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“ÍTACA”
Tomás Harris, LOM Ediciones, Santiago de Chile, 2001.

Por Julio Espinosa Guerra
Revista de Poesía “La Estafeta del Viento” de Casa de América, número 1, primavera – verano, 2002

 


Poeta increíblemente productivo, Tomás Harris (La Serena, 1956) se ha ganado un lugar de privilegio en la actual poesía chilena y latinoamericana a partir, principalmente, de “Cipango” (1993, Premio Municipal de Poesía), “Los 7 náufragos” (Premio del Consejo Nacional del Libro y la Lectura, Poesía Inédita) y “Crónicas Maravillosas” (Premio Casa de las Américas, Cuba, 1996); textos en los cuales poetiza la ciudad latinoamericana (encarnada específicamente en Concepción), que vivía y vive la ilusión del desarrollo en medio de una realidad subdesarrollada, valiéndose de una especie de crónica posmoderna, donde el hablante hacía propios los giros lingüísticos del narrador de la conquista española para plasmar su particular visión de mundo.

En “Ítaca” prosigue intentando develar este territorio de mestizaje cultural y tecnológico, manteniendo la anulación o estancamiento del tiempo y la superposición del relato mitológico al histórico, pues cree que este “sirve (…) para dar cuenta de estados arcaicos que se siguen manifestando a pesar de los cambios históricos que perviven más allá de las grandes muertes: de la muerte de Dios, de la Historia, de las Utopías”, pero además incorpora elementos mucho más actuales y, por ende, identificables, como el fenómeno del zapping y la cultura de la imagen. De esta forma es fácil entender que el libro no tenga unidad estructural y salte de una problemática a otra casi sin nexo alguno, propiciando una escritura en expansión, que incorpora códigos como los del cine, la pintura, las lecturas y circunstancias particulares presentes en el imaginario del autor. Mas esta disgregación es necesaria, ya que desea reflejar el efecto de la posmodernidad, y digo “necesaria” aunque en muchos momento la elaboración del discurso tienda a parecer un calco poético hecho a la medida de las teoría y norma socioculturales vigentes y no un resultado del desarrollo natural de su poética.

Así las cosas, la creación artística sería una crónica cifrada del contexto real, como nos dice en unos versos de la primera parte del libro, La balsa de la Medusas (Escenas de una poética): “Todo cuadro es un suceso;/ y el pintor, un cronista de los hechos./ Velázquez pintó la Nada o la desolación/ de la decadencia” (p.15). Por eso no es de extrañar que la primera metamorfosis del hablante se dé en un Teseo posmoderno y light, absorbido por el sistema, que sentado frente al TV (no “televisor”) recorre una “otra” realidad que causa placer y olvido, niega la historia y mitifica el espacio en que está inserto, donde todo se confunde, donde todo es nada y nada es la realidad, pues habita un tiempo sin tiempo y un lugar sin lugar. Allí se vuelve múltiple y en lo múltiple pierde su individualidad (es Antonius Block, Ofelia, Aguirre, un yonki, un holograma de sí mismo, entre otros): “Todos los hombres son adverbios(…)/ Los adverbios son intercambiables y todos los adverbios son máscaras/ dice la sombra(…)” (p.39): el hablante de Ítaca se nos presenta como un agonista, pues se sumerge en la virtualidad, utilizando un discurso híbrido y mestizo, sin haber superado el momento histórico anterior y, por ende, su destino sería desaparecer.

Por otro lado, en gran parte de los poemas del libro está presente el discurso erótico /pornográfico /sexual como una representación de poder. Así se entiende por qué el mando a distancia es el “falo dorado del zaping”, donde la virtualidad representa un estado de bienestar y olvido, un sedante para la conciencia, la voluntad y la responsabilidad históricas, ligadas a la razón que el nuevo discurso pretende abolir.

Pero en este tránsito, el hablante es capaz de pasar a otro estadio y metamorfosearse en Ray Milland, el Hombre de Rayos X, que, casi sin querer, en un acto ajeno a su voluntad, pero no a su sensibilidad todavía “humana”, traspasa todo con su mirada, incluso la “muralla virtual” y se encuentra ante el caos y la nada, “un ámbito baldío que no sabía si era lo que era o/ lo que mi Visión le hacía ser” (p.85), donde todo es espejo de la muerte, muerte que vuelve a ser la única certeza.

Esto no evita que en la consecución del relato nuevamente confunda realidad con virtualidad; al contrario, parece que, ante dicha constatación, la única posibilidad de escapatoria es asumir la máscara dentro del Gran Espectáculo del Mundo como la mejor forma de enfrentarlo, máscara que se llega a sobreponer a la personalidad natural del hablante y del resto de personajes que deambulan a su alrededor, con excepción de quienes son capaces de abandonar el espectáculo y aceptar su marginalidad. Y va aun más lejos, puesto que llega a identificarse con el/ los personaje/s que re-presenta /n (cine, TV) y a asumir su /s rol/es. Es el sueño mismo del inconciente el que se confunde con el “espacio otro”. Finalmente el hablante asume ese “otro discurso” en su realidad cotidiana, convirtiéndose en asesino, pero en un asesino incapaz de advertir que sus actos son/sean reales.

Mas todos son recursos del escritor/ hablante para poner de manifiesto el hiato que se ha producido en la ciudad/ país/ continente sudamericano frente al encuentro/ enfrentamiento de la modernidad y la posmodernidad occidentales. Por eso vuelve a la creación, reflejada en un repaso a la obra de Otto Dix, como única posibilidad de salvación, donde la poética que surge de la muerte es la única posibilidad de vencer a la misma. En la creación nuevamente los espacios y tiempos se anulan, quedando como resultante sólo la verdad macabra de la muerte, de la creación/catástrofe; pero, al mismo tiempo, del arte como única posibilidad de memoria en medio de un “discurso otro” que desea aniquilarla.

Es esta memoria la que se recobra en la última parte del libro, donde se hace referencia a momentos no poetizados, biográficos. El hablante encuentra su Ítaca en un ayer real pero perdido. El recuerdo no es lo virtual, se zafa de este, da sentido al devenir, aunque se trate de un sentido por descubrir. El texto que comienza “con” y “en” un tiempo detenido, termina si no negándolo, relativizándolo y asignándole a la memoria un peso fundamental en la comprensión del presente y el advenimiento de un futuro, cualquiera sea este.

El camino que Harris plantea se muestra complejo, hipnótico, lleno de visiones fantasmagóricas, de cíclopes y cantos de sirenas, pero existente: sólo hace falta dejar de dudar, enfrentar el trayecto ofrecido por los dioses y tener la certeza de que – a pesar de lo precaria que pueda llegar a ser – una Ítaca siempre nos estará esperando al final del viaje.

 
 

 

 

 


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"ITACA", Tomás Harris
LOM Ediciones, Santiago de Chile, 2001.
Por Julio Espinosa Guerra.
Fuente: Revista de Poesía "La Estafeta del Viento" de Casa de América, N°1,
primavera - verano, 2002.