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RATADA
Rosabetty Muñoz. Santiago: LOM Ediciones, 2005. 77 páginas.

Roberto Onell H.
Pontificia Universidad Católica de Chile
Anales de Literatura Chilena N°7, Santiago, Diciembre de 2006


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El trabajo poético de Rosabetty Muñoz (Ancud, 1960) se ha dado a conocer tanto individual como colectivamente. A sus poemarios Canto de una oveja del rebaño (Santiago: Ediciones Ariel, 1981), En lugar de morir (Santiago: Ediciones Cambio, 1987), Hijos (Valdivia: Ediciones El Kultrún, 1991), Baile de señoritas (Valdivia: Ediciones El Kultrún, 1994), La Santa, historia de su elevación (Santiago: LOM Ediciones, 1998) y Sombras en El Rosselot (Santiago: LOM Ediciones, 2002), se suma su aparición en diversas antologías de autores nacionales y del idioma en general, como Un ángulo del mundo (Santiago: RIL Editores, 1993), Veinticinco años de poesía chilena (Santiago: FCE, 1996), Antología de poetas chilenas (Santiago: Dolmen Ediciones, 1998) y otras. Un trabajo que ha recibido además diversos reconocimientos, como el Premio Pablo Neruda (1996), la Beca Fundación Andes (2000), el Premio Consejo "Nacional del Libro y la Lectura por Sombras en El Rosselot, entre otros. En general, la escritura de Muñoz tiende al poema breve, de media carilla o menos, más bien prescindente de la puntuación y de rigurosidades métricas. En el tono coloquial, lo suyo no es el extremo de la palabrota ni del argot de barriada, sino otra veta de la poesía como habla: voces episódicas de unas vidas mínimas, a menudo en escenarios puntuales: un dormitorio, la silla junto al brasero, las ramas de un árbol, el salón de un prostíbulo, un patio de casona, la orilla de un camino. Tal como se desprende del texto de Naín Nómez en la contratapa de este nuevo título, en la poesía de Muñoz discurren habitantes rurales del Chile sureño, que actualizan creencias ancestrales en su participación del mundo y, de hecho, esta autora gusta de subrayar, junto a otras voces poéticas, su condición insular y específicamente chilota; pero, en general, hablan mujeres maltratadas, niños que contemplan a hurtadillas escenas de adultos, prostitutas sufrientes y, en fin. seres humanos que están lejos de protagonizar la gran marcha de la Historia, y cuya marginalidad relativa les presta, paradójicamente, una permanencia de aparente intemporalidad: la penumbra aledaña a las luces de la vida social. Buen ejemplo es el justamente antológico poema "Castidad", de Baile de señoritas. A continuación, me detengo en los momentos a mi juicio más relevantes del breve Ratada y. enseguida, ofrezco una valoración global.

"Mi madre dice que cuando uno tiene una pena muy grande o mucho miedo, se le llena la cabeza de piojos. Ella lo ha visto: Todos esos bichos están dentro de uno, eso dice" (5). Un epígrafe en prosa que se nos plantea, por anónimo, como antesala, a medias ficticia, a medias real; una oralidad que nos previene: el mal aloja en nuestra intimidad, el infortunio personal tiene consecuencias exteriores... Los treinta y cuatro poemas, numerados en arábigo, traman y cuentan una historia; sus títulos, todos entre paréntesis y con iniciales en minúscula, son silenciosas claves de lectura, como señalizaciones de disposición anímica y vocal, solo para un lector que leerá ante un auditorio. A riesgo de anular parte de la sorpresa en los lectores de Ratada, diré que es la historia de un poblado sin nombre que padece la amenaza y, más temprano que tarde, el ataque de una plaga de ratones. Es un "pueblo de mierda" (9) donde no hay indicios de catástrofe, y que quizás por eso mismo está cercado por el propio "olor de la desgracia" (17): fornicaciones, asesinatos, adulterios, amores extraviados, "odio endurecido" (21); para más señas: '"agonizan jovencitas y niños muertos nos sobrevuelan" (27), "ofrecemos el costado"' (33). "cenizas de amores anémicos caen en silencio sobre el pueblo" (37), "vulgaridades en tropel" (69). He aquí, completo, mi mejor poema, el 18, "(se encabrita el miedo)": "Si la pasión no gobierna. / sí no es el cometa ardiente que nos ciega. / entonces, el bienestar: / un sarro en el alma. //La mirada cae en escamas / y un moho apenas perceptible / se acumula en la juntura de los dedos. / Sudamos este mal. / Nos humedece las palmas / mientras se encabrita el miedo / anunciamos el zarpazo." (41). Tras este tenso espacio meditativo, climax dramático, se enuncia que la palabra está "dispuesta a retener este mundo en descalabro" (45). así estén "entrando las ratas" (55) y también el olvido. Con todo, el mal es más fuerte: el último poema se inicia: "Crucé la plaza atormentada. / Ninguna huella de la santa. Hasta las ratas huían / del temporal en pleno aumento" (73). Comprendemos: el infortunio excede no solo la resistencia del pueblo e incluso el perjuicio de las ratas mismas, sino también el poder revelador del lenguaje testimonial. La autora cierra el libro con un "índice" y agradecimientos a algunos seres queridos.

Decir impotente, impotencia decidora: desgracia sobreabundante. Despertada al mundo por la pena o el miedo de cada uno de sus habitantes, la plaga de roedores asuela sin misericordia esta aldea universal, y sin que se atisbe el advenimiento de un solo flautista salvador. El epígrafe de esa madre se cumple como profecía; acaso Ratada no sea sino una colección de bichos nacidos desde... ¿dónde? Como fuere, lo importante es que son criaturas vivas: poemas hablados por personas. Los latidos son audibles; el paisaje es visible en la confusión de la batalla. Otra vez hallamos esa condición episódica de la escritura de Muñoz: piezas de un rompecabezas que se corresponden y convocan, aquí, como lloros de una sola elegía. No obstante, me parece que esa misma fragmentariedad pierde gravitación al extremarse, pese a la brevedad del tomo, en una tendencia a la dispersión. El mayor peligro, consumado en varios pasajes, es la volatilización de la palabra; la necesidad concede terreno a la contingencia, para exhibir trozos, lo lamentamos, sustituibles entre sí: tal poema podría haber procedido también de otro modo. Estamos de acuerdo en que la excelencia de un poema, y obra de arte en general, no se define por su extensión, sino por su poder de revelación de un mundo inconmensurable que sin embargo aloja en él; en el mejor poema, nada falta ni sobra; esa forma y no otra es la suya. Si medimos Ratada con sus mismas varas altas, como los poemas 8 y 18. ejemplos de desnudez y elipsis, el resultado es aleccionador. ¿Esencialidad, estoicismo, amordazamiento? ¿Haiku. copla, graffiti? Todo eso: nada de eso. Un rigor mayor, en aras del drama que debe ser vivido por el lector, y en aras, por qué no. de una mayor diferenciación de Rosabetty Muñoz respecto de otros nombres de la poesía chilena de la década de 1980. Por otro lado, y afortunadamente, este poemario no presenta un exceso en la dimensión referencial del lenguaje, según el cual varios y varias colegas de Muñoz dan giros en banda, con las referencias del día, por el panfleto y la arenga partidista; esta autora deja y hace brotar su verso desde capas más profundas, más presentidas, y su innegable lucidez es más conquistadora que persuasiva. En suma, Ratada confirma lo que ha venido mostrando Rosabetty Muñoz y nos hace quedar bien dispuestos, a la expectativa de algo más.




 

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