos, municiones
históricas, y oían qué
esas orejas que sangraban
y que no oían que no oían.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com
Para una presentación de "Voz en camino", de Roberto Onell H.
Ediciones Santiago Inédito, Santiago, 2020, 76 páginas
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