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Crónicas Maravillosas

(Premio Casa de las Américas 1996)

Tomás Harris

 

 

 


CRÓNICAS MARAVILLOSAS

(fragmentos)

Muy alto, apenas visible,
................ un ave marina
................ sobrevuela el mar
................ con sus alas inmóviles.


YO SOY EL ALMIRANTE ANTONIUS BLOCK
................ QUIEN LES HABLA


Yo soy Antonius Block, Almirante de esta misión.
¿Cuál era mi misión?
¿Refundar Tebas, la de las 7 puertas y su desvarío,
reconstruir el Almirante Benbow,
con todas sus vespacianas, pipeño bigoteado, indias de bronce,
con sus cascadas impensables de asco áureo-negro, placer y
circular ardor;
emancipar hasta el último intersticio de la ciudad
de los 7 malatos,
de los 7 gorilas albinos
del último deseo de Baudelaire o
cualquier insurrecto, ya fuese indígena,
que así son por naturaleza,
o cristiano enloquecido por las fiebres
o por fingimiento para su provecho;
descifrar el cántico de las engañosas armonías
de las caídas de falsa agua calcárea que se despeñan día y noche,
ambarinas,
por cualquier recodo o desfiladero de Tebas, la de las 7 puertas
predestinadas?
Pero hubo maremotos,
todas las noches la pleamar inversa arreciaba con violencia,
la pleamar se había vuelto los ojos para adentro
peces abisales nadaban en la redoma de su cráneo,
estaba loca la pleamar,
no quería ver su cuerpo aurificado
echado a brillar el engaño sobre los riscos y las rompientes,
le dijeron que era una india,
que era una india azul y plácida
que lamía en la costa la ensoñación de los amantes,
que ése era su castigo por ser la india de los 7 mares,
aventar el engaño como polvo de oro y dar, así,
contra su voluntad, la muerte a los navegantes
y como nosotros caímos en el castigo de su engaño
y de todos los engaños de este orbe,
varó el Rachel errante frente a la isla de Jamaica,
en su constante búsqueda de hijos perdidos,
nada pudo el Almirante,
su propio cuerpo era ya una carcaza resquebrajada
por las traiciones,
ni Diego, ni Hernando,
ni el delirante Malcolm Lowry de Chiguayante,
ya a punto de desvanecerse para siempre
de toda relación por olvido o náusea,
que traía las instrucciones del Rey Fernando,
el peor nacido de la Corte de la Nada y los Otros Espejos,
de la Cohorte de la Nada y Otros Azogues,
tatuadas en los enfebrecidos hemisferios de su opacada mente;
ahí quedaron, varados,
cabresteando el Rachel en las vagas admoniciones de la mar,
la tormenta y la noche,
haciéndonos los adioses
con el fluorescente pañuelo de seda de Kirilov,
desde la cofa a ras de mar, enloquecidos, tristes, febriles,
hombres un poco vivos y otro poco muertos,
zarandeados por la nube calcárea del destino
de lo poco de humanidad
que va quedando al borde de los fiordos de Sudamérica,
dando voces contra el viento desde los cabrestantes.

 


¿DÓNDE ESTA LO REAL?

¿Dónde está lo real?, me preguntaba yo, Antonius Block,
Almirante de esta misión,
frente a esta especie de costa ojival y dorada.
Junto a mí, Alvar Ñuño Cabeza de Vaca y González de Nájera.
Tras nuestros 3 cuerpos irguiéndose deshilachados,
que más parecían enormes velas negras que cuerpos,
se mecían convulsionadas nuestros naos,
la Juana-Guy y el S.S. ACHAB.
El Rachel había varado frente a la isla de Jamaica como ya dije,
en el Rachel iban en un cofre todos los libros,
los discos que como el gran Cronopio llevábamos a la isla,
Assenssion de John Coltrane,
Perdido de Charlie Parker,
Travelin All Alone, cantado por Billie Holliday, la zombie,
Carretera a Chile de Jimmy Hendrix,
mártir de las 60 esperanzas,
las grabaciones,
los códices,
el oval retrato de Aurelia,
el último astrolabio del mundo
y los cien galones de Ron con Cacao
que donó para la expedición Don Beto,
dueño y señor del Almirante Benbow.
Entre mis manos sólo tenía un cofre,
un cofre nacarado sobreviviente de la muerte,
era como el cofre rilkeano,
se le parecían o eran idénticos
todo cubierto con todo clase de pestillos,
pezuñas, barras y palancas
ocultas bajo una lengüecilla
de un material indeterminado,
hierro o epidermis,
que no obedecía más que a una pasión secreta.
No había nada más.
Ni indicios.
Ni una señal en el cielo.
Ni un petroglifo a la distancia, como los de Nazca,
algo, ni una huella de arte como en Lascaux,
sólo pisadas de bestias sangrantes sobre la nieve,
una serpiente roja coleteando al borde,
una iguana ámbar trastabillando al vórtice,
un risostoma pulmón en ascuas al maelström,
a punto de abismarse
fuero de los cascos del Juana Guy y el S.S. ACHAB
tras nuestro,
como en una marina pintada por Hieronimus Bosch,
en esas aguas veteadas y aborrecibles.

 


LA FIGURA VESTIDA DE MAGENTA

Entonces, yo, Antonius Block, Almirante de esta misión, caí de rodillas sobre la arena
y me cubrí el rostro con ambas manos.
No sé cuánto tiempo transcurrió, pero me atisbaban.
Algo, alguien, entre las escolleras y los rompeolas me atisbaba.

Abrí los ojos y miré hacia el sol
que comenzaba a despuntar sobre la superficie de la bruma
jironeado de mar.

Sentí el batir de unas alas,
el sutil batir de algo como alas.

El Nostramo cruzaba el cielo plomo
salpicando carne y sangre.

Alvar Ñuño Cabeza de Vaca y González de Nájera dormían.
Habían vaciado sus sendas botas de cuero
de ron con cacao.

Los cascos de la Juana-Guy y el S.S. ACHAB,
a mis espaldas,
lentos, con el ritmo de los barcos fantasmas,
se mecían.

Volví a sentir el batir de algo como alas.
Entonces me volví.

Había una figura completamente vestida de magenta.
Su rostro era muy pálido y ocultaba sus manos
bajo los pliegues de una capa.
Debía ser una ensoñación producto del refractar de las aguas
ya descritas.

Los edificios de Tebas, la de las 7 puertas, terminaban de asomar
bajo esas porosas aguas
como arcaicos fósiles de plesiosaurios humeantes.

Un ave marina continuaba sobrevolando el mar,
a lo lejos,
graznando.

Entonces yo, Antonius Block, como un niño de pocos años,
refregué mis puños sobre la delgada piel que recubría mis
párpados
y recién, ante el santo sudario de la pantalla, los abrí.

La figura continuaba frente a mí.
Su rostro era muy pálido.
Estaba completamente vestida de magenta.
Ocultaba sus manos bajo los pliegues de su amplia capa.
Debía ser una ensoñación causada al probar
de esas aguas corrompidas.

Mientras la miraba, inmóvil, hierática sobre la arena,
una abeja comenzó a zumbar en mis oídos.

 


EL DESAFÍO

¿Quién eres tú?
Soy la Muerte.
¿Vienes por mí?
Hace ya mucho tiempo que navego en tus barcos
y camino a tu lado.
Lo sé. He oído abejas.
Podrían ser moscas.
Lo mismo da.
Estas listo.
Yo, sí. Pero mi cuerpo teme.
Es lógico. El cuerpo siempre teme.
No es para menos:
mira los empalados,
mira los crucificados,
mira los desollados,
mira esos neonatos revolviéndose en sus placentas
en esas bolsas de nylon negras,
mira esas putas tajeadas,
mira el Nostramo entre las nubes
desaguando su roja baba de ácido y las visceras del Otro,
miro toda lo carne chamuscada y el humo aventado
aún perfumando la costa...
¿Tú juegas ajedrez, no es cierto?
¿Qué te hace suponer tamaño huevada?
Lo he visto en los cuadros y lo he oído en infinidad
de canciones y leyendas.
Eso era antes,
cuando había cuadros y canciones y leyendas.
¿Qué juegas ahora?
Juegos de Guerra
en el video game de mis dominios.

 

 

LOS 7 GORILAS ALBINOS

Entonces aparecieron 7 gorilas
los 7 gorilas eran albinos,
eran tas últimas especies sobrevivientes
en la desolada Sudamérica,
estaban protegidos por la Séptima Enmienda,
gruñían,
para espantar,
se hacían la paja como si éste fuera a ser
el último día del Universo,
de sus humeantes hocicos les chorreaba una sangre espesa,
casi coagulada,
esta sangre caía sobre
7 enormes baberos que les cubrían el pecho,
en dichos baberos estaba pintada la Eternidad,
al óleo,
el pintor debía ser un artista anónimo destas tierras del diablo,
ya que la Eternidad pintada
en los baberos sangrientos
esta representación de la eternidad
no llevaba firma alguna ni huella del desconocido artista,
nunca supimos si era indio o cristiano,
o mezcla de ambos,
los 7 gorilas albinos corrían describiendo
un círculo,
una elipse,
como las que describía en el pútrido cielo destas tierras
el Nostromo en su paso sangriento de fantasma;
deben ser distintas representaciones
de este puto cubo del Mundo, pensé yo,
Antonius Block, Almirante de esta misión;
nunca lograrán ponerse de acuerdo al respecto.

 

 

EL PAÑUELO DE SEDA DE KIRILOV

 

Nos mantuvimos inmóviles en medio de los círculos,
de la elipse que describían los 7 gorilas albinos
en sus desaforados movimientos,
estos movimientos podrían haber sido un baile ritual
aprendido de paganos,
uno de los gorilas llevaba
el ritmo con unas maracas rojas,
de latón, pintadas a brocha gorda con sangre,
con ellas golpeaba el pavimento
con una furia creciente,
abría grietas en el pavimento ardiente de las cuales manaba
una sustancia pestilente,
fétida a formol,
rezumante a adrenalina,
los baberos salpicaban sangre
sobre los edificios en derruición,
todo se iba haciendo rojo en sus bailes rituales,
los semáforos,
las acequias,
las gárgolas a neón,
entonces pude ver al que llevaba el ritmo,
era de un tamaño mayor que los demás,
gruñía más fuerte que los demás,
aventaba más sangre que los demás,
pero eso no era todo,
nunca algo terminaba de ser todo en estas tierras del horror,
el gorila mayor llevaba atado al cuello
el pañuelo de seda de Kirilov
con el que nos despidieron aferrados a los cabrestantes
los únicos sobrevivientes
al varaje del Rachel frente a las costas de Jamaica
la noche abisal de la maldita pleamar inverso.

 

 

LA FUENTE DE LA DONCELLA

Y aparecieron cuatro perros sobre el prado de grama
que refulgía bajo el sol,
eran cuatro perros corsos,
sus belfos babeaban como los perros de Pavlov
en los libros del colegio,
yo corrí, pero mi falda era muy angosta y me impedía
hacerlo más rápido,
los cuatro perros no gruñían ni ladraban,
hablaban como Cipión y Berganza,
los perros guardianes
del Hospital de la Resurrección,
que está en la ciudad de Valladolid,
fuera de la Puerta del Campo,
esos perros a quienes llaman comúnmente de Mahudes,
aunque al principio lo que salía de sus belfos parecían ladridos
eran sonidos articulados,
-cosita- me decían -venga a mamarnos, mijita-
como la falda me molestaba me lo saqué y
así pude correr más rápido,
pero más adelante había un bosque y
tuve que adentrarme en él,
era un bosque de castaños
y las espinas me llagaban
la pátina de bronce de mis pies,
iba dejando un reguero de sangre que los perros olían
y les facilitaba la presa, yo,
entonces hablaban los perros
con más furia con más baba,
-Laura Palmer-, me decían,
-mira lo que nos cuelga por acá,
ahí fue cuando pensé si había hecho algo malo en mi vida,
supongo que nací mala por naturaleza,
pero no podía recordar bien,
después el bosque comenzó a enangostarse
hasta que se hizo
un estrecho sendero,
las ramas de los espinos me rasgaban los muslos,
me enredaban el suéter rojo italiano que me cubría,
entonces sentí la lengua del primero humedecer mis nalgas
también tuve que sacarme el suéter rojo italiano
y tirárselo en la cabeza al perro que iba primero
para que se tropezaran y ganar
distancia,
pero pronto sentí otra vez sus guturales voces
sus escarnios,
-indiecita de bronce-, me decían
-es de miedo con nosotros,
los perros de Mahundes-
el sendero se estrechaba más,
no se veía un claro,
una salida,
esto no es un sueño,
si alguien me ve, esto no es un sueño,
si alguien me escucha, esto no es un sueño,
sólo tengo 14 años
y no quiero morir...

 

 


DE CÓMO FUE CASTIGADO EL MARISCAL DE CAMPO
ALONSO GONZÁLEZ DE NÁJERA

Me atraparon las indios de bronce y
me condujeron por selvas sudorosas
que olían al primer día de la creación.
Me sacaron armadura, malla y calzones
arrojándome al barro,
tal como el Creador me trajo a la vida,
allá en España.
Después, me untaron las manos con una argamasa
que olía a piedra lumbre, ágata o reseda;
desde entonces, todo lo que toco se vuelve mierda.
Las muy malditas indias de cobre
me transformaron en un Midas coprófilo.
Todo lo que toco se vuelve mierda.
Los alimentos, el agua, mis armas,
las piedras, las flores,
hasta el aire, todo se vuelve mierda.
Mi propia tripulación huye de mí,
su capitán,
por miedo a que los vuelva mierda.
También se vuelven mierda
los troncos, las sogas y la brea
que he ido juntando para echarme a la mar,
una vez que la mierda
se reseque y flote y, tal vez,
logre arribar nuevamente
a la Madre Patria de donde nunca debí salir.
Pero ¿cómo haré cuando quiera abrazar a mi madre,
a mi perro fiel, a mi mujer y a mis hijas?

 

 


LA BRUJA I

Estamos medio a medio de un frondoso claroscuro.
Al fondo de la frondosidad del vacío del claroscuro,
una ronda nocturna se desgaja de las tinieblas
como un fuego fatuo, como una aparición, otra más.
La bruja es conducida a la hoguera,
vean,
la bruja es conducida a la hoguera,
una vez más,
lo bruja es conducida a la hoguera.
La escoltan 7 soldados
que avanzan con la lentitud de la peste,
con la lentitud del orgasmo de la muerte.
Ella va sentada sobre la carreta de los brujas,
una vez más, ella va rumbo
a la hoguera sentada sobre
la carreta de las brujas,
con una cadena de hierro alrededor de los brazos
y el rostro levantado hacia el cielo.

 

 

LA BRUJA II

Veo que te han hecho daño en las manos.
(La bruja vuelve su rostro de niña a la pantalla y niega con la cabeza)
Yo puedo ofrecerte alguna cosa para calmar tu dolor.
(La bruja vuelve su rostro de niña a la pantalla y niega con la cabeza)
¿Cómo te llamas?
(La bruja vuelve su rostro de niña o la pantalla y niega con la cabeza)
¿Qué edad tienes?
(La niña vuelve su rostro de bruja a la pantalla y sonríe)
-14.

 

 


LA BRUJA III

Dentro de las fulguraciones de luna del claroscuro
los soldados tiran de las cadenas de hierro,
los soldados arrastran las cadenas de hierro sobre la piel de la bruja
la cabeza rasurada de la bruja brilla en el claroscuro
la bruja reluce como una santa al centro del claroscuro
la luz de la luna ilumina la faz de la virgen
su boca que se abre como el grito de Munch
su boca que se abre como para recibir la santa hostia
su boca que se abre como para besar, suavemente, la luz de la luna,
y yo, Antonius Block, Almirante de esta misión,
le pregunto a su pálido rostro de espejo;
-¿Es cierto que has tenido comercio carnal con el demonio?
Ella inclina el espejo de su rostro sobre los harapos de su pecho.
-¿Es cierto lo que ellos dicen
que has tenido comercio carnal con el demonio?
-¿Por qué insistes tanto en hacerme esa pregunta, Almirante?
-Quiero encontrarlo yo también,
-¿Por qué, Almirante?
-Quiero preguntarle sobre Dios. Si existe, él debe saber más que nadie sobre Dios.
-Puedes encontrarlo cuando tú quieras, Almirante.
-¿Cómo?
-Bastará que hagas lo que yo te diga.
-¿Qué debo hacer?
-Mírame a los ojos, Almirante.
-Solamente veo en tus ojos el miedo que anida en estas tierras.
-Entonces, ¿no lo vez, Almirante?
-No.
-Vuélvete, es posible que se encuentre a tus espaldas.
-No hay nadie.
-Está conmigo en este baldío sudamericano, y eso es suficiente.

 

 


EL DESTINO DE ANTONIUS BLOCK, ALMIRANTE DE ESTA MISIÓN, REFERIDO POR ÉL MISMO

Mi destino está varado en la bola de cristal deste puto cubo
con la forma extraño de un continente
que va adelgazando su configuración hacia lo blanco,
ese antártico blanco que enamoró a mi padre.
Mi destino me lo mamaré sólito,
fétido, borracho y sin alma,
con la peste del deseo,
con la peste de las ganas,
con la peste de los sueños,
que empollarán cascadas de
ratas armónicas que se desparramarán
por los corredores del cerebro de Torquemada,
de Francisco de Bobadilla,
del obispo Landa,
de Fantomas, el Señor de Rais,
de todos los verdugos destas tierras,
esos brontosaurios de acequia
que me tiraron como la mierda encima
sus siglos de puta mayéutica,
mientras me rapaban y me incrustaban
voces, palabrejas, ecos falsos
en los hoyos de las orejas,
y me ponen esta peluca rubia
y este vestido blanco,
mientras me susurraban babeantes
en los hoyos de las orejas, Belle de Jeur,
y me tiran más pelotones de mierda,
y Dios no es otro que Buñuel en su silla plegable
plantada en una calcárea superficie de Tebas, la de las 7 puertas,
clausuradas a mí para siempre.

 

 

 


Y YO CONTINUARE AQUÍ
CON MIS MANOS LLENAS DE HUESOS
OYENDO ZUMBAR LAS ABEJAS
QUIZÁS PORQUE NO ME HA LLEGADO LA HORA
O PORQUE AÚN ME QUEDA ALGO
POR HACER
EN TEBAS, LA DE LAS 7 PUERTAS
Y SUS 7 INCÓGNITAS,
PERO NO SÉ LO QUE ES

 

 


 

 

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Tomás Harris: Crónicas Maravillosas.
(Premio Casa de las Américas, 1996)