La poesía de Rocío Cerón habla desde una materialidad extrema, sustantiva. Así se entiende la brevedad del título, Basalto, como una poética de la materia: presencia que se torna evidencia en la momentánea verticalidad del mundo y sus formas.
Compuesto por cinco secciones: “Soma”, “Vesania”, “Sabara”, “Vacío”, más la que encabeza y da título al conjunto, Basalto es un todo hecho de multiplicidades, un libro cuyas voces y estructuras se expanden y contraen siguiendo las leyes del ritmo y la sintaxis pero también, y por decirlo así, como escribiendo al dictado de algún fenómeno mineral u orgánico. Cada sección es un poema extenso integrado por versos largos y frases mínimas, de dos o tres vocablos, cuyos desplazamientos crean estructuras de sentido y sonido —arbóreas o en sincopada espiral—: palabras que viven como imágenes y son elemental sustancia, materia corporal o naturalidad geológica.
Rocío Cerón
No nos extrañe entonces la fascinación de la autora por las palabras imán, aquéllas extraídas mediante un trabajo de espeleología verbal justo ahí, donde el sustrato de la lengua se conserva aún como naturaleza obscura, abisal. Y si a veces la escritura de Basalto se torna impenetrable, es por cercanía y contagio de dicho sustrato, nunca por un afán de hermetismo trascendente. Se trata así de una escritura en donde la revelación sólo es posible como evidencia, como transparencia extraña a cualquier realidad abstracta, sublimada. Una escritura densa y aérea, corporal y material, gracias a la cual Rocío Cerón ha escrito, a mi juicio, uno de los libros más significativos y personales entre la generación de poetas jóvenes a la que ella pertenece.
No faltará, sin embargo, quien le reproche a Rocío Cerón esta obscuridad en sus poemas, es decir, que desapruebe —una vez más— la dificultad de un lenguaje poético que se priva de asideros previsibles para entregarnos, en cambio, la magia del hallazgo poético obtenido gracias a una exigencia máxima del lenguaje. En efecto —subrayemos— la densidad formal de Basalto se explica no sólo como el fruto de una disciplina personal, de un rigor poético asumido como actitud; se explica también como la máxima exigencia que el lenguaje poético se impone a sí mismo. En este sentido, no es poco lo que Rocío Cerón ha logrado con este libro.
Por un lado, ha quedado patente esa disciplina que Basalto expresa como un amor por el idioma. Se trata, es cierto, de una actitud, de una estrategia. Asimismo, en Basalto emerge algo que se sitúa un paso más allá de la pura estrategia, de la mera administración de nuestros deseos y talentos. Me refiero al momento en donde el lenguaje del poema encuentra su propia lógica, es decir, su sistema analógico de levitaciones y contrapesos, fraseos, contrapuntos, sombras o súbitos destellos: ese momento en donde cuenta no sólo la voluntad de expresión del autor sino, sobre todo, la sensibilidad y la disponibilidad de éste para oír lo que el lenguaje en el poema quiere decir y dice. Así, el rigor y la disciplina de Rocío Cerón pueden verse como la autoafirmación de un temperamento poético; por el contrario, en su disposición para atender las exigencias del lenguaje no hay interferencias personales: se busca, antes bien, registrar el carácter, el temperamento del lenguaje o del poema mismo.
En este rasgo de la autora de Basalto creo encontrar la raíz de una poesía naturalmente reacia, difícil, cuya oscuridad nada tiene que ver con el artificio, con la tortura de un lenguaje sometido a los ejercicios de una disciplina de la ingenuidad sin talento, ventrílocua de una retórica prestigiada por temas y vocablos de suyo poéticos.
Así, es verdad que en Basalto hay un temperamento impersonal, por paradójica que parezca esta expresión. Una poesía a la que, imagino, más de uno le reprochará culpándola no sólo de obscura sino, también, de fría y abstracta: impersonal. No obstante, gracias a esto Basalto posee una voz efectivamente propia, una voz que —como alguien dijo de la buena poesía— ha dejado la iniciativa al poema.
De este modo, oigo y leo en Basalto un ritmo y un tono sostenidos, limpieza de lenguaje y un trabajo formal riguroso. Se trata, en efecto, de una poesía sin sentimentalismos ni patetismos, que habla de una materialidad extrema, seca —¿cómo no encontrar ahí la razón del título?—, que no le teme a la frialdad de la poesía que ama las formas.
Si buscamos antecedentes, podríamos pensar quizá en Coral Bracho, a quien Rocío Cerón ha leído sin duda; sin embargo, Basalto bien podría ser la imagen contraria de El ser que va a morir: frente a lo orgánico, lo mineral —lo descarnado hasta parecer inhumano. Ahora bien, Rocío Cerón comparte con Coral Bracho el desarrollo, la práctica de una escritura encaminada a la manera de un proceso natural, ya sea biológico o geológico, mineral.
Por otra parte, debido a esa obscuridad Basalto pareciera afectado por las tentaciones de una poesía hermética; sin embargo, hay que repetir que se trata de un hermetismo sin trascedentalismos, más cercano, por dar ejemplos, a un Jorge Cuesta que a cualquiera de los practicantes del versículo sacramental. Dicho de otra manera, no existe en Basalto el deseo de que tal característica se lea con ojos predispuestos a la revelación: su hermetismo es formal, como será siempre el de un Lezama Lima, más sibarita que santo.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com
"Basalto" de Rocío Cerón
Ediciones sin nombre, México, 2002.
Por David Medina Portillo
Publicado en "intemperie", N°16, mayo 2002