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REITERAR LA FORMA DE LO INASIBLE:

Una mirada a la poesía de Tomás Harris

por Soledad Bianchi
en Aerea, Nº1, año 1, octubre de 1997

 


Una mañana de 1983, en Boesse, un cartero francés me llevó un sobre grande que venía desde Concepción-Chile. Adentro, el manuscrito de Zonas de Peligro, el mismo que volví a mirar, ahora, y que regresó, también, conmigo, desde el exilio. (Entonces, ¿qué duda cabe?, recibía más publicaciones y noticias de los poetas chilenos que, en la actualidad, en Chile).

Leer ese inédito fue transitar por una ciudad, dos veces distante del pueblito campesino francés, casi deshabitado, con su iglesia del siglo XI, y su lavadero público y medieval. Lejos estaba Concepción, sin embargo su recorrido por Zonas de Peligro me llevó a conocer a Tomás Harris, y ese texto, el primero que yo le leía. De inmediato Zonas de Peligro me atrajo a su mundo, escritura, obsesiones, particularidades... Leer ese manuscrito (me) significó descubrir una de las construcciones poéticas más interesantes y novedosas de la literatura producida con posterioridad al golpe de estado, donde se encontraba uno fuerza poco frecuente en los escritos de esos años que no siempre sabían conciliar la violencia, que muchos aludían, con un lenguaje que la expresara no sólo en su vocabulario. En Zonas de Peligro, esa fusión era indudable y armoniosa.

Algo más tarde, pude venir a Chile, y a Concepción. Entre las muchas emociones, recuerdo una mesa-redonda donde debíamos hablar de poesía y ciudad. Allí, a pesar de referirnos a Zonas de Peligro, Marta Contreras y yo citábamos distintos epígrafes o no coincidíamos en los nombres y número de poemas: después del primer desconcierto, concordamos que aludíamos a textos diferentes.

En efecto, del manuscrito de 1982 a la publicación de «Cuadernos Lar», de 1985, hubo variaciones. De este modo, en sus mudanzas, Zonas de Peligro inscribía en su factura algunos de los problemas con que se enfrenta el poeta en Chile: frente a las estrecheces económicas, editores y autor escogieron un libro distinto, más breve, de menos páginas..., pero que existiera. Que existiera, a pesar de su precaria realidad: así, a los obligados escasos ejemplares de todo tiraje de poesía, se agregaba su condición provinciana que lo volvió casi inexistente para nuestro centralismo santiaguino. A mi parecer, injustamente olvidados fueron, entonces, Tomás Harris, esta obra y sus publicaciones posteriores: Diario de navegación (1986) y El último viaje (1987), concebidas como piezas de un tríptico, que sería completado con Viaje al corazón sangriento de Cipango, proyecto unitario y abarcador, cuyos antecedentes arrancan de Zonas de Peligro, trabajo inaugural de Harris sobre Concepción, para él provincia hispanoamericana inaugural, vista e «historiada» desde su pre-historia: «Orompello data del Paleolítico Superior de la ciudad».

«La retórica es el fragmento la parte», se reitera, y, así, el espacio penquista, sus calles, sus lugares, podrían ser cambiados e intercambiados por cualquier otro «barrio sudamericano». También pueden deslizarse otros sentidos por los vacíos, los huecos, que interrumpen los versos y que se desplazan a la estrofa, moviéndose, además, entre los poemas, trasladándose de página a página. Estos movimientos y traslaciones se añaden al obligado tránsito del lector en la lectura que, además, se vuelve doble recorrido a causa del itinerario urbano de estas Zonas de Peligro, uno de los muchos reflejos, aludidos y producidos en estas páginas.

Reflejos, espejos, espejismos, dudas e inseguridades, debilitan certezas, confirmando una ficción, que despliegan. Se expanden y flaquean los márgenes, y las seguras fronteras, con lo inventado: entonces, Concepción se fusiona con Tebas, o una situación frecuente que podemos reconocer, resulta ser teatro, cine, video, grabaciones, tragedia o comedia, con todo su artificio, la hechura, e impedir una posible identificación mecánica con acontecimientos cotidianos. ¿No se nos querrá mostrar, además, que incluso lo más increíble, aquello que sólo acostumbramos a ver en reresentaciones, podría (y pudo) suceder a nuestro lado, a pesar de su violencia extrema o de su extremada inhumanidad?

Pero, el hombre propone y la poesía dispone, y junto con aumentar los pliegues de una obra concebida como conjunto, el largo título del tercer libro se redujo sólo a Cipango (1992), y, con posterioridad, fue acompañado por un cuarto volumen, Los 7 náufragos (1985), el único que quedó fuera de esa suma de la obra de Harris, cuyo nombre responde a la imaginación de otro navegante, el explorador Cristóbal Colón, quien llamó Cipango a ese territorio de fantasía que correspondía o Japón. Cipango-Japón: un territorio de fantasía -tan real/tan irreal- como Orompello, Concepción, Tebas, Catay, Guatemala o Ruando, de los escritos de Tomás Harris; un territorio de fantasía -tan real/tan irreal- como Antonius Block, Billie Holliday, el sueño, John Coltrane, Charlie Parker, la pintura, Fresia, las películas de serie B, el jazz, los mendigos de Murillo, El Séptimo Sello, Malcolm Lowry de Chiguayante, el juego, el delirio, Alvar Ñuño Cabeza de Vaca, el cine, el alcohol, la literatura, Don Beto, los discos, la muerte, la música, el miedo; territorios todos de las obras de Tomás Harris; de la obra, toda, de Tomás Harris.

Todo proyecto es un sueño, y mientras Tomás Harris, porfiado, inagotable, continuaba con su escritura, y seguía concretando su proyecto, construía un universo poético propio que tomaba forma, existía; y, hoy, ningún lector de la poesía chilena actual puede negar la fuerza, concreción y original autonomía del espacio poético de los textos de Harris, textos que se asemejan y se diferencian entre sí, autónomos y dependientes, textos entretejidos, que se cruzan, que -como redes- enredan, que mezclan y se mezclan, y vuelven a distinguirse... Porque si hay algo que asombra en estas producciones es la obsesión, el empuje, la repetición, la insistencia, sea en el poema, sea dentro del libro, seo entre ellos. Y asombra, además, porque obedecen a un plan mayor, porque quieren construir un todo, pero un todo fragmentario, un todo resquebrajado, con muchas más dudas que respuestas, con demasiado miedo y escepticismo, lejos del vate (¡felizmente, pues ya tuvimos, ya tenemos!), ese guía, superior a nosotros, humanos.

Y mientras el viajero-cronista Harris -"yo soy un navegante"-, dice el narrador-hablante-cronista-viajero de «Los sentidos de la épica» (Crónicas maravillosas, 179), mientras el poeta Harris, digo, se embarcaba, insistía y avanzaba, perseverante, en su proyecto, con un itinerario iniciado con Zonas de peligro, algunos cambios de rumbo comenzaban a evidenciarse. No quiero creer que haya sido el traslado desde lo provincia, lo que llevó a reconocer su poesía, y percibir sus cualidades. Sabemos, también, que no siempre los premios son justos, pero en el caso de Tomás me han parecido no sólo justificados sino indiscutibles. Sin embargo, me gustaría que estas recompensas se acompañaran de lectores, y no únicamente de compradores. Candorosa (¿por qué no?), esta cronista cavila y se interroga, ¿sería totalmente imposible que algún volumen de poesía pudiera ocupar un sitio entre los libros mejor vendidos?, ¿no será más fácil inventar un boom de la poesía chilena, tanto más profunda y cuestionadora que buena parte de la narrativa chilena?, ¿o las empresas comercio-político-culturales no quieren que los lectores, que los ciudadanos reflexionemos, problematicemos, discutamos?, que no es lo mismo que decir -como se dice- que uno obra de arte que incite a reflexionar o discutir no es negocio... Para romper la homogeneidad, los invito a viajar; vaguemos entonces, recorriendo las obras de Tomás Harris, las ya publicadas, y las de próxima aparición. Naveguemos por las todavía inéditas, Crónicas maravillosas, y lo «maravilloso» puede significar «raro», pero, también, «inesperado», «sorprendente», «mágico» o «fantástico», y ¿por qué terminar apegados a la clasificación de géneros inamovibles, cuando cada vez es más difícil encontrarlos en un supuesto estado puro y virginal? Y no habrá obviedades, no tendremos nada demasiado claro pues no sólo los géneros se entrecruzan en estas Crónicas maravillosas, y se habla de «relato», de «historia», de «narrar», sino que, asimismo habrá infinitas alusiones -dichas o no- a escritores, músicos, pintores, cantantes, títulos, lugares, mitos, situaciones en obras de arte, y todo se mezcla, se funde y se confunde... En numerosas ocasiones existen, además, referencias metaliterarias, y se crea una distancia, para evitar identificaciones y exigir que se medite; para enfatizar el carácter de representación de simulacro. Hay, también, múltiples referencias al juego, en general, pero un juego sin reglas -como el de la muerte-, y el juego video que todo lo trastoca y colabora a las mudanzas y transformaciones, y al movimiento de estos textos: entonces, el tablero de ajedrez de Antonius Block se vuelve pantalla de video, y las órdenes del video game son una suerte de contraseña, necesaria para continuar ciertos poemas, indispensable para que los personajes sigan sus travesías. Y nosotros, lectores-espectadores, náufragos y sobrevivientes -porque todos somos, a la vez, náufragos y sobrevivientes- nos desplazamos por estos versos, por estos poemas, por estos libros, como por «inacabables autopistas del desvarío» (84, 101, 103), buscando, sin refugio («¿Dónde está lo real?», repite un título), buscando a la intemperie, sin poder asirnos a nada más firme que el lenguaje y la palabra del poeta, de un poeta que, sin facilismos ni concesiones, reconoce en su último texto, próximo a publicarse: «ya lo dije en otra crónica que crónica a crónica reitero la forma de lo inasible» (203), y este ha sido el difícil trayecto de la poesía de Tomás Harris, en una década inaugurada con Zonas de peligro, y que se prolonga hasta las recientes, Crónicas maravillosas, reiterar la forma de lo inasible.


 

 

 

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Tomás Harris: Una mirada a la poesía de Tomás Harris,
por Soledad Bianchi,
Fuente: revista Aerea, Nº1,
octubre de 1997.