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LA POESÍA PORTEÑA
Una visión panorámica

Por Juan Cameron

 

Reunir a un grupo de selectos en una muestra parcial de la actual poesía regional de Valparaíso no resulta fácil. La ausencia de poetas como Hugo Zambelli, Luis Mizón -cuya única presentación ocuparía un ensayo completo- Antonio Vieyra, Catalina Lafertt o Alejandro Cerda, por nombrar sólo a algunos, ya constituiría una odiosa circunstancia.

¿Quién podría, en todo caso, establecer la gramática de esta poesía porteña? Entendemos que es relativamente nueva. Debe en parte su trascendencia a la llegada de Rubén Darío, quien en 1888 -luego de Abrojos- publica en esta ciudad Azul, obra iniciadora del postmodernismo, influye sobre Eduardo de la Barra y otros poetas de comienzos de siglo. Pero la actitud más realista y prosaica de Carlos Pezoa Véliz, en la elección de sus motivos, permite afirmar que aquel es el verdadero iniciador de la poesía chilena -y porteña- de este siglo. Este fugaz poeta escribió una decena de textos, los más para complacer a su amigo Víctor Domingo Silva, un atildado viñamarino con el cual compartía la bohemia.

Entre los poetas de la primera mitad del siglo figuran Zoilo Escobar (1875-1959), el quilpueíno Daniel de la Vega (1892-1971), Jacobo Danke (1905-1964), Alejandro Galaz -poeta de Casablanca- (1905-1938), Julio Salcedo, fundador de la Alianza de los Intelectuales de Chile, Seccional Valparaíso, y otros que aportan al paisaje criollo. Manuel Astica Fuentes (1906-1996) -quien poco escribiera y rechazara ser nombrado poeta- tuvo amplia actividad societaria y fue uno de los cabecillas de la toma de la Escuadra por la marinería, en 1931. Condenado a muerte, sobrevivió hasta 1996, no sin recibir antes el Premio Municipal de Literatura. Junto a él se menciona al sanfelipeño Hermelo Aravena Williams (1905- 2001), a Pedro Plonka (1896-?) y a Guillermo Quiñones (1899-1982). Les continúan Eduardo Robles y Ricardo Hurtado (1903-1977), fundador de la Sociedad de Escritores de Valparaíso (SEV).

La Generación del 38 reúne a varios autores de trascendencia local y activa participación societaria, entre ellos Iris Ceballos (1909-1980), Modesto Parera (1910-2003) y Emilio Carvajal (1911-1994). Pero también a grandes exponentes literarios, como la poeta española Concha Zardoya (1914).

Sin embargo, el vínculo más estrecho de la poesía porteña con el discurso nacional, así como su reconocimiento, se genera en fecha reciente. Salvo la contribución de los ya mencionados, es la Generación del 50 la que, favorecida por el despertar social, y también por el violento quiebre institucional ocurrido en la segunda mitad del siglo XX, inscribe de forma continua a sus autores en el decurso nacional. Tanto por la particular significación de sus obras, cuanto por la actividad pública y cultural, es indiscutible la condición fundante de Hugo Zambelli (1926-2002), Sara Vial (1927), Ennio Moltedo (1931) y Patricia Tejeda (1932), los mayores de esta generación, que recibe la marca indeleble de Pablo Neruda. Nuestro Nobel se establece por un tiempo en La Sebastiana, sobre el cerro La Virgen y funda, en el Bar Alemán, el recordado Club de la Bota. Otro tanto han hecho los poetas. Y a pesar de ese ferviente te declaro mi amor, Valparaíso, el mayor poeta vinculado a la ciudad ha sido Gonzalo Rojas. Este inmenso vate comenzó a publicar en el Cerro Alegre cuando ejercía la docencia en Valparaíso. Aquí gestó La miseria del hombre, ganadora de un certamen de la Sociedad de Escritores de Chile; y aquí fue publicada su magnífica obra primera.

En forma paralela a ellos se destacan -ya sea en el ámbito creativo, ciudadano o societario- Luis Fuentealba Lagos (1914-2003), autor de la importante antología Poetas Porteños (1968); Arturo Alcayaga Vicuña (1920-1984), Armando Solari (1921-2000), Edmundo Lazo (1922-1979), Carlos Ruiz Zaldívar (1925), Claudio Solar (1926), Sergio Escobar (1930-1970), Alfonso Larrahona (1931), Azucena Caballero (1933), Alicia Galaz (1935) y unos cuantos más. De este grupo, las innovadoras concepciones de Alcayaga y de Escobar merecen mayor atención y su relectura; y Alicia Galaz, cuyo despertar literario ocurre en el norte del país, es una magnífica cultora que reside, desde hace ya treinta años, en Estados Unidos.

La Promoción Universitaria del 65 -antes y después del Golpe Militar de 1973- da continuidad y sentido a su desarrollo. La gestión de los estudiantes del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile en Valparaíso -hoy de Playa Ancha- y que con seguridad continúa a alguna anterior no registrada aún por la investigación, se alimenta de la actividad política durante la Unidad Popular y se ampara en el fervor libertario y cultural de los sesenta y setenta, de la Reforma Universitaria, del boom y de la Revolución Cubana, por nombrar parte de ese fenómeno universal.

De Valparaíso es también Eduardo Embry, de reciente publicación, y quien reside en Southampton. Junto a él figuran Erna Alfaro (quien publica sólo en el 2003), Nelson y Jorge Osorio (este último grabador), Gregorio Paredes, Renato Cárdenas, Gustavo Boldrino, Ana María Veas y Osvaldo Rodríguez Musso, el "Gitano Rodríguez", autor del ya clásico bolero a esta ciudad ("Yo no he sabido nunca de su historia..."), varios de ellos aparecidos en la revista Piedra. Culminan esta promoción, en plena actividad hasta 1973, Sergio Badilla y los de más reciente aparición, Antonio Vieyra, el poeta y novelista Eduardo Correa Olmos y Renán Ponce, por citar los más importantes.

Un aporte extraordinario y que merece un registro mayor, es el de Godofredo Iommi Marini y otros renombrados maestros de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica. De tales esfuerzos nace, por un lado, el Instituto de Arte de esta casa de estudios y, por otro, un grupo importante de autores que enriquecerá a dicha promoción. Virgilio Rodríguez, actual director del Instituto, Adolfo de Nordenflycht (A. Bresky), reconocido crítico y profesor de Literatura, y Leonidas Emilfork -quien ejerciera por años la docencia en Estados Unidos- inician allí su recorrido literario. Escritores más jóvenes y de actual vigencia se han formado en torno a ellos. También de esta universidad, pero de la carrera de Derecho emerge el singular poeta Luis Mizón, quien ha logrado establecerse con éxito en Francia, su país de residencia.

Importante en esta etapa es la revista Quijada, dirigida por Eduardo Sanfurgo Lira, director de Extensión de la Universidad Santa María -en la que aparece por primera vez Raúl Zurita, por entonces estudiante de Ingeniería- y la llamada Escuela de Viña, un bautismo jocoso de Nicanor Parra, según cuenta años después el poeta Gustavo Mujica. El citado grupo habría estado integrado por Eduardo Parra, Thito Valenzuela, Mujica y Fernando Rodríguez; pero no debe confundirse con "el Grupo del Café", conformado, entre otros, por Waldo Bastías, Zurita y el indispensable viñamarino Juan Luis Martínez.

El quiebre de 1973 suspende esta continuidad. Una nueva manifestación, promovida por los hechos históricos y sociales de la época, se hace presente a mediados de los 80. La integran Alejandro Pérez, Enrique Moro, Marcos Riesco y Ana María Julio. Moro, quien es además un activo promotor cultural, agrega a su obra la antología Diez Poetas Chilenos, aparecida en Frankfurt en 1983. A ellos se integran luego los nombres de Ivonne Domange, Ximena Escudero, Catalina Lafertt, Manola Lagos y Ximena Rivera, quienes recién comienzan a publicar en la última década, aun cuando son con anterioridad reconocidas en el ambiente literario.

Los poetas nacidos a partir de los 60 están en plena producción y, en su gran mayoría, se trata de universitarios, cuando no de egresados de Literatura. Entre ellos, fuera de estas notas, también ubicamos a Jorge Alvarez, Víctor Rojas, Alvaro Báez, Alejandra Rebolledo, Cristián Belmar, Juan José Daneri, Francisco Núñez, Susana Ramos, Nicolás Olave, Eduardo Jeria, Camilo Quezada, Nicolás Miquea González, etc.

La lista es sin embargo más extensa. Carlos Muñoz, "el Diantre", se adscribe al género de la poesía popular y es un elemento único en esta forma de expresión; e importantes poetas de otras zonas del país, como Claudio Bertoni, de Santiago, Carlos Amador Marchant, de Iquique, Jordi Lloret, de Talca, Nicolás Miquea Cañas y Carlos Henrickson, ambos de Concepción eligen esta región como lugar de residencia. Similar caso es el de Marcelo Novoa, de intensa actividad en este campo, quien regresa de la capital después de algunos años e impulsa la actividad literaria a partir de 1998.

Ya hacia el cambio de siglo, nuevos aires otorgan un silencioso pero efectivo renacer a las letras porteñas. Las lecturas públicas toman especial relevancia en bares y cervecerías. La más significativa es la organizada por "el gringo Ken" -canadiense de nombre Kenneth Rivkin- quien por espacio de seis años mantiene reuniones, las noches de los miércoles, en el Mariella, de Plazuela Ecuador, y el Bar La Playa. Ocasionalmente en el Emile Dubois, local fundado por Moro, hubo lecturas, las que se suman a las muchas organizadas por Jorge Alvarez en esta ciudad y en la vecina Viña del Mar. Diversas instituciones y salas de arte ofrecen, de tarde en tarde, recitales de jóvenes exponentes y se presentan nuevas ediciones. A su vez La Sebastiana organiza, año a año, muestras de la más vigente lírica local.

Existe, además, un movimiento editorial en permanente e incompleta formación. La Universidad de Valparaíso publica sus Breviarios y con fecha reciente aparecen sellos editoriales de la Universidad de Valparaíso, de la municipalidad y el promisorio La Cáfila. Este último es un proyecto gestado por jóvenes escritores, ex alumnos de la Universidad de Playa Ancha, que suple la ausencia de prensas y la falta de interés por destacar a los nuevos valores. Destacada ha sido también la tarea de Ediciones Universitarias de Valparaíso, sello de la Universidad Católica, que publicaba, hace dos décadas, a los poetas de la Generación del 50, y la nueva Editorial Puntángeles, de la Universidad de Playa Ancha.

Sin embargo, el más grande proyecto editorial, en toda esta historia, ha sido el Programa de Publicaciones Literarias del Gobierno Regional, iniciado en 1998 por el Intendente Gabriel Aldoney. En sus cuatro versiones ha editado a una cincuentena de autores de la región, 25 de ellos poetas, además de publicar obras de narrativa y crónica local. La imagen mítica de Valparaíso, impulsada en los tiempos recientes por su designación como capital cultural del país y ciudad patrimonio de la Humanidad, contribuyen a la realización de este programa, el que fuera financiado a través del Fondo Regional de Desarrollo Nacional. Irónicamente, la celebración del centenario del natalicio de Pablo Neruda significó el término de este programa y una traba importante al desarrollo de la poesía regional.

Valparaíso tiene una innegable impronta poética generada, sin lugar a dudas, por el mito y el recuerdo de los navegantes que alguna vez recalaron en su bahía. Las continuas divisiones y reagrupaciones políticas hacen comprender, en la actualidad, a toda una vasta región geográfica. El término, más cerca de falso o vano paraíso que de Valle del Paraíso, abarca zonas tan distantes y disímiles como Petorca, por el Norte, y San Antonio, por el sur. Además de algunos territorios de ultramar, cuyo dominio ejerce el país y cuya administración se le ha encargado a esta zona.

Como toda unidad geográfica, la ciudad centro no es ajena al centralismo respecto de sus demás provincias. Por la actividad económica, por ser punto de comunicación y eje desde el cual se bifurcan los caminos -salvo hacia San Antonio que, en verdad, es puerto de Santiago-, la actividad cultural y creativa queda sujeta a sus márgenes. Universidades, institutos, agrupaciones profesionales y actividades ocurren, de manera preferente, dentro de sus márgenes urbanos restándole posibilidades a otros centros naturales como pudieran ser San Felipe, Los Andes, Quillota o Limache.

Algo similar sucede con la creación. Los poetas residen, de preferencia, en Valparaíso o Viña del Mar. Y los pocos focos editoriales, decíamos, pertenecen a universidades de la ciudad puerto. Esta ventaja geopolítica no convierte sin embargo a Valparaíso en un centro gestor de grandes artistas o intelectuales. En general, salvo el caso los poetas en justicia consagrados -los menos- el ejercicio en esta zona apunta a una suerte de poesía popular, o cultivada, y nada más.

Una investigación de la poesía viva y en permanente desarrollo se hace ya necesaria en Valparaíso y su región. Tarea que no sólo atañe a las universidades, y en particular a sus estudiantes, sino también a los propios poetas, pues el registro del género es parte de su educación sentimental.


 


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